Elena Cebrián | 28 de junio de 2018
La bronca de Macron a un joven es la comidilla de los medios de comunicación. Casi ninguno puede resistirse a un tema del que, además, había un vídeo publicado en Twitter por el propio presidente francés. Y es que, el cortante «A mí me llamas señor presidente de la República o señor” con el que el presidente galo respondió al “¿Qué pasa, Manu?” con el que el chico le saludó, resulta de una espectacularidad innegable, además de poner el foco en la pérdida del respeto y buenas maneras en los jóvenes de todas partes del mundo.
Sin embargo, el tema va más allá de una apelación impropia como el propio Macron hace ver en el vídeo que publicó: se trata de un problema de falta de pertinencia -de impertinencia- en la forma en que este muchacho actúa. No es pertinente entonar las primeras estrofas de La Internacional al paso del presidente, cuando se está conmemorando del 78º aniversario del inicio de la Resistencia francesa en la segunda Guerra Mundial: “Estás en una ceremonia oficial, así que te comportas como debe ser. Puedes hacer el imbécil pero hoy hay que cantar La Marsellesa y el Canto de los Partisanos (el himno de la Resistencia)» le explica Macron. No es pertinente tratar al máximo dirigente de un país como si de un igual se tratara, y por eso es más que oportuno el «A mí me llamas señor presidente de la República o señor”. Pero tampoco son pertinentes algunas de las reacciones que el incidente ha desatado: por ejemplo, la de la periodista Camille Crosnier quien, al buscar con buen olfato la otra cara de la noticia, descubrió que el adolescente estaba avergonzado y medio encerrando en casa para evitarse las burlas que la viralización que su gamberrada le estaba acarreando, y afeó a su presidente: «La autoridad presidencial que se afirma todo el tiempo y en todas partes. Del fuerte al débil«.
Le respect, c’est le minimum dans la République – surtout un 18 juin, surtout en présence des compagnons de la Libération. Mais cela n’empêche pas d’avoir une conversation détendue – regardez jusqu’au bout. pic.twitter.com/CWtPDAALhK
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) June 18, 2018
La falta de pertinencia -la impertinencia- es lo que hay en la bronca de Macron, y no un problema de educación, buenas maneras o de respeto de los jóvenes ante las autoridades o los mayores. Y es un problema de mayor relevancia. Las buenas maneras se aprenden, la educación se adquiere con el conocimiento del protocolo y el respeto es consecuencia necesaria de reconocer el mérito en el otro. Pero la pertinencia es difícilmente manejable si perteneces a una generación hiperestimulada con mensajes que afirman que tú eres el centro del mundo, que lo importante es que seas natural, fresco, original, que sorprendas siempre y a todos. Mensajes que son el argumento fundamental de la publicidad, las series, las películas o la música- videoclips incluidos- que reciben niños y jóvenes de todas partes como regalo de la globalización cultural, y que vienen a decir que para ser auténtico lo que hay que ser es impertinente.
Los videojuegos nos hacen mejores . Un consumo moderado tumba la leyenda negra
Probablemente el adolescente francés al que Macron afeó su conducta, solo quería ser auténtico, original, fresco, sorprender… Y que pasara los días siguientes encerrado y avergonzado no tiene por qué ser necesariamente negativo. Tampoco que esté asumiendo la autoridad presidencial y su lugar frente a ella. En casa -sin prestar atención a los comentarios de los medios políticos y de espaladas al ritmo enloquecido de las redes sociales- para empezar podría estar asumiendo que el escarnio público es el resultado de hacer a la vista de todos algo inapropiado, que no original ni fresco. También en casa, acompañado por su familia, es donde este joven puede descubrir que no es el centro del mundo. Que tiene valor, pero que también tiene límites en su relación con otras personas. En la tranquilidad de casa es donde puede asumir que el respeto es consecuencia natural del reconocimiento de los méritos del otro. Y quizá, este adolescente tenga unos padres que sepan explicarle con mejores palabras, pero con la misma agudeza, aquello último que le dijo Macron al abroncarle: “Y haces las cosas en orden. El día en que quieras hacer la revolución, primero consigues una titulación y aprendes a ganarte la vida por ti mismo. Y después, ya irás a dar lecciones a otros».