Javier Arjona | 01 de diciembre de 2018
Un papel fundamental para lograr la estabilidad y acabar con el régimen de la Restauración.
Arrancaba en 1902 el reinado efectivo de Alfonso XIII, tras unos años lánguidos de regencia de María Cristina de Habsburgo, y lo hacía con una España aturdida tras el impacto del Desastre del 98 y la pérdida de las posesiones en Cuba, Filipinas y Guam. En la escena política irrumpía un incipiente nacionalismo de la mano del vizcaíno Sabino Arana y la Lliga Regionalista, mientras el fuerte desarrollo industrial del País Vasco, Asturias y Cataluña espoleaba a un movimiento obrero ya consolidado.
En aquellos primeros compases del siglo XX, un prometedor abogado mallorquín que había llegado a la política de la mano de Germán Gamazo y que pronto se convirtió en ministro bajo el Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, comenzaba a virar ideológicamente, dejando el Partido Liberal para integrarse en el Partido Conservador. Se trataba de Antonio Maura, un regeneracionista llamado a convertirse en personaje clave de la etapa alfonsina, y que sería nombrado presidente del Consejo de Ministros hasta en cinco ocasiones en el convulso periodo político comprendido entre 1903 y 1922.
El modelo turnista pactado por Cánovas y Sagasta, a la muerte de Alfonso XII, seguía marcando el paso en el tránsito a la nueva centuria, en una sociedad inundada por el pesimismo tras los ecos de la derrota cubana, las prácticas caciquiles y los cada vez más frecuentes atentados anarquistas. El propio Antonio Cánovas había sido asesinado en 1897, siendo presidente del Gobierno, y Alfonso XII sufrió aquella violencia presente en las calles el mismo día de su boda, el 31 de mayo de 1906, al explotar una bomba al paso de la comitiva nupcial que trasladaba a los Reyes desde la iglesia de los Jerónimos al Palacio Real.
El magnicidio frustrado fue la consecuencia de una situación política que ya se había tensado un año antes, cuando un grupo de militares asaltó en Barcelona la revista satírica ¡Cu-Cut!, que en sus viñetas había ironizado con las recientes derrotas de un ejército venido a menos. El apoyo del Rey al estamento militar hizo que aquellos hechos quedaran finalmente impunes, en contra del criterio del Gobierno, entonces encabezado por el liberal Eugenio Montero Ríos. Aquel partidismo del monarca hizo que prendiera en Cataluña con más fuerza la mecha nacionalista, mientras se sentaba el grave precedente de la cesión ante una insubordinación militar que llegaría a su culmen tras el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en 1923.
Ante el delicado panorama político, que trajo consigo importantes disensiones en el seno del Partido Liberal, el Rey llamó al estadista Antonio Maura para pedirle formar un Gobierno capaz de estabilizar la situación. El entonces veterano abogado, que tenía 53 años y que ya había presidido en 1903 el Consejo de Ministros, tomó las riendas del Ejecutivo para poner en marcha lo que denominó la «revolución desde arriba». Se trataba de un programa de regeneración política, impulsado desde el Gobierno y las instituciones, con el objetivo de lograr el apoyo popular para la monarquía y recuperar el prestigio a nivel internacional.
Maura protagonizó entonces el conocido «Gobierno largo», entre los años 1907 y 1909, toda vez que desde que comenzara el siglo XX se habían sucedido hasta catorce Gobiernos diferentes, una clara muestra de la inestabilidad política reinante en aquella España que no acababa de funcionar con el ya desgastado modelo turnista de la Restauración. El mallorquín se propuso como objetivo para aquel mandato acabar con las prácticas caciquiles y rebajar la tensión con Cataluña, mientras se consolidaba un proyecto colonial en el norte de África.
Llegado el verano de 1909, una derrota militar en las cercanías de Melilla, conocida como el Desastre de Barranco del Lobo, hizo estallar una huelga general en Cataluña, en respuesta al envío de reservistas a la región africana. Los hechos acabaron derivando en un terrible levantamiento anticlerical iniciado en Barcelona, con profanación de templos y cementerios de conventos, al achacar los insurrectos a la Iglesia buena parte de los problemas que sufría el país. Las consecuencias de aquella Semana Trágica provocaron que el Bloque Izquierdas, conformado por liberales, republicanos y socialistas, hiciera caer al Gobierno de Maura.
Desde que se instauró el pactismo en 1885 entre liberales y conservadores, nunca un partido había buscado el poder a costa del otro. La traición política del Partido Liberal, liderada entre otros por el conde de Romanones e impulsada por una parte de la prensa afín a la causa, hizo que Antonio Maura diera por finiquitado el régimen político de la Restauración. Una nueva era se abría en España con la irrupción de nuevos partidos antidinásticos, republicanos y socialistas que, aunque suspendidos tras el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, acabarían siendo elementos clave para la llegada de la Segunda República.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.