Antonio Miguel Jiménez | 25 de octubre de 2018
Entre las primeras comunidades cristianas que recibieron las cartas de san Pablo está el de los gálatas. En plena Asia Menor, un grupo de galos derrotados por los griegos después de años de escaramuzas.
“Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó a sí mismo por nuestros pecados” (Ga. 1, 3-4). Estas palabras se atribuyen, como muchos habrán adivinado, a Pablo de Tarso, el llamado Apóstol de los Gentiles, y es un saludo que utilizaba muy habitualmente en sus cartas, dirigidas a las primeras comunidades cristianas: “A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”, escribió Pablo dirigiéndose a los romanos (Rm. 1, 7), o “gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo”, a los corintios (1Cor. 1, 3). Hasta aquí, todo claro. Pero, si bien todos sabemos quiénes eran los romanos (o eso espero), y también los corintios, aunque posiblemente un porcentaje de personas algo menor, me arriesgaría a afirmar que dicho porcentaje de mortales se reduciría drásticamente al preguntar por el conocimiento sobre la comunidad de la primera cita: los gálatas.
El gentilicio gálata era como se conocía en la Antigüedad a los habitantes de una provincia romana creada por el emperador Augusto en el 25 a.C., llamada Galatia. Aunque hay que añadir que dicho gentilicio está “helenizado”, si se me permite la expresión. Así se dirigió a ellos san Pablo: ταῖς ἐκκλησίαις τῆς Γαλατίας (las iglesias de los gálatas). Si latinizamos el gentilicio obtendríamos uno que nos suena algo más: galos. En efecto, galos, aunque en este caso no de la Galia, como Astérix y Obélix. Pero, ¿qué hacían unos galos en las primeras comunidades cristianas? O mejor dicho… ¿Qué hacían unos galos en Asia Menor en el siglo I d.C.?
El acontecimiento que buscamos lo narra el geógrafo griego Pausanias en su obra Descripción de Grecia, datada en una fecha tan tardía como el siglo II d.C., posterior a la denominación usada por san Pablo en su carta (fechada en el siglo I d.C.). Pero los hechos que narra Pausanias se remontan unos cinco siglos en el tiempo, hasta la primera mitad del III a.C., “siendo Arconte en Atenas Anaxícrates, en el segundo año de la 125 olimpiada” (Paus. X, 23, 14), lo que nos sitúa en el 280/279 a.C. (los atenienses contaban los años tomando el arcontado como referencia, al igual que los romanos el consulado; y en la cultura helénica existía quórum general al tomar la medición del tiempo mediante la celebración de los Juegos Olímpicos).
Pues bien, afirma Pausanias que una inmensa multitud de estos gálatas, a quienes también llama “celtas” (οἱ Κελτοὶ), realizaron varias incursiones en el norte de la Hélade en torno a la misma fecha, saqueando santuarios y ciudades, y enfrentándose a los ejércitos de tesalios, tracios, peonios, macedonios, y de ligas federales como la Etolia. En los coletazos finales de las luchas de poder entre los Diadocos (los sucesores de Alejandro Magno), los gálatas vencieron a los antaño poderosos macedonios, muriendo en batalla el rey, Ptolomeo Cerauno (hijo del iniciador de la dinastía ptolemaica en Egipto). Más adelante, fueron detenidos durante meses en las Termópilas por una alianza entre griegos, pero al igual que con Leónidas y sus espartanos, consiguieron rodear el desfiladero con ayuda local, sobrepasando a los griegos y poniendo rumbo al santuario de Apolo en Delfos, donde, finalmente, cuenta Pausanias que los gálatas fueron derrotados.
“Al año siguiente, siendo Democles arconte de Atenas, los celtas pasaron de nuevo a Asia” [Asia Menor, actual Turquía] (Paus. X, 23, 14), y allí los gálatas se dedicaron a un negocio: la extorsión. Obligaban a las ricas poleis de la costa a pagarles un tributo a cambio de protección (es decir, a cambio de no atacarles), hasta que Atalo I de Pérgamo llegó al poder. Su tío Eumenes, como gobernante de la ciudad, había mantenido el tributo librando a la polis de los ataques gálatas, pero Atalo decidió acabar con la situación de una vez por todas: en batalla. Los venció y los dispersó, obligándolos “a retirarse al territorio que ahora todavía ocupan, lejos del mar”, siendo esta, según Pausanias, “la más importante de las acciones” de Atalo (Paus. I, 8, 1), tras lo que asumió el apodo de Soter (Salvador) y el título de rey de Pérgamo. Además, Atalo hizo construir un monumento conmemorativo de la gran victoria, en el que se encontraba el original de la copia romana en mármol conocida como Gálata moribundo.
Finalmente los gálatas, originarios muy posiblemente de Europa central, derrotados y resignados, acabaron formando comunidades en el centro de Anatolia, lo que los romanos convirtieron en la provincia de Galatia, y a la que más tarde Pablo de Tarso, Apóstol de los Gentiles, no dudaría en llevar “la gracia y la paz de parte de Dios”.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.