María Saavedra | 28 de septiembre de 2018
La Universidad de Stanford pretende eliminar las referencias a fray Junípero Serra. El misionero, que destacó por su trato protector hacia los nativos, es utilizado como cabeza de turco en un intento por denunciar los abusos durante la colonización de América.
Comenzamos a acostumbrarnos a que, en nombre de una supuesta memoria histórica, se construyan relatos a la medida de ideologías o intereses particulares. Creo que, una vez más, podemos verlo en el caso de la Universidad de Stanford versus fray Junípero Serra.
Medios estadounidenses y españoles se han hecho eco de la noticia aparecida en la web de la universidad californiana de Stanford acerca del “renombramiento” de algunos de sus espacios. Desaparece el nombre de fray Junípero de algunos lugares -no todos- de la universidad. Resulta sumamente interesante leer el informe elaborado por la comisión que estudiaba la conveniencia de mantener el nombre del fraile en el campus.
Resumamos el contexto. En el año 2015, durante su visita a Estados Unidos, el papa Francisco canonizó a fray Junípero Serra. Ya entonces se levantaron voces contra el fraile, al que se acusaba de maltratar a los pueblos indígenas y empeñarse en aniquilar sus costumbres. A estas voces se comenzaron a unir en concreto las de algunos miembros de la comunidad universitaria de Stanford, aduciendo que fray Junípero no tuvo nada que ver con el origen de la universidad, fundada más de un siglo después de la muerte del fraile. Animo a leer el informe de la comisión encargada de estudiar el caso de fray Junípero, disponible en la web de la universidad. Y saquen sus conclusiones. Yo voy a compartir mi perspectiva, una vez superado el asombro por las contradicciones que allí se plasman.
Por una parte, se reconoce la piedad sincera y la generosidad del fraile en el desempeño de su tarea misionera: «Junípero Serra fue un ferviente defensor del sistema de misiones y su líder en California. Las referencias históricas indican que combinó piedad, autosacrificio, amor por los nativos americanos y una pasión religiosa por su salvación con un paternalismo estricto y punitivo, a veces moderado por actos significativos de indulgencia» («Junipero Serra was a zealous proponent of the mission system and its leader in California. Historical references indicate that he combined piety, self-sacrifice, a love for Native Americans, and a religious passion for their salvation with strict and punitive paternalism, sometimes moderated by significant acts of leniency», página 3 del informe).
Pero, a continuación, se habla de la perversidad que en sí mismo contiene el sistema de misiones, absolutamente perjudicial para la vida de los pueblos nativos de los Estados Unidos. Se señala que, entre los estudiantes actuales de Stanford, algunos «tenían abuelos o padres que habían sido obligados a asistir a internados, ampliamente considerados como desastrosos esfuerzos para inducir la asimilación; algunos vieron estos internados como una continuación del legado del sistema de misiones» («had grandparents or parents who had been forced to attend boarding schools, widely regarded as disastrous efforts to induce assimilation; some saw these boarding schools as continuing in the legacy of the mission system»). Es decir, las vejaciones –indudables- y la segregación sufrida por los pueblos nativos en los siglos XIX y XX son consecuencia de un sistema llevado a cabo por España décadas antes del nacimiento del Estado norteamericano. Y se proyecta en el fraile español la necesidad de reparar el daño causado a los pueblos indios por los colonos británicos y después estadounidenses en tiempos republicanos.
En su labor misional por tierras mexicanas, fray Junípero fundó las Misiones de Sierra Gorda, consideradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, prolongando su labor al fundar misiones en la Alta California, actualmente Estados Unidos. Tenemos constancia documental del trato protector de fray Junípero hacia los nativos, oponiéndose a veces con severidad a la dureza o crueldad de colonos y soldados. Ejemplo es que, tras el asalto indio a la misión de San Diego en 1775, en el que murieron tres españoles, Junípero Serra trató de frenar el afán de castigo del gobernador, con estas palabras dirigidas al virrey: “Yo digo que para que no maten a otros, guardarlos mejor de lo que hiciste con el difunto, y al matador dejarle para que se salve, que es el fin de nuestra venida y el título que la justifica. Darle a entender, con algún moderado castigo, que se le perdona, en cumplimiento de nuestra ley, que nos manda perdonar injurias, y procúrese no su muerte, sino su vida eterna”.
Es decir, tal y como reconoce el informe de Stanford, Serra se significó por su postura indulgente y amable hacia los indios, aunque no rechazara de pleno el castigo corporal, que por aquel entonces era la práctica habitual. Si era necesario castigar, se haría, pero de manera suave, sin excesos que solo alimentarían un distanciamiento de la Fe católica y la Corona española.
Por tanto, si se quiere diseñar un programa más que necesario de resarcir a los pueblos indios estadounidenses por las injusticias, exterminio y segregación sufridos durante décadas, no parece que la manera más adecuada sea culpabilizar de sus males a quien defendió precisamente los intereses indígenas cuando trabajaba al servicio de la Fe y bajo el impulso de la Corona española. Señores sesudos de Stanford: busquen otro responsable para los males de su pasado.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.