María Solano | 02 de octubre de 2018
Los prejuicios que enturbian la relación con la suegra o con otros miembros de la familia política son un grave menoscabo para la unidad familiar. La clave está en un eficaz equilibrio y en multiplicar el diálogo.
“Lo malo del matrimonio es que estás obligado a casarte con alguien que no es de tu familia”, sentenciaba un día una amiga. Y posiblemente este es uno de los mayores problemas de toda relación de pareja: que cada uno es, literalmente, de su padre y de su madre y, por lo general, lo que le han enseñado su padre y su madre le parece mucho mejor que lo que enseñaron otros padres y otras madres. Por eso en tantas parejas ocurre que la relación con la suegra es precisamente eso, un problema “de familia” porque “no es de la familia”.
Los expertos en relaciones de pareja saben que en la familia política y la de sangre se encuentran no pocos de los ingredientes que suscitan conflictos matrimoniales.
La primera causa de problemas suele ser la incomprensión que generan los comportamientos de los demás. A veces se trata de grandes cuestiones vitales en las que las dos familias chocan de pleno. Pero esta situación no es la más habitual. Lo más frecuente es que los roces se produzcan por detalles menores, desde las costumbres de la comida en cada casa hasta si se deja o no jugar a los niños en el salón. Si analizamos de manera racional el problema, puede que nos topemos con que el quicio de la mala relación con la suegra se fundamenta en algo tan banal como si la tortilla de patatas se hace con cebolla o no.
Otro de los elementos en los que tenemos que fijarnos para evitar problemas de pareja en la relación con la familia política es el cambio de roles. Cuando “volvemos” a casa, pasamos de ser esposos o padres a volver a ser hijos. Entonces se suelen producir algunos conflictos, porque perdemos autoridad en algunas áreas al quedarnos en terreno intermedio entre un papel y el otro. Por eso es importante tener definidos los límites claros que no se van a sobrepasar y saber expresar, desde el respeto y el cariño, cuáles son nuestros presupuestos de partida, las líneas rojas que no deseamos traspasar.
En ocasiones, lo que se esconde detrás de los problemas es una forma de celos en la pareja. Normalmente, ese tipo de celos se refiere al tiempo dedicado a la familia extensa y no empleado para el matrimonio. Para paliar esta situación, es importante reservarse espacios propios y dialogar con la familia para que entienda la necesidad de cuidar especialmente de la pareja.
Pero la mejor manera de evitar caer en los prejuicios sobre la familia política está en la actitud que tengamos al respecto. Evitar las comparaciones constantes y no presentarse ante cada encuentro familiar «a la defensiva» nos ayudará a tomar un punto de partida más adecuado. Después tendremos que ser más compresivos con lo que consideramos defectos del otro. Nos ayudará fomentar el amor por nuestra pareja y pensar que no solo lo malo sino, sobre todo, lo bueno que tiene es fruto de esa familia política a la que, en realidad, le debemos tanto: le debemos a la persona a la que amamos.
Y, precisamente, será esa cuidada relación de pareja la que nos ayude a transigir, a hacer «la vista gorda» en más de una ocasión, simplemente por amor al otro, para no ponerlo entre la espada y la pared. Porque si le obligamos a elegir, le estamos causando un dolor. Más aún, estamos enturbiando al mismo tiempo nuestra relación con la familia política, en tanto en cuanto sienten que intentamos dividir, aunque nuestra intención no fuera esa.
El diálogo es el mejor de los caminos para prevenir y resolver este tipo de conflictos. Porque necesitamos partir de la base de que la familia política y la propia, la familia extensa, son claves en la relación de pareja. Ahí está el origen de la persona a la que queremos, ahí nació y creció y recibió la educación que lo conforma como es.
Y la familia también necesita dialogar con los «llegados de fuera», entender esos cambios de roles que se van produciendo a lo largo del tiempo, encontrar los nuevos papeles que hay que representar y valorar la felicidad de los otros por encima de todo. Esta labor es complicada para los padres que han alcanzado el estatus de suegros. La relación con la suegra se toma como referente de uno de los habituales escollos. Pero, si se valorase desde una perspectiva diferente, la pareja sería la primera en salir ganando.