Javier Arjona | 05 de enero de 2019
Alvaro Figueroa encarnó como nadie a la sociedad aristocrática del primer cuarto del siglo XX, que movía los hilos de la política nacional desde sus redes caciquiles.
Los sucesos acaecidos en Barcelona durante la Semana Trágica, en aquel violento verano de 1909, pusieron en la cuerda floja al veterano presidente Antonio Maura. El político mallorquín, que presentó una dimisión aceptada sin disimulo por el rey Alfonso XIII, acabó cayendo tras el procesamiento del anarquista Francisco Ferrer y la repercusión que este hecho tuvo en ciertos sectores de la prensa internacional.
Fue entonces cuando liberales y republicanos conformaron, junto al emergente partido socialista, el denominado Bloque de Izquierdas precursor de la formación que en febrero de 1936 acabaría concurriendo a las elecciones generales bajo el nombre de Frente Popular.
Aunque Maura todavía ocuparía la presidencia del Consejo de Ministros en otras tres ocasiones, entre 1918 y 1921, en el periodo previo a la irrupción del general Miguel Primo de Rivera, su tiempo político había concluido. Los partidos antidinásticos habían llevado en volandas al Partido Liberal al grito de «¡Maura, no!» y el monarca decidió entonces encomendar la tarea de formar gobierno a Segismundo Moret, antiguo ministro de Hacienda bajo el efímero reinado de Amadeo de Saboya, y que ya había dirigido el ejecutivo en 1905 sustituyendo a Eugenio Montero Ríos tras los sucesos del ¡Cu-Cut! El acercamiento de Moret al republicanismo hizo que pocos meses después el rey acabara decantándose por José Canalejas, liberal de corte más moderado, para convocar elecciones generales.
Precisamente durante esta etapa se abordó la cuestión catalana con la creación de la Mancomunidad de Cataluña para satisfacer las cada vez más insistentes demandas de la Lliga Regionalista. También en aquella legislatura se aprobó la Ley del Candado, que buscaba frenar el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en España con el supuesto objetivo de frenar un creciente auge anticlerical.
Fue entonces cuando el periódico El Debate, dirigido por Ángel Herrera Oria y precursor del actual eldebatedehoy.es, llevó a cabo una campaña en contra de la política del gobierno. Las continuas fricciones entre Iglesia y Estado acabaron con la retirada del embajador español en Roma.
En aquella España de principios del siglo XIX, atrasada social y económicamente, y acostumbrada a las prácticas caciquiles, un personaje entre bastidores iba ganando peso político. Álvaro Figueroa y Torres Mendieta, I conde de Romanones, había sido ministro de Instrucción Pública del Gobierno liberal de Sagasta en 1901 y años más tarde formó parte del ejecutivo de Moret como ministro de Gobernación.
Precisamente en aquella época el conde de Romanones apadrinaba a un joven y prometedor abogado cordobés recién llegado a Madrid, Niceto Alcalá-Zamora, que daba sus primeros pasos en la carrera política. Hombre de gran habilidad para la intriga y el pacto, tal y como le describe Gil Pecharromán, don Álvaro fue capaz de mover los hilos para dar a Alcalá-Zamora un acta de diputado en La Carolina sin haber comparecido a las elecciones por aquella localidad.
El conde de Romanones había sido presidente del Círculo Liberal de Madrid y alcalde de Madrid durante varios años a finales de siglo. Era además propietario del periódico El Globo y desde 1903 también del Diario Universal, medio que contribuyó decisivamente a la caída de Antonio Maura en 1909 tras orquestar una campaña de acoso y derribo contra el político conservador. Cuando el proyecto de regeneración política impulsado por Canalejas fue frenado abruptamente en 1912, tras el atentado mortal del presidente a manos del anarquista Manuel Pardiñas, Álvaro Figueroa se hizo con las riendas de una importante facción del Partido Liberal y acabó formando gobierno a finales de aquel mismo año.
No sería hasta el mes de marzo de 1914 cuando los conservadores de Eduardo Dato lograsen retornar al poder tras una importante victoria en las elecciones generales. Irrumpían en escena nuevas formaciones como el Partido Reformista de Melquiades Álvarez y la tensión armada en Europa estaba a punto de desembocar en el inicio de la Primera Guerra Mundial. Precisamente como consecuencia de la neutralidad española en el conflicto, el país iba a afrontar una etapa de importante crecimiento económico.
La aparición de un gran mercado al que abastecer, tanto el de los países en guerra como el de aquellos a los que los primeros ya no podían atender, impulsó el proceso de modernización de una industria un tanto precaria que no acababa de subirse al carro de la Segunda Revolución Industrial.
En aquella contienda la sociedad española se acabó dividiendo en dos bandos. Por un lado los germanófilos, de corte generalmente más conservador, y por otro los aliadófilos, en su mayor parte liberales entre los que se encontraba el conde de Romanones, fervoroso simpatizante de la Francia de Raymond Poincaré y de la Inglaterra de Jorge V. De haber estado al frente del gobierno en julio de 1914, quizá don Álvaro hubiera tenido que cumplir la palabra comprometida en un viaje a París, y España hubiese entrado en la Gran Guerra. Afortunadamente, nunca lo sabremos…
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.