David Solar | 28 de octubre de 2018
Se cumplen 80 años de la salida de España de las Brigadas Internacionales. Un desfile en Barcelona sirvió de postrero homenaje a unas tropas que tuvieron valor militar y propagandístico a partes iguales.
El 28 de octubre de 1938, Barcelona tributó a las Brigadas Internacionales una emocionante despedida, organizándoles un gran desfile por la Avenida del 14 de abril (la Diagonal) presidido por el presidente Manuel Azaña, el jefe de Gobierno, Juan Negrín, el presidente de la Generalitat, Lluis Companys, el jefe del Estado mayor del Ejército, Vicente Rojo, la diputada comunista Dolores Ibárruri y otros muchos militares y políticos.
Más de doscientas mil personas se congregaron en las aceras vitoreándolas hasta desgañitarse, según el comunista Antonio Cordón:
«… Se elevaba un clamor ininterrumpido durante todo el recorrido, que decía en vítores la inmensa gratitud, el hondo cariño del pueblo hacia ellos. El suelo se cubrió de flores, arrojadas desde las tribunas, los balcones, y las filas del público que se apiñaba en las calles. Cientos de muchachas rompían el cordón de guardias para abrazar a los combatientes que pasaban sin armas, con los brazos cargados de flores en vez de empuñar los fusiles…”
Con otro color de cristal lo contempló un testigo citado por José Luis Alcofar: «Me dieron pena. Jamás había visto una tropa más cansada. Sucios. Cada uno con un uniforme distinto, cazadoras a cuadros, guerreras, chaquetas, botas, alpargatas, zapatos, gorros militares, gorras, boinas, sombreros… más que soldados dispuestos a recibir un homenaje parecían prisioneros…”
Los voluntarios de las Brigadas Internacionales fueron organizados por la Komintern (Internacional Comunista o III Internacional) para combatir en España a favor de la República. La idea de enviar voluntarios contra la sublevación del 18 de julio fue soviética y, como apoyo directo, destacó el Partido Comunista francés, cuyas oficinas de enganche fueron las más activas, al punto de que aquí combatieron unos 10.000 franceses.
Miembros de las brigadas internacionales pertenecientes al batallón Garibaldi. Un par de soldados italianos sostienen banderas del batallón. pic.twitter.com/OQfgFGX6nW
— Archivos de la Historia (@Arcdelahistori) July 20, 2018
Al Gobierno republicano no le entusiasmó la idea, advirtiendo que las Brigadas Internacionales serían una cuña comunista en su política, mientras que el PCE era un partido pequeño (17 escaños= 3,5% del total de diputados; 4,5% de los del Frente Popular) y que, además, justificarían otras intervenciones extranjeras en la contienda, como la italiana y la alemana, cuya existencia estaban denunciando internacionalmente. Pero el Gobierno de Largo Caballero, con las columnas de Franco avanzando hacia Madrid, aceptó la oferta en octubre y el día 14 llegaron los primeros voluntarios a Albacete, que constituyó la sede principal de las Brigadas Internacionales.
Su adiestramiento fue breve. Muchos tenían experiencia bélica o, al menos, algún conocimiento, lo que, unido a su idealismo y a su fuerte disciplina las convirtió en las mejores unidades republicanas durante 1936/37. Su jefe supremo, el comunista francés André Marty, explicó a los primeros brigadistas la razón para la durísima disciplina impuesta: «El pueblo español y su ejército todavía no han vencido al fascismo. ¿Por qué? ¿Por falta de entusiasmo? No y mil veces no. Les han faltado tres cosas que a nosotros no deben faltarnos: unidad política, dirigentes militares y disciplina«.
Esa “política” le granjeó el calificativo de “Carnicero de Albacete”: en una de sus informaciones a Moscú aseguraba que “las ejecuciones dispuestas por mí no sobrepasan las 500”. Muchas de ellas fueron “purgas internas” ordenadas por Stalin, que aprovechó la concentración de comunistas internacionales (un 60% del total de los brigadistas) para eliminar a trotskistas, anarquista u otras “desviaciones”.
El número de los brigadistas está sujeto a debate: según algunos, superó los cien mil y, según otros, fue inferior a 30.000… Andreu Castells, los cifra en 59.380 y César Vidal los reduce a una horquilla de entre 39.495 y 31.779, que hoy es la más aceptada. Sí está claro que nunca hubo más de 18.000 brigadistas al tiempo.
Su valor propagandístico no fue inferior al que tuvieron como tropas de choque: tres mil brigadistas entraron en fuego en el frente de Madrid apenas descender de sus transportes el 5 de noviembre. Un tercio de ellos no vería nuevo año. Su papel de tropas selectas continuó en el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel, Belchite, el Ebro… Como tropas de choque sujetas a una “mortal disciplina” sus bajas se calculan entre diez y doce mil.
En septiembre de 1938, Juan Negrín, ofreció la retirada de las Brigadas Internacionales a la Sociedad de Naciones, esperando ingenuamente que Alemania e Italia hicieran lo propio. Para su repatriación se contabilizaron 12.573 hombres (8.298, útiles; 3.160 hospitalizados).
Pero su peripecia se prolongó: la mitad no pudo retornar sus países y al comenzar la Segunda Guerra Mundial, los internados en Francia se enrolaron en la Legión Extranjera francesa, se lanzaron al maquis o terminaron en campos nazis de exterminio. Algunos, incluso, seguirían perseguidos por su aventura española quince años después: los brigadistas norteamericanos fueron tamizados por el macarthismo durante «la caza de brujas» en los años cincuenta.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.