Juan Cantavella | 23 de junio de 2017
La base de la formación profesional de Ángel Herrera fue la carrera de Derecho. Era un mero espectador del periodismo, aunque la prensa caló hondo en su espíritu desde que se cruzó en su camino y ya nunca la abandonó.
Bien lejos se encontraba Ángel Herrera de pensar que buena parte de su vida iba a estar volcada en la prensa. La carrera de Derecho constituyó la base de su formación profesional y el puesto de abogado del Estado podría haber devenido la realización de ese ejercicio. Del periodismo era mero espectador, como también lo era de la política, de la economía o de las artes, sin que en principio mostrara especial atracción por ninguno de ellos. Pero la necesidad de atender esta parcela se cruzó en su camino y ya nunca la abandonó, ni siquiera cuando su vocación sacerdotal lo apremió, ni siquiera cuando la dignidad episcopal o el cardenalato le impusieron otras obligaciones. La prensa había calado hondo en su espíritu y, conocedor de las potencialidades que contiene, durante el resto de su existencia proyectó mirada y acción sobre ella, porque se sentía próximo y la sabía merecedora de su atención.
A finales del siglo XIX y principios del XX, los católicos españoles perciben con claridad que es necesario apoyar la “buena prensa” y que es indispensable contar con un rotativo nacional que ayude a unirlos en sus discrepancias y a defenderse de quienes acechan. Varias acciones fallidas no desaniman a los convencidos y los propagandistas se suman a esta corriente, con lo que optan por intentarlo con brío. Consiguen una cabecera, pero necesitan un director. ¿A quién recurrir? A quien más esfuerzos está poniendo en llevar adelante el proyecto empresarial, que no es otro que Herrera. ¡Pero si no es periodista, si no ha mostrado ninguna inclinación hacia la prensa, si cree que no está capacitado para una responsabilidad tal…!
Cuando Ángel Herrera se acercaba o trataba de la prensa, lo hacía desde el conocimiento y desde el amor: “Hablo sobre un tema tan mío como el del periodismo, por el que siento una decidida y entusiasta admiración”, confesaba en Valencia
No importa: ha recibido una sugerencia imperativa para que se apreste a la tarea y no lo duda. Tomará las riendas de El Debate como si toda la vida se hubiera estado preparando para ello, como si no hubiera un quehacer que le satisfaciera más. No trata de salir del paso, de cumplir una misión impuesta, descargando en la espalda de los subordinados el trabajo que le han pedido, sino que se involucra plenamente en la tarea: aprende, se esfuerza, piensa, se exige a sí mismo y a los demás. Y no durante seis meses o dos años, sino más de dos décadas. El que no sabía de prensa, sino por la lectura del periódico, pondrá pasión para transformar una cabecera desacreditada en un diario de referencia en España y fuera de España; inventará secciones y descubrirá colaboradores, emprenderá iniciativas que los competidores copiarán; buscará a los mejores redactores y, cuando no los encuentre, pensará que es responsabilidad suya el formarlos.
En 1933, dejará la dirección de El Debate y pondrá un rumbo nuevo a su vida, pero nunca dejará de lado al periodista en que se había convertido. Esté donde esté, su interés por la prensa en general, y por la Editorial Católica en particular, será una constante. Desde 1958 a 1967, asumirá la presidencia de la Junta de Gobierno de la institución y siempre estará pendiente de lo que afecta a la empresa periodística que ha creado y a toda la prensa. Solo hay que repasar sus Obras Completas para caer en la cuenta de la cantidad de artículos, conferencias, textos y gestiones que le ocupan durante el tiempo en que se encuentra asediado por otras obligaciones. El que no dejara pasar sin réplica un discurso del ministro de Información cuando ya era obispo de Málaga muestra a las claras que las directrices del régimen en materia de prensa no era un asunto que le resultara ajeno y, además, no estaba dispuesto a ocultar su desacuerdo con la orientación exigida desde el poder para esta materia: “El régimen actual ofrece dos puntos vulnerables muy difíciles de conciliar con la ‘enseñanza católica’: la censura y las consignas. La censura, por el modo de practicarla. Las consignas, como principio” (OC I: 949).
Cuando Ángel Herrera se acercaba o trataba de la prensa, lo hacía desde el conocimiento y desde el amor: “Hablo sobre un tema tan mío como el del periodismo, por el que siento una decidida y entusiasta admiración”, confesaba en Valencia, en 1926 (OC V: 191). Por eso, es inexplicable que sus seguidores, una vez desmantelada la Editorial Católica, no hayan apostado decididamente por reafirmarse en aquella obsesión herreriana y reinventar una presencia decidida, sólida y fulgurante en los medios. Las metas que un grupo de católicos se impusieron en 1911 continúan siendo válidas y apremiantes cien años después.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.