Javier López Martínez | 20 de febrero de 2019
La vida familiar es fuente de gozo y también de disgustos. Estar mal es normal y hasta sano. Ante la tiranía de la felicidad, hay que disfrutar del presente y hacer limpieza de los sufrimientos sucios.
Los conflictos familiares que generan sufrimiento a los distintos miembros de la familia pueden darse en numerosos ámbitos: reacciones emocionales, estilos de crianza de los niños, relaciones con otros familiares y amigos, asuntos económicos, tareas domésticas… Prácticamente todos estaríamos de acuerdo en afirmar que la vida familiar es fuente de gozo y también de disgustos. Aunque se viva en familia con las necesidades básicas más que cubiertas (beber, comer, dormir, descansar, tener un techo en el que refugiarse…), esto no quiere decir que no experimentemos dificultades.
En algunas ocasiones, desde algunos ámbitos de la psicología se ha podido mandar el mensaje de que siempre hay que estar bien a pesar de todo, o que lo ideal es reír todo el tiempo, o incluso negar el sufrimiento y el dolor. Vivimos una cierta “tiranía de la felicidad”, una “feliciología impuesta”, pero lo cierto es que en todas las familias se sufre malestar por la muerte de un ser querido (a veces terrible, como en el caso reciente del niño Julen, máxime cuando su hermano había fallecido por una muerte súbita), las enfermedades crónicas o graves, accidentes, pérdidas o cambios de empleo, divorcios y separaciones, etc. No se puede estar siempre bien. Más aun, estar mal es normal, inevitable y, si se quiere, sano.
La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) hace hincapié en que conviene diferenciar entre el sufrimiento “sucio” y el sufrimiento “limpio”. El sufrimiento limpio es el malestar que acontece inevitable y naturalmente en nuestras interacciones familiares, en nuestra vida. Es aquel sufrimiento inevitable inherente a la condición humana. Hay algunas situaciones familiares que producen una respuesta normal de estrés y que en la mayoría de las personas provoca necesariamente sentirse mal durante un tiempo. Este es el sufrimiento limpio. Hay una causa concreta y objetiva y un sufrimiento también concreto y de duración limitada. Se experimenta malestar, pero con el tiempo se debilita y desaparece.
Por el contrario, el sufrimiento sucio es aquel malestar que nosotros mismos añadimos cuando tratamos de controlar, eliminar o reducir el sufrimiento que nos trae la vida. Sufrimos sucia e inútilmente cuando sufrimos por lo que nos decimos a nosotros mismos sobre el malestar pasado (p. ej. “fue por mi culpa”) o cuando anticipamos el malestar que aún no ha llegado (p. ej. “no lo voy a poder soportar”) o cuando negamos nuestros propios sentimientos (p. ej. “estoy fenomenal”, evitando pensar que no se para de llorar).
Así, por ejemplo, en la falta de sueño que padece una madre con un bebé recién nacido, el sufrimiento limpio es el malestar esperado (p. ej. la fatiga) que se experimenta por el hecho de dormir a saltos cada vez que se despierta su bebé. El sufrimiento sucio es, a su vez, el malestar adicional que se experimenta como resultado de tratar de controlar o eliminar el sufrimiento limpio. Esta madre puede, por ejemplo, evitar ciertos comportamientos que teme que provoquen dormir mal.
Así, por ejemplo, ella disfruta escuchando música y cantando por las tardes-noches con su bebé, pero ha interrumpido esta actividad porque tiene miedo de que no favorezca su propio dormir. Incluso trata de evitar cualquier valoración sobre su insomnio porque le hace estar más nerviosa y termina durmiendo peor. Con todo, esta madre es consciente de que sus intentos de luchar o controlar el sueño y la fatiga le producen un mayor sufrimiento al día siguiente.
Otros ejemplos de sufrimientos sucios son: “Esta es la tercera vez que discutimos esta semana. ¿Quizás tenemos un problema de pareja gravísimo? Mi primo me contó que le pasaba lo mismo y terminó separándose de su mujer” “¿Cómo vamos a tener un hijo ahora? La economía está fatal y no va a mejorar. A este paso, terminaremos en la calle como unos sintecho” “¿Por qué mi hijo no quiere ser farmacéutico como yo? Él me dice que no es por nada que tenga que ver conmigo, pero estoy seguro de que he hecho algo mal para que no quiera tener esta profesión maravillosa. Todos mis esfuerzos por montar una farmacia de prestigio se terminarán cuando me jubile”…
En todos estos casos que se acaban de relatar, algo desagradable ha ocurrido (sufrimiento limpio) pero, en lugar de afrontarlo, aceptarlo y dejarlo pasar, se comienza a dar vueltas a todo tipo de historias en la cabeza (sufrimiento sucio).
Para tratar de detectar nuestros sufrimientos sucios, podemos preguntarnos después de algún acontecimiento que nos ha hecho sentirnos atascados o luchando contra nuestros propios pensamientos o sentimientos: ¿luché contra cosas que no me gustan? ¿Me critiqué a mí mismo por lo ocurrido? ¿Traté de evitar ver mis reacciones o hacer como si no hubiesen pasado? ¿Traté de distraerme comiendo, bebiendo, viendo la TV, etc.? Por el contrario, las preguntas ante esos mismos acontecimientos para detectar el sufrimiento limpio son: ¿cuáles fueron los pensamientos, sentimientos, imágenes o sensaciones físicas que surgieron inmediatamente?
Obviamente, hay muchos retos y malestares legítimos que se experimentan en la vida familiar. Incluso la gente más feliz con su vida en familia no es inmune a esto.
Hay sufrimientos limpios que están en consonancia con nuestros valores. Así, se puede sufrir limpiamente cuando los recién casados renuncian a viajes lejanos u otros gastos placenteros porque quieren pagar la hipoteca del piso lo antes posible; cuando los padres buscan un colegio al que los niños tienen que ir en autobús porque se piensa que es el mejor de todos pese al tiempo empleado en llegar; cuando se deja que los hijos adolescentes vistan a su manera porque se cree que ya tienen edad para aprender a elegir y a equivocarse; cuando los hijos compaginan sus trabajos con el cuidado de un padre mayor dependiente porque consideran que así devuelven algo de lo que sus padres hicieron antes por ellos; cuando los abuelos deciden libremente ir a buscar y a llevar a los nietos al colegio, en lugar de hacer otras cosas, porque consideran que así sus hijos pueden conciliar mejor la vida familiar y laboral.
Y así, cada cual seguro que podría añadir una larga lista de situaciones en las que elegimos hacer cosas en la familia, aunque esto suponga esfuerzo, sufrimientos y preocupaciones.
No obstante, cuando caemos en la cuenta de cuántos de nuestros sufrimientos son causados por nuestras interpretaciones, juicios, aversiones, deseos… somos conscientes de cómo muchas veces el problema no es que tengamos problemas en la familia, sino que nosotros somos el problema con las interpretaciones y suposiciones que hacemos de lo que ha pasado o de lo que creemos que va a pasar.
Vivamos el presente familiar con toda la felicidad que podamos, sabiendo, como se dice en la escena final de la película Con faldas y a lo loco, que “nadie es perfecto”. Hagamos limpieza de nuestros sufrimientos sucios en la medida de lo posible.