Carmen Sánchez Maillo | 30 de mayo de 2018
Como una fruta largamente madurada, Irlanda, cuya constitución en su preámbulo invoca a la Santísima Trinidad, ha pasado a formar parte de la larga lista de países que han dejado de valorar la vida que va a nacer como un elemento esencial de identidad política, social y jurídica. Europa lleva décadas despreciando el inicio de la vida humana y, lo que es peor, caracterizando su eliminación violenta, esto es, el aborto, no solo como un derecho, sino como una prestación social del sistema público de salud y un jalón en la historia de los derechos de la mujer.
Parece oportuno que al albur del caso irlandés tomemos cierta perspectiva y recordemos los hitos que acompañan al proceso de legalización del aborto en toda Europa. Este proceso se caracteriza por haber tenido diversas olas en el tiempo. Comenzó en ese paraíso de las libertades que fue la Unión Soviética, primer país que legisló una ley de aborto a demanda, nada menos que 1920. Si bien con los años fueron modificando el acceso a esta supuesta “prestación social” en función de los intereses del politburó de turno, intereses que poco tuvieron que ver con las necesidades de las mujeres. No deja de ser sonrojante encontrar a día de hoy alabanzas progresistas a esta política soviética que unos años antes del colapso definitivo de la URRS (1983) produjo más abortos que nacimientos.
La República de Weimar, en 1926, y los países nórdicos (Suecia y Dinamarca) tomaron el relevo y, en los años 30, influidos por el biologicismo darwiniano en boga en ese momento y los nórdicos, en el marco de su naciente Estado de bienestar, ya legislaron con ciertas restricciones varios supuestos de aborto, los famosos supuestos de despenalización. Resulta interesante mencionar que los nazis prohibieron el aborto para los alemanes raciales (1933), pero lo fomentaron con fines eugenésicos para diezmar razas consideradas por ellos como inferiores. Así, llegaron a introducir en 1943, en Polonia, el aborto como modo de control poblacional.
La tercera ola fue impuesta por los partidos comunistas que tomaron el poder en los países que cayeron bajo la órbita comunista tras la II Guerra Mundial, durante la década de los 50 (Polonia, República Democrática Alemana, Checoslovaquia).
Irlanda abdica de la defensa de la vida no nacida y se une a la Europa poscristiana
La cuarta ola fue liderada por el Reino Unido en 1967, seguida por Alemania en 1972, EE.UU. en 1973, Francia en 1975 e Italia en 1976; esta cuarta ola se caracteriza por superar el planteamiento de los supuestos de despenalización y pretender que el aborto sea ofrecido a demanda de la mujer, bien por el sistema público de salud o bien en las emergentes clínicas que surgieron para atender la demanda de este creciente y sangriento negocio. Como resaca de esta cuarta ola, los ochenta introdujeron a los países del sur de Europa (Grecia, España) en la marea abortista, legislándose bajo el criterio de la despenalización.
La quinta ola, ya en el presente siglo, se ha caracterizado por el impulso y promoción por parte de las Naciones Unidas y otras instancias internacionales del aborto como un derecho reproductivo en todos los países del tercer mundo, modificación de las leyes existentes para facilitar aún más el aborto (España y Portugal en la primera década del siglo XXI) y la introducción de supuestos en los países de Hispanoamérica (México, Chile, Argentina).
La siguiente ola tiene por objetivo a África y los países asiáticos renuentes al aborto.
El cambio de mentalidad en Irlanda ha ido paralelo al crecimiento económico que naturalmente va asociado a una cierta homologación de conductas y costumbres en el ámbito occidental. No en vano, el anterior cambio relevante legislativo en Irlanda había sido la aceptación legal del matrimonio entre personas del mismo sexo. No resulta un proceso desconocido, lo ocurrido en Irlanda tiene como antecedente directo, con semejanzas y variaciones, tanto el caso italiano como el español. En la convulsa Italia de los 70 se perdió también el referéndum del aborto, mientras en el caso español fue la primera mayoría absoluta del PSOE la que impuso la primera norma despenalizadora con la anuencia de un Tribunal Constitucional al servicio de los designios de dicha mayoría. Los tres casos revelan una capacidad muy disminuida del catolicismo social de esas naciones en la defensa de la identidad cultural y religiosa que no se compadece con una historia centenaria de fidelidad a la Iglesia y con la fuerte personalidad de esas tres naciones en la historia de Europa.
La fascinante relación madre-hijo y el peligro de verse truncada por el aborto voluntario
Lo ocurrido en Irlanda es un recordatorio claro de la debilidad cultural y social que el mundo católico tiene en gran parte de Europa, que en buena parte de ella ha aceptado quedarse relegada al ámbito privado de sus fieles. La excepción es Polonia, que ha recorrido el camino inverso que las otras tres grandes naciones católicas de Europa. El aborto y su aceptación jurídica y social, hay que recordarlo otra vez, es una fuente de deslegitimación para cada país que lo adopta, es una mancha tan oscura como la esclavitud y un síntoma evidente de la decadencia de esa sociedad. Si hay motivos objetivos para estar de luto por la derrota de Irlanda, también los hay de esperanza, pues en Polonia se ha reducido el aborto de forma drástica y atestigua que es posible volver a cambiar mentalidades cuando la sociedad civil genera movimientos políticos que valoran la grandeza de la vida y las leyes no silencian el eco de esa grandeza.