Carlos Gregorio Hernández & David Sarias | 03 de marzo de 2019
Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa demuestran cómo la presión y el fraude fueron un factor fundamental para que el Frente Popular obtuviera el poder tras las elecciones republicanas de 1936.
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Los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa analizaron en el pódcast El Debate de la Historia el fraude electoral de 1936, basándose en la investigación publicada en su libro 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.
Si quieres escuchar la entrevista completa, puedes hacerlo en nuestro pódcast.
Carlos Gregorio Hernández: ¿Consideran que las elecciones de 1936 se enmarcan en un contexto más amplio, incluso de guerra civil, que comienza con la revolución de Asturias de 1934?
Roberto Villa: No se puede decir todavía de guerra civil, porque en 1934 el factor fundamental, que es el ejército y la fuerza pública, no se divide como en 1936, actúa de forma coordinada con el Gobierno legalmente constituido.
“Octubre” crea un problema de gobernabilidad que ya no se va a paliar hasta la Guerra Civil, el problema de que el partido más importante de la oposición en el segundo bienio, que es el Partido Socialista, se queda totalmente fuera del orden constitucional. Además, los partidos republicanos de izquierdas son tan pequeños que no se pueden hacer cargo del poder con la garantía de poder organizar unas elecciones en las que las izquierdas puedan ganar.
Eso deja a la República con no más alternativas de gobernabilidad que el de la coalición de centroderecha. 1934, que condiciona claramente las elecciones de 1936, es el factor que explica la convergencia de las izquierdas en el Frente Popular.
C. G. H.: ¿Hasta qué punto son decisivas las elecciones de febrero de 1936 para la historia de España y la propia Segunda República?
Manuel Álvarez Tardío: Son unas elecciones muy importantes porque son las segundas elecciones generales de la República, las que deben consolidar el sistema democrático. Veremos a una España con ganas de competir y hacer del juego democrático un instrumento que facilite la alternancia. Pero, a la vez, veremos cómo la democracia también encierra una serie de peligros que se manifiestan en 1936.
Las elecciones pueden ser instrumento para consolidar una democracia o para debilitarla y, en febrero de 1936, tenemos un enfrentamiento que no se vive como una carrera pacífica por ver quién llega al poder y aceptarlo, sino como una situación de suma cero en la que se pone en juego la discusión sobre el modelo de república y su propia supervivencia, el triunfo o la derrota de la revolución… Todo ello, precedido por un acto de grave deslealtad, con uso de la violencia por parte de quienes habían fundado la democracia. Y, en este punto, la historiografía no siempre ha hecho suficiente hincapié.
Aquellas elecciones no se viven como una “fiesta de la democracia”, que se dice ahora, se viven como una experiencia de combate que resuelve si quienes se habían levantado violentamente contra el Gobierno de octubre de 1934 tenían razón o una España que se enfrenta a lo que consideran un asalto revolucionario al régimen republicano. Son unas elecciones que evidencian un problema grave de fondo.
David Sarias: Conviene recordar que en la España del 36 el sujeto revolucionario no es el Partido Comunista, sino el Partido Socialista Obrero Español de Largo Caballero. Sería bueno analizar ese papel del comunismo en este momento electoral y el papel revolucionario del PSOE.
R. V.: El papel del comunismo no es tan marginal como se ha dicho hasta ahora, pero sí es secundario. El elemento básico de radicalización de la izquierda española y el elemento que define la significación del Frente Popular es el Partido Socialista.
Siempre se ha vendido el Frente Popular como un éxito de los republicanos de izquierdas a la hora de encauzar al PSOE y un éxito de Manuel Azaña. Esto en las fuentes no aparece en ningún sitio, más bien se percibe todo lo contrario. Los socialistas adquieren un compromiso para ir a las elecciones, consiguen, en un papel desigual, imponerse en las únicas cuestiones concretas que se plantean en el programa del Frente Popular: la amnistía completa y un ejercicio de justicia inversa respecto a 1934 con aquellos que hicieron valer el orden constitucional; se readmite a los obreros despedidos por sumarse a la huelga general revolucionaria y el nuevo Gobierno republicano de izquierdas no observará las leyes de orden público para los llamados delitos “político sociales”, es decir, para las actividades subversivas de la izquierda obrera a partir de 1936. Esos son los únicos compromisos claros de ese programa del Frente Popular. Sobre lo demás, se deja claro que no hay compromiso futuro.
D. S.: ¿Podrían explicar los motivos que hacen este libro necesario, los casos de fraude electoral de los que hablan?
M. A. T.: Estaba sin contar con todo lujo de detalles el día a día, el minuto a minuto de lo que ocurre desde el momento en el que se cierran los colegios electorales hasta que Manuel Portela se marcha del Gobierno y llega Azaña y los días posteriores. Una de las aportaciones más sustantivas del libro es el relato de esas horas y de esos días entre el 16 y el 21 de febrero.
Hay muchos ejemplos en los que nos encontramos con una situación demencial y preocupante para la consolidación de un sistema democrático: mientras se está realizando el recuento, las autoridades tienen que garantizar la cadena de seguridad y custodia de la documentación y que la calle no es un instrumento de presión para tomar decisiones al margen de la legalidad pues no ocurre. Lo que hasta ahora la historiografía llamaba celebraciones por la victoria, demostramos en el libro que lo que ocurre es que se ocupa la calle con el ánimo de influir en el proceso de recuento.
Son recuentos largos, complicados… y que iban haciendo variar los resultados, lo que hace más importante el control de las autoridades. En el libro contamos el caso de candidatos conservadores que tienen que huir y que no pueden asistir a las juntas para comprobar el recuento y certificar los primeros resultados. Esto tendría que haber pasado en la mañana del día 20 de febrero y, sin embargo, el Gobierno de Portela se derrumba un día antes de que las Juntas comiencen a reunirse, algo fascinante por lo que los libros habían pasado como si no existiera. Si uno lee una biografía de Azaña, este pasa de hacer campaña a celebrarse las elecciones y el día 20 ya está en el Gobierno sin que se explique nada, aprobando la amnistía y gobernando. Se pone en marcha la amnistía sin que se hayan reunido las Cortes, sin que se haya terminado el recuento y sin haberse celebrado la segunda vuelta electoral.
Para la izquierda, como habían prometido en campaña, la victoria se da por hecho y, si no se produce, es que ha habido fraude. Es un mecanismo de razonamiento que tenemos que entender bien: “Si no ganamos, es porque se nos ha robado la victoria”. Por lo tanto, ir a la calle es una forma de impedir que se nos sustraiga la victoria. Es un mecanismo muy importante reflejado en el libro en un montón de ejemplos. La presión, la movilización contra candidatos conservadores y sus sedes… es un instrumento para coaccionar en el recuento. Por eso, cuando a partir de los días 17 y 18 de febrero se van conociendo recuentos que van volcando la victoria hacia las derechas, para la izquierda es la constatación de esa manipulación que tienen que impedir. Nosotros demostramos que esa presión sirve para volcar decisivamente un número de votos, no mayoritario, pero sí decisivo, para conseguir que un resultado ajustado se convierta en una victoria suficiente.