Julián Vara | 17 de diciembre de 2018
Hace unos meses, el diario El Mundo sorprendía con una noticia titulada del siguiente modo: «Los padres y las madres no podrán coger a la vez toda la baja para acabar con el «modelo tradicional»». La noticia, que daba cuenta de las negociaciones entre el Gobierno y Podemos sobre los presupuestos, venía a informar de un acuerdo que, como bien ha visto el redactor que tituló la noticia, lo que pretende es extender a toda la población el modelo de familia de Podemos. Como el tema no es nuevo, vale la pena referirlo más despacio.
La negociación sobre los presupuestos había recaído sobre un particular a propósito del cual existe cierto consenso: hay que ampliar el permiso de paternidad para facilitar la conciliación familiar. En la actualidad, se establecen 16 semanas para la madre y cinco para el padre. Para la madre, las seis semanas inmediatamente posteriores al parto son obligatorias y las restantes 10 semanas, voluntarias y transferibles al padre, para que sea él quien cuide al recién nacido. El padre, en todo caso, solo puede coger su baja coincidiendo con el nacimiento. El acuerdo que se ha logrado lo que pretende es ampliar progresivamente el permiso de paternidad hasta equipararlo al de la madre, lo que es muy loable. Lo interesante del tema es la fórmula de articulación de los permisos, que establece que, más allá de las primeras semanas, el padre solo puede estar en casa para cuidar a su hijo cuando no esté su mujer. O, dicho con otras palabras, no pueden estar juntos cuidando del recién nacido. Uno u otro, pero no juntos.
Sin tener más noticias, no sería fácil arriesgar una razón para que sea así, pues no supondría una gran mejora respecto de la situación actual. Pero el Gobierno no ha dejado resquicio a la duda, porque ha declarado explícitamente que su propósito es «acabar con los factores sociales y culturales que perpetúan un modelo tradicional y desequilibrado de asunción de roles y responsabilidades entre hombres y mujeres». Lo cual me deja sin palabras. Es decir, el propósito de la medida no es favorecer la vida familiar, sino cambiar su estructura. Aparentemente, el Gobierno cree que no nos conviene el “modelo tradicional” de familia (entiendo que padre, madre e hijos) y, en su lugar, quiere implantar el “modelo de familia de Podemos”. Que, como me decía recientemente un amigo, es la familia monoparental tutelada por el Estado.
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Ese, y no otro, es el fin de la medida. De modo que ni siquiera busca en último término favorecer el cuidado de los niños recién nacidos, sino educar a los ciudadanos: «En ningún caso (sigo citando al Gobierno), salvo las primeras semanas fijas, se podría disfrutar el permiso de paternidad de forma simultánea al de maternidad, pues sería contrario al fin último de esta medida, que es el fomento de la corresponsabilidad». Y esta pretensión es lo que resulta verdaderamente intolerable.
No niego el derecho de cualquiera a tener un modelo de familia u otro, o a no tener ninguno, es legítimo. Pero la pretensión del Gobierno de educar a los ciudadanos es inadmisible. No solo revela un insultante desprecio hacia los ciudadanos, a los que se trata como incapaces de determinar por sí mismos lo que les conviene y una más que sorprendente soberbia, sino que lo más grave es el evidente desprecio a los límites en el ejercicio del poder político. Y alguien que no sabe dónde acaba su poder no debería ejercerlo.
Quizá esto sea lo más preocupante de todo, porque se multiplican las ocasiones de comprobar el desprecio que la izquierda española tiene por la libertad política o su constitutiva incapacidad de comprensión.
En todo caso, yo no comparto el modelo de familia de Podemos, y quiero proponer otro. Lo tomo del consejo que recibí de alguien que sí puede legítimamente pretender educar: dedicado toda su vida a la enseñanza, es marido y padre de ocho hijos, entre ellos una religiosa carmelita y un sacerdote. Cuando en una ocasión le pregunté por el secreto en la educación de los hijos, me respondió con toda sencillez: «Que el padre quiera a la madre». Y, desde entonces, lo he tenido siempre presente. No me desentiendo de mi responsabilidad con mis hijos, pero siempre, y sobre todo cuando son tan pequeños, mi papel y mi vocación es cuidar de su madre. Y en esto espero no hacer nada distinto de lo que hizo mi padre, aunque parezca tradicional.