Javier López Martínez | 24 de enero de 2018
El perdón se empezó a estudiar por los psicólogos en la Universidad de Wisconsin Madison por parte de Robert Enright, ya que estaba profundamente convencido de que la teoría del desarrollo del juicio moral en los niños de Kohlberg necesitaba ser complementada por una teoría del desarrollo del perdón. Ciertamente, el perdón complementa a la justicia en todas las ocasiones y no solo en nuestro desarrollo cuando somos niños.
Cada cierto tiempo aparecen en nuestra vida o en los medios de comunicación sucesos que parecen imperdonables o que parecería sano no perdonar dentro de la familia (abusos a menores, malos tratos a mayores, violencia hacia la mujer, etc.). Ciertamente, no es saludable volver a una relación donde se producen estos abusos y malos tratos. Ningún psicólogo invitaría a una persona a volver a una relación en la que continúan los abusos, aunque se haya perdonado al familiar ofensor. El perdón es un asunto esencialmente individual que no conviene confundir con la reconciliación, que tiene que ver con la restauración de la relación. La confianza no se puede restaurar si el familiar no es confiable. Es importante no confundir perdonar con negar, ignorar, minimizar, tolerar, condonar, excusar u olvidar la ofensa. Con frecuencia oímos “perdono pero no olvido” y lo cierto es que si uno olvida ya no necesita perdonar, porque la ofensa deja de existir en quien no la recuerda.
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El perdón es un proceso interior complejo que cuando se experimenta plenamente puede marcar el comienzo de un proceso de sanación profunda dentro y entre los familiares. La cuestión verdaderamente importante no es si se cometieron errores, sino cómo se hace frente a ellos cuando se producen. El perdón implica dos palabras («per» y «don» en español, “for” y “giveness” en inglés, «per» y «dono» en italiano, etc.); así que siempre que un familiar dice a otro “yo te perdono” lo que realmente sucede es que ese familiar le ofrece al otro gratuitamente su perdón. El perdón implica dar un regalo que, recordando el pasado, mira al futuro.
El perdón no niega la necesidad de justicia pero va más allá. No basta con decir yo te perdono para que realmente el proceso de perdón se produzca. De hecho, conviene recordar las ofensas que el familiar ha cometido con uno y el sufrimiento asociado a dichos actos ofensivos. Asimismo, conviene mantenerse firme en el perdón, pues es fácil volver a estados previos de no perdón, momentos de incertidumbre o de retorno a la ira y a la amargura. Con todo, también es importante que los familiares trabajen para empatizar con su ofensor, tomando la perspectiva del otro. Esto se hace sin condonar las acciones del otro o invalidar los, a menudo, fuertes sentimientos negativos que la persona ofendida experimenta.
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Los conflictos dentro de las relaciones familiares son inevitables. Estos conflictos pueden dejar cicatrices emocionales duraderas en el funcionamiento de los familiares, sobre todo en lo que respecta a la cercanía mutua y confianza; particularmente, si son incapaces perdonar y resolver eficazmente sus conflictos. Por ello, el perdón se nos ofrece siempre como una alternativa poderosa, aunque difícil y compleja, para superar las injusticias y traumas que se producen en las familias.
Perdonar requiere sucesivamente llevar adelante con éxito procesos intrapersonales complejos. Este proceso no es automático y a menudo no se produce en una forma lineal, pero resulta un gran regalo para uno mismo y para el resto de los familiares que merece la pena poner en práctica.