Teresa Díaz Tártalo | 05 de marzo de 2018
Creo que poder tener relación cotidianamente con jóvenes de la llamada generación milenial es una suerte, porque hay en ellos muchas cosas que aprender: unas para apropiárnoslas y otras… no tanto. Si hacemos caso de la utilísima sugerencia paulina de “valoradlo todo y quedaos con lo bueno”, podemos echar una mirada a lo que esta generación tan de moda nos presenta y hacer una interesante lista de “pros y contras”.
Parece que bastantes medios se han puesto de acuerdo estas últimas semanas en insistir en que los que llegaron a la mayoría de edad con el cambio de milenio nos dan lecciones que hemos de aprender si queremos disfrutar más de la vida. Vamos a pensar un poco sobre algunas de ellas:
Son los milenials, les guste o no, una generación nacida tras el baby boom anterior a ellos, que ha crecido en una época de cierta prosperidad económica y que, a diferencia de la generación que les precede, que se crió en cambio más cercana a conflictos bélicos, ha vivido un tanto malcriada. Es común entre ellos identificar la felicidad y los logros en la vida con la consecución de actividades placenteras. Con frecuencia, estos jóvenes de entre 25 y 35 años son exponente de un cambio entre dos mundos, el de lo viejo y el de lo nuevo. Por ejemplo, son la primera generación que consume televisión sin encender la de su casa, tienen a mano toda la música del universo casi gratis total, disfrutan de la Apple Music, SoundCloud y enmarcan el mundo en breves hashtags que, si es posible, se digieran fácilmente, deprisita y sin ocupar espacio.
En una de las informaciones en prensa que estos días hemos disfrutado sobre las bondades de esta generación podíamos leer de boca de un exponente del mundo milenial que ellos tienen ahora más conocimientos sobre lo que les hace felices y saben cómo hay que disfrutar de la vida.
Nos animan a aprender a no renunciar a un cierto estilo de vida, por ejemplo, por la llegada de un hijo. Nos dicen que para eso están las medidas de conciliación y la expansión de una cultura de inclusión de los hijos en las actividades de ocio de los adultos y alaban la tendencia a no tener que contar con los abuelos para la crianza de los niños o el crecimiento de la cultura baby friendly.
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En todo esto hay, sin duda, cosas a valorar que ciertamente nos pueden enriquecer. Por ejemplo, el hecho de que a estos jóvenes no sea preciso explicarles que las tareas de cuidado de los hijos son tan suyas como de sus parejas, o que no es necesario ser un ejecutivo agresivo que ni siquiera cena en casa con su familia porque tiene que ganar mucho dinero, o que no hace falta dejar a los niños con nadie para disfrutar de los amigos en el tiempo libre. Estos son, sin duda, aspectos muy positivos que no se les pueden negar. Desean conciliar la vida familiar y la laboral porque dicen haber aprendido que la adicción al trabajo no hace feliz al hombre y que hay otra riqueza más allá de la monetaria, como puede ser el disfrute del ocio. Todo muy loable.
Pero quizá estos estudios que hablan de esta feliz generación se están olvidando de que de momento estas argumentaciones solo las puede mantener un cierto sector social acomodado, pero que no funcionan si nos vamos a clases sociales humildes donde la conciliación es un lujo, porque solo trabajando 10 horas diarias se acerca uno al mileurismo y así no hay conciliación posible. Tampoco el ocio está al alcance de muchos jóvenes que no han podido siquiera emanciparse y que si van con sus hijos a todas partes no es por la cultura baby friendly, sino porque no pueden dejarlos con nadie cuando consiguen no estar trabajando o, siendo más positivos, porque ya que pueden salir pronto del trabajo de vez en cuando (eso si tienen la suerte de trabajar) no van a renunciar a estar con sus hijos. No olvidemos que ya en el mundo griego se puso de manifiesto que el ocio solo se desarrolla cuando el hombre tiene cubiertas sus necesidades básicas para subsistir. Hay mucho que hacer aún para solucionar estos problemas.
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Los que ya no somos milenials esperamos grandes cosas de esta generación de la que, sin duda, estamos siempre aprendiendo: ellos saben valorar el trabajo en equipo, la amistad, el tiempo libre bien usado. Esperamos que sus anhelos de una auténtica vida feliz se abran a ideales más allá del disfrute hedonista con que con frecuencia la sociedad los adormece: no queremos Peter Panes, queremos hombres y mujeres que construyan una sociedad abierta a las grandes inquietudes que definen al ser humano. Jóvenes que no sean viejos siendo jóvenes. ¡Milenials!: os observamos con esperanza. ¡Animo!