Carmen Sánchez Maillo | 05 de abril de 2017
Una ley del ordenamiento jurídico español, particularmente, la Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor, dio hace más de dos décadas la posibilidad a los hijos de fiscalizar ante los tribunales la conducta de sus padres. Esta misma ley es la que hace a los menores de 18 años prácticamente inmunes a la responsabilidad de sus actos. No existen leyes neutrales. Habitan en cada ley planteamientos de fondo que recogen la atmósfera de un entorno cultural y las consecuencias de su aplicación, pese a lo peregrinas que puedan llegar a ser; pueden tardar en llegar, pero siempre llegan.
Hace poco, el Juzgado de lo Penal número 1 de Almería absolvió a una madre que se enfrentaba a nueve meses de prisión a petición de la Fiscalía, acusada por un presunto delito de malos tratos por quitar el móvil a su hijo de 15 años para que se pusiese a estudiar.
La construcción de una familia es la construcción de una sociedad. A sensu contrario, la destrucción de una sola familia contribuye a la destrucción de toda una sociedad. Lo curioso del caso español es que es el propio sistema el que se provee de herramientas para su autodestrucción. La Ley del Menor que, bajo la excusa de la ampliación de derechos cuestiona la autoridad de los padres, los únicos que hacen posible la formación de hombres libres, habla por sí sola.
Una sola familia prefigura un cosmos, de hecho, lo construye. Un polo femenino y otro masculino comienzan un camino de abandono de su individualidad para iniciar algo nuevo: una familia
Solo pensar las consecuencias concretas en esa familia del proceso judicial mencionado produce escalofríos. El peaje que dicha familia ha tenido que pagar por ejercer la autoridad no solo resulta kafkiano, es una anécdota que prefigura la categórica debilidad de sociedad occidental. Una sociedad que pretende convertir todo deseo en un derecho y que traslada al ámbito de lo reclamable las apetencias infantiles o de sujetos inmaduros avanza inclinada a su seguro eclipse. Donde toda pretensión es igualmente importante y resulta digna de derecho, nada acaba teniendo valor.
Una sola familia prefigura un cosmos, de hecho, lo construye. Un polo femenino y otro masculino comienzan un camino de abandono de su individualidad, de progresiva y discutida fusión para iniciar algo nuevo, una familia que, partiendo de ellos, no se agota en cada uno, sino que produce con cada hijo una realidad distinta e inigualable. Se trata de un largo viaje, pero los hitos del camino apuntalan esa nueva identidad.
La construcción de una familia es la construcción de una sociedad. A sensu contrario, la destrucción de una sola familia contribuye a la destrucción de toda una sociedad
Cada hijo nacido pone en evidencia la libre adhesión del primer momento. Los años juntos permiten afirmarse hacia el futuro; el crecimiento de los afectos, la solidez de los vínculos verifican que es posible, animan a continuar la labor iniciada. Así, la organización del día a día, la previsión del futuro, el continuo cuidado y la educación de los hijos como una labor que no termina nunca pueden proyectarse más allá de los confines de la familia y presentarse como principios de todo gobernante, como ladrillos de todo edificio, pilares del cualquier sociedad.
Frente a la inexorable verdad del proceso descrito en el párrafo anterior, la Ley del Menor y sus penosas consecuencias constituyen la acabada expresión de una sociedad que concibe al sujeto sin vínculos, como una isla solitaria. Recordemos las advertencias del poeta inglés John Donne: “No man is an island”, no hay hombre que pueda vivir aislado. Convertir en ley un principio de disolución de la autoridad de los padres es poner a disposición del menor una bomba para generar el caos, es fletar un barco con dirección al abismo. No basta con que el Tribunal Supremo haya restringido las aplicación de esa ley, no basta con que, de momento, los jueces que afrontan estos casos impongan el sentido común, el cauce está abierto y corre caudaloso y los jóvenes de hoy llegarán a ser los jueces del mañana. Y entonces, ¿qué?