José Luis Orella | 27 de marzo de 2017
El 23 de marzo de 1919 nació el fascismo italiano en la moderna ciudad de Milán, de manos de un periodista de antigua conducta socialista, Benito Mussolini. El nuevo movimiento político se caracterizó por su mensaje revolucionario en lo social, intensamente nacionalista y marcadamente rupturista con el parlamentarismo liberal. El fascismo entró con decisión en los ámbitos sociales donde nadie antes había hecho política, como el mundo de la mujer o el juvenil. Se identificó como el hermano político del futurismo vanguardista que Filippo Tommaso Marinetti capitaneaba en el espacio cultural, rompiendo las viejas barreras de derecha e izquierda. El fascismo era un movimiento revolucionario transgresor que se convirtió en el espacio mestizo de confluencia de desengañados tanto de la derecha como de la izquierda.
La consolidación del Frente Nacional francés como una opción política más del sistema republicano galo ha sido lograda al transformarse en un movimiento aglutinador de sinergias y voluntades de diferentes sensibilidades
Su ejemplo se difundirá por Europa, donde el discípulo del monárquico Charles Maurras, George Valois, será el primer fascista galo o en Gran Bretaña, donde lo será una sufragista feminista, Rotha Lintorn Orman. La pugna maniquea con el comunismo impulsado por el triunfo de la revolución rusa en 1917 hará del anticomunismo el suelo nutricio de su éxito en las clases medias proletarizadas después del crac de 1929. La Segunda Guerra Mundial y la derrota militar de los países del Eje traerán su desaparición.
La supervivencia en la marginalidad de algunos grupos nostálgicos del discurso provocador fascista se deberá a su identificación con un conservadurismo fuertemente anticomunista, nacionalista y defensor de medidas intervencionistas en la economía. El contexto de la Guerra Fría favorecerá el modelo conservador y autoritario español como ejemplo a seguir por los considerados “malditos” o excluidos del sistema.
El historiador italiano Piero Ignazi, en su descripción de la trayectoria del Movimento Sociale Italiano (MSI), escribió en su obra Il polo escluso los esfuerzos de la citada organización por mantener una marcada identidad, que la enclavaba en la marginalidad pero la salvaguardaba ante el peligro de absorción por parte de fuerzas políticas del centroderecha, en el contexto de la Guerra Fría. El llamado voto útil podría haberle hecho perder su caudal electoral. Esta organización se convertirá en el ejemplo a seguir por los franceses de Jean Marie Le Pen.
En la actualidad, la aparición de los nuevos populismos posindustriales alimenta la sensación de la aparición de un fascismo con nuevo rostro. El populismo de derecha había surgido anteriormente de una forma primaria, como fue el movimiento poujadista, sin ningún tipo de elaboración doctrinal. Su discurso se resumía en: el rechazo a los políticos profesionales y la protesta contra los elevados impuestos que debían afrontar artesanos y comerciantes. La propia endeblez de estas organizaciones hacía que desapareciesen, absorbidas por movimientos más fuertes. Sin embargo, el nuevo populismo no tiene nada que ver con el fascismo del periodo de entreguerras, excepto su ansia de cambiar y sustituir el sistema imperante.
El caso más fácilmente identificable como un populismo neofascista por los medios de comunicación, por servir de refugio a sus nostálgicos galos, es el caso del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, un antiguo político derechista que había sido el parlamentario nacional más joven de la IV República. Abandonó su puesto de diputado para incorporarse como oficial de paracaidistas legionarios en la guerra de Argelia y de adolescente fue correo de la resistencia bajo la ocupación alemana. Su éxito ha sido romper la exclusión y proporcionar un instrumento fiable a su sucesora.
El lepenismo supo atraer a sus filas a un reducido grupo de antiguos parlamentarios derechistas de diversas localidades, a un importante grupo de profesionales liberales y profesores universitarios, mantener la fidelidad de la comunidad pied noirs (refugiados de la antigua Argelia francesa) y evitar las rivalidades entre las diferentes sensibilidades políticas (catolicismo integrista, monárquicos tradicionalistas, solidaristas, neofascistas), construyendo un espacio social que electoralmente le proporcionó un 10 % del voto, presentándose como el Ronald Reagan francés.
La supervivencia en la marginalidad de algunos grupos fascistas se deberá a su identificación con un conservadurismo fuertemente anticomunista, nacionalista y defensor de medidas intervencionistas en la economía
El siguiente paso fue con Marine Le Pen, la hija del fundador, que ha logrado conectar, en profundidad, con la mayoría social soberanista y contraria a la Unión Europea existente en Francia. Esta tendencia mayoritaria en el electorado francés tiene su principal característica en extenderse tanto a la izquierda como a la derecha, compartiendo los valores republicanos provenientes de la revolución. La consolidación del Frente Nacional francés como una opción política más del sistema republicano galo ha sido lograda al transformarse en un movimiento aglutinador de sinergias y voluntades de diferentes sensibilidades, que ahora reúne al 25 % del electorado francés, principalmente a los perdedores del sistema. El nuevo Frente Nacional es la primera opción entre los obreros, los desempleados, los jóvenes en precario de provincias y los sectores de nacionales que han dejado de recibir prestaciones sociales en los barrios marginales, donde compiten por las ayudas con los colectivos de inmigrantes.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.