Manuel Bustos | 25 de noviembre de 2017
Los hombres providenciales tienen hoy mala prensa. No nos fiamos, los consideramos contrarios a la democracia, a la voluntad popular expresada a través de las urnas; preferimos la acción compartida, controlada y que el responsable de ejecutarla no exhiba demasiado su autoridad. Tal vez por eso, Cisneros, a pesar de sus méritos enormes, no goza hoy del debido reconocimiento patrio. Es más, entre tantas cosas que ignoran nuestros jóvenes, es seguro que no saben de quién se trata. Y, sin embargo, Francisco Jiménez de Cisneros pertenece a esa lista, larga historiográficamente hablando, de hombres providenciales.
Pocas cosas escaparon a su presencia: reformador religioso, arzobispo, cardenal, inquisidor, impulsor de la cultura y el saber, político, etc. Mas su mayor importancia estriba, sin duda, en su labor como gobernante en momentos críticos para la Monarquía y, por ende, para la propia España.
A pesar de sus orígenes humildes, Cisneros pudo realizar estudios universitarios en Salamanca e ir preparando, con el apoyo de sus padrinos, su cursus honorum vinculado a la Iglesia, llegando al grado de cardenal. Sin embargo, en un momento concreto de su vida, se produjo un cambio decisivo. Aunque prometedor y, hasta cierto punto, tranquilo, a Cisneros no le bastaba con los honores específicos del sacerdocio. Su propia personalidad y su meditación de las Sagradas Escrituras llegan a convencerlo de la necesidad de una mayor exigencia de vida, de una mayor perfección.
Buscará obtenerla en la orden observante franciscana. Se retira, pues, al monasterio de la Salceda, vivero de santos, en Guadalajara. Troca su nombre de Gonzalo por el de Francisco, en honor al Santo de Asís, y su ropaje de clérigo ordinario por el humilde hábito franciscano. Sale hombre nuevo, decidido y con ínfulas de llevar a sus hermanos de orden hacia costumbres de vida acordes con la regla primitiva de la misma. Su fuerte personalidad (llegará a enfrentarse con su predecesor en la sede toledana, Alfonso Carrillo) y la conversión experimentada en dicho tiempo lo impulsan decididamente a la reforma. La necesidad de una religiosidad más evangélica está en el ambiente de la Europa de su época, desde hace tiempo. Cisneros se pone manos a la obra con decisión y se lleva más de un disgusto, como cualquiera que se proponga mover hábitos y rutinas ya consagrados por el tiempo.
Mientras su acción continúa, decimos, no sin esfuerzo, Cisneros es llamado a más altos menesteres. Desde la cumbre de su poder, los Reyes Católicos, embarcados igualmente en diferentes reformas, han puesto los ojos en él. Y mientras elevan a fray Hernando de Talavera al arzobispado de Granada, la ciudad recién conquistada, Cisneros es nombrado, a la vez, con su aquiescencia, arzobispo de la Sede Primada de Toledo. Sin embargo, lo que para cualquier clérigo de su tiempo era un timbre de gloria y honor, constituye para él, ganado por el espíritu de sencillez evangélica, una pesada carga. Pero su carrera se ha disparado y al siguiente paso estará junto a los Reyes. Llamado por Isabel, sustituye a fray Hernando como confesor.
Ya no dejará de participar en las empresas de los monarcas: enviando franciscanos a las Indias para que las conquistas terrenales vayan acompañadas de la necesaria evangelización de los indios u orientando a Isabel en muchas de sus decisiones. Tras la muerte de esta en 1504, Cisneros toma el relevo de las campañas que prolongan la Reconquista por el Norte de África (así, en Orán). Lo compatibiliza con su importantísima labor, desde su sede toledana, como mecenas cultural e impulsor en la archidiócesis del rito mozárabe. Su obra cumbre será la creación de la Universidad de Alcalá de Henares, unida al ambiente que ha deseado crear a su alrededor: apelación a los mejores humanistas de su tiempo para que enseñen en ella, incluido, aunque no llegue a lograrlo, la figura del propio Erasmo, y, por si ello no bastara, la gran empresa que, bajo su patrocinio, supuso la traducción y publicación de la Biblia Políglota.
Menéndez Pelayo, defensor de España y su hispanidad . Lectura en tiempos convulsos
Sin embargo, su carisma de hombre de Estado se puso a prueba en dos ocasiones, coincidentes con momentos en que la magnífica obra de los Reyes Católicos está a punto de irse al traste. Isabel y Fernando no tuvieron suerte con la descendencia: el heredero al trono, el príncipe don Juan, murió apenas recién salido de la adolescencia. Su reemplazo, su hermana, la princesa Juana, no ayudaría a clarificar la situación. Sus conflictos matrimoniales, mezcla de amor y odio, con su esposo, Felipe el Hermoso, escasamente interesado por los asuntos castellanos, así como la temprana muerte de este, impidieron un gobierno estable en un Reino que no cesaba de ampliar sus dominios. Para complicar las cosas, Juana no estaba bien, y entretanto llegaba Fernando para hacerse cargo del gobierno de Castilla, Cisneros hubo de ejercer como regente entre los años 1506 y 1507. La Monarquía no pasaba por buenos momentos y la situación de interinidad animaba la agitación. El regente hubo de emplearse con energía: Fernando no era bien aceptado por todos y la reina Juana, aunque gozara de un mayor predicamento, era incapaz para regir el Estado. Sin embargo, el cardenal logró evitar el conflicto abierto.
Juana no solo sobrevivió a su marido, sino a su propio padre, Fernando, que moriría en 1516. El Reino quedaba de nuevo en una dificilísima situación, con buena parte de la nobleza, el clero y los representantes de las ciudades inquietos y dispuestos a la conspiración, sobre todo en la medida en que vieron recaería la corona en la persona de Carlos, el flamenco, hijo de Felipe y Juana, muy alejado igualmente de los intereses castellanos. Era el heredero legítimo, aunque Juana debiera abdicar antes, y como tal debía ser considerado. Pero existía una alternativa hispana a la candidatura carolina: la de su hermano Fernando, nacido y criado en España, quien había de concitar numerosas adhesiones en quienes lo veían como rey que mirase sobre todo por sus súbditos hispanos, a diferencia de Carlos, ajeno a sus problemas y expectativas.
500 años del fallecimiento de Cisneros, fundador de la #UAH. Conoce más sobre su vida en esta serie audiovisual: https://t.co/q6eAlD8t6U pic.twitter.com/SrVStIO4Mp
— Universidad Alcalá (@UAHes) September 27, 2017
Ante la posibilidad de un estallido cierto de guerra civil, Cisneros fue llamado de nuevo y este se inclinó por la legalidad. Nombrado regente de nuevo (1516), debía ejercer su función hasta la llegada del nuevo rey a España. Mantuvo el orden con mano firme. No obstante, a pesar de sus años y su delicado estado de salud, creyó necesario salir al encuentro del joven monarca; pero se quedó en el camino, junto a la localidad de Roa, en Burgos. Carlos entró como monarca discutido, pero finalmente victorioso, gracias al concurso y la firmeza del cardenal recientemente fallecido. Su labor de gobierno, en esta ocasión como la vez anterior, había sido decisiva.
Se comprende bien por qué debemos recordarlo en este centenario de su muerte. Primero, por su labor reformadora en tantos terrenos y, en definitiva, por su propio peso histórico y su relevante papel en momentos críticos de nuestra historia. Y hoy, cuando nuestro país se halla en una situación de grave crisis política y de falta de sentido de Estado en tantos de sus políticos y líderes, muy especialmente. El recuerdo de un hombre de la talla del cardenal Cisneros cobra, en definitiva, mayor vigor que nunca. A pesar del limitado reconocimiento de una sociedad adormecida.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.