Carmen Sánchez Maillo | 17 de mayo de 2017
Ya nos lo decía Chersterton: “El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, no es un comercio, ni una fábrica, ahí veo yo la importancia de la familia”. Y es que no es indiferente, no da igual al hombre de quién se nace y con quién se muere. La familia es el lugar para nacer y morir y, en medio de estos dos actos fundamentales, transcurre nuestra vida, también en familia. Lo propiamente humano supone una excepción entre todos los vivientes: merece una expectativa que precede al nacimiento y guarda una memoria posterior a la muerte. Expectativa y memoria se producen por la clase de ser que somos: únicos e irrepetibles desde la concepción hasta la muerte. Ningún animal espera la vida por nacer con tanta ilusión y esperanza como el hombre. Incluso aunque la vida naciente no sea esperada en ese preciso momento, ni tal y como viene, acabará siendo querida tal y como y es, tal y como llegó. Igualmente es propio del mundo humano –y no animal- la memoria que guardamos a nuestros seres queridos tras su defunción; sus personas, sus recuerdos nos llenan de nostalgia el corazón. Tan solo la esperanza del volver a abrazarlos algún día consuela nuestro dolor ante el vacío que deja su ausencia.
Hay, además, una pregunta que nos constituye: necesitamos saber quiénes son nuestros padres. Este deseo del corazón humano se hace muy patente en tantas historias reales de búsqueda de padres sanguíneos, en caso de adopción, o de donantes anónimos, en los casos de fecundación artificial. Es experiencia común, sin apenas excepciones, para todo hijo que no ha tratado a sus padres, el deseo de conocerlos -o de indagar cómo fueron. En este sentido resulta muy conveniente y oportuno narrar a los hijos los orígenes, las anécdotas y hasta las hazañas familiares- si las hubiera- de los abuelos y antepasados. Estas historias de familia vienen a situar al niño en unas raíces que necesita escuchar y conocer, pues le afianzan y le forjan en un terreno seguro: el de su procedencia.
La familia es el lugar correlativo y proporcionado al ser humano, es el escenario perfecto que acoge todas nuestras peculiaridades para ser queridos desde que nacemos hasta que morimos
No somos ingenuos, sabemos que no siempre las cosas en la familia funcionan, sabemos que hay daño, que hay infidelidad, que hay ruptura, que hay dolor, pero incluso aunque no todo en la familia vaya bien, las personas la buscan, la anhelan y vuelven a ella. La familia está en el corazón del hombre, pues ir contra ella provoca infelicidad. El hombre es el único animal que tiene familia, por eso algunos autores han denominado al hombre “animal familiar”. Todos queremos un lugar donde se nos aprecie y se nos quiera tal y como somos. La familia es el lugar correlativo y proporcionado al ser humano, es el escenario perfecto que acoge todas nuestras peculiaridades para ser queridos desde que nacemos hasta que morimos, pues como reza el refrán español: “Genio y figura… hasta la sepultura”
El camino de la familia es como el de la vida, no todo está dicho de antemano, en este lugar como en ningún otro hay vuelta atrás y posibilidad de recomenzar y volver de nuevo. Por ello, la familia es el lugar al que siempre se vuelve.