Javier Arjona | 12 de julio de 2018
En octubre de 1469 tuvo lugar el matrimonio entre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, definiendo los pilares de una nueva Monarquía Hispánica forjada a partir de la unión dinástica de ambas Coronas. Tras la conquista de Granada en 1492 y la integración de Navarra, aquel formidable compendio territorial que por parte castellana incluía una decena de reinos y las Indias Occidentales, y por parte aragonesa los reinos de Mallorca y Valencia, además de los mediterráneos de Cerdeña, Nápoles y Sicilia, acabó recayendo en un jovencísimo Carlos I a la muerte de su abuelo Fernando.
#TalDiaComoHoy en 1504 muere Isabel la Católica. En su testamento la reina reconoce a Juana como heredera al trono, aunque implícitamente deja el gobierno de Castilla en manos de Fernando. pic.twitter.com/JhxBUp5dEn
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La realidad es que aquel primer Habsburgo que en 1519 heredó también Austria, Borgoña, el Franco Condado y que un año más tarde fue proclamado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, se convirtió en el más poderoso monarca de Europa aunando bajo un mismo cetro un rosario de reinos heterogéneos en cuanto a costumbres, leyes e historia. Durante todo el siglo XVI, tanto Carlos I como su hijo Felipe II tuvieron que gobernar con firmeza, pero con mano izquierda, para asegurar la cohesión de aquel gigantesco Estado plurinacional.
Dentro de la Monarquía Hispánica, el modelo de la Corona castellana era de corte centralizado y uniforme, con una estructura marcada por el Consejo de Castilla como principal institución de gobierno representando a los distintos estamentos, y con las Reales Audiencias y Chancillerías como órganos judiciales. Por el contrario, en la Corona aragonesa el modelo de gobierno estaba basado en una autonomía consecuencia directa del pactismo de origen medieval con que el monarca se relacionaba con las distintas Cortes de cada reino.
Cuando Carlos I decidió abdicar en 1556, dejó el imperio centroeuropeo heredado de Maximiliano I en manos de su hermano Fernando, mientras la herencia materna fue a parar a su heredero, Felipe II. El complejo puzle territorial quedaba de esta manera simplificado, aunque la diversidad en materia de usos, costumbres y leyes seguía latente. El monarca vencedor de San Quintín y Lepanto puso entonces en marcha una complicada maquinaria burocrática para la gestión y control, mientras las riquezas que llegaban de América todavía enmascaraban la grave crisis que se avecinaba.
La Guerra de los Treinta Años, una herida en el corazón de Europa que tardó siglos en cerrar
Al arrancar el siglo XVII, la centuria de los Austrias Menores, la crisis política y económica comenzó a hacerse latente. La dinastía Habsburgo comenzó a dar síntomas de cierto cansancio, y la enorme capacidad de trabajo de Carlos I y Felipe II no fue heredada por Felipe III, Felipe IV y Carlos II, que delegaron buena parte de las tareas de gobierno en validos o personas de confianza. Las guerras y el mantenimiento de la situación de liderazgo político en Europa y América condujeron a una gran inflación y a la bancarrota de un Estado incapaz de mantener la bonanza económica del siglo precedente.
En el año 1621 subió al trono el rey Felipe IV y bajo su reinado se recrudeció la Guerra de Flandes, que acabó enlazándose con la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648). Don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, se convirtió entonces en el nuevo hombre fuerte del rey rivalizando en la escena política europea con el cardenal Richelieu, valido de Luis XIII de Francia. Aprovechando su situación de privilegio en la corte, elaboró en el año 1624 un informe secreto para el rey, denominado el Gran Memorial, haciendo un diagnóstico de la difícil situación política que atravesaba la Monarquía Hispánica y proponiendo como solución para reforzar la Corona la uniformización de las leyes de los distintos reinos siguiendo el modelo centralizado castellano, que era también el vigente en la moderna Francia de los Capetos. El documento secreto no salió a la luz hasta finales del siglo XIX, cuando Antonio Cánovas del Castillo, historiador y político artífice del pactismo en la Restauración, publicó en 1888 su obra Estudios del reinado de Felipe IV.
Retrato alegórico del Conde-duque de Olivares matando al dragón de los enemigos de la Monarquía. Ilustración de Francisco Navarro para "Extremos y Grandezas de Constantinopla" (Traducido del original del rabino Moses ben Baruch Almosnino por Jacob Cansino, 1638). pic.twitter.com/cDbEiEW2Cf
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Es probable que como consecuencia del Gran Memorial se pusiera en marcha la Unión de Armas en 1626, en virtud de la cual todos los reinos debían contribuir en hombres y en dinero a la defensa del territorio global. La piedra de toque llegó con la declaración de guerra de Luis XIII a Felipe IV y la negativa catalana que acabó en la sublevación de 1640, que llevó a los rebeldes a pactar con el reino de Francia. Aquella situación trajo consigo la separación de Cataluña hasta el año 1652.
Ya en el siglo XVIII, tras la muerte sin descendencia de Carlos II y aprovechando su victoria en la Guerra de Sucesión española, Felipe V, el primero de los borbones españoles, buscó nuevamente importar el modelo centralizado francés tras promulgar los Decretos de Nueva Planta. En esta ocasión, se derogaron las leyes propias de los reinos de Valencia, Aragón, Mallorca y el Principado de Cataluña, para uniformizarlas según el molde castellano. De nuevo volvían las tesis de Olivares, y otra vez inspiradas en Francia, un siglo más tarde y esta vez para ser llevadas a la práctica.
La política reformista y modernizadora que desde ese momento llevaron a cabo los Borbones, y que se extendió a lo largo del siglo XVIII, logró el saneamiento de la economía a partir de la promoción de la industria y la liberalización del comercio en un territorio que comenzaba a vertebrarse con mejores comunicaciones e infraestructuras. La apertura del mercado americano logró, además, estimular la industria y que la burguesía, sobre todo la catalana, ganara terreno conquistando los mercados interiores de Castilla y los puertos al otro lado del Atlántico.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.