Antonio Manuel Moral Roncal | 05 de abril de 2017
Con «Antifascismos 1936-1945» se lleva a cabo un repaso a la historia de este movimiento que deja a un lado tópicos y mitos. Tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el comunismo trató de crear una nueva lucha ideológica olvidándose de las democracias liberales.
El hispanista norteamericano Michael Seidman pertenece a esa clase de historiadores que no dejan impasible al lector, que se sumerge de tal manera en sus libros que no puede abandonar su lectura sin alcanzar las conclusiones finales. Conocido por su interés por la década de los años 30 del siglo XX, la independencia del autor es apreciada desde las primeras páginas, pues no se ata ni a las nostalgias interpretativas de cierta historiografía española ni a una rígida metodología.
Antifascismos 1936-1945
Michael Seidman
Alianza Editorial
472 págs.
29.50€
Su primer libro (A ras de suelo, 2003) fue una historia social de la España republicana durante la Guerra Civil que sorprendió por su originalidad, ausencia de propaganda y de ataduras políticas, lo que confirmó con su segundo volumen (La victoria nacional, 2012), donde -desde una perspectiva social y económica- analizó la eficacia contrarrevolucionaria de la España nacional, que conllevó su victoria en la guerra, a diferencia de otras contrarrevoluciones -la rusa o la china- con las que realizó un sugerente análisis comparativo.
En el caso de Antifascismos 1936-1945, Seidman intenta llenar las lagunas que sobre este movimiento político aparecen con frecuencia. El público suele simplificar y ligar el antifascismo exclusivamente a corrientes de izquierdas que han monopolizado -intencionadamente- su contenido hasta nuestros días, intentando rentabilizar al máximo la aureola positiva que lo acompaña desde su victoria en la Segunda Guerra Mundial. Seidman califica este antifascismo como revolucionario y analiza críticamente su actuación durante la Guerra Civil española.
Un segundo tipo de antifascismo fue el no revolucionario e incluso contrarrevolucionario. Un antifascismo conservador que luchó contra el Eje para instaurar un periodo histórico nuevo y más esperanzador, basado en la restauración de las monarquías constitucionales y repúblicas parlamentarias anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Junto a feministas, socialdemócratas y sindicalistas aparecieron conservadores y tradicionalistas, incluso racistas sureños, dispuestos a luchar contra los fascismos alemán y nazi. Como analiza en su libro, Churchill fue el primero en separar el antifascismo del comunismo. Junto a él, De Gaulle y Roosevelt forjaron amplias coaliciones nacionales e internacionales contra el enemigo alemán e italiano. Su intento de fundar un nuevo orden europeo renovado logró su victoria en 1945 y, con el paso del tiempo, obtuvo una victoria completa cuando el comunismo soviético se derrumbó en 1989.
Con la Guerra Fría los regímenes comunistas insistieron en la identificación entre capitalismo y fascismo, pero los movimientos radicales afines se mostraron totalmente incapaces de derrotar a Occidente
Seidman analiza la evolución de los diferentes antifascismos en las décadas de los años 30 y 40, centrándose sobre todo en países como Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y la Unión Soviética. Analizando su evolución, prueba que la mayoría de estas corrientes políticas fueron oportunistas, ya que muy pocos individuos y ningún país importante demostró un antifascismo consistente y con principios. Las grandes potencias atlánticas intentaron llegar a acuerdos con Hitler y Mussolini mediante una política de apaciguamiento. La Unión Soviética alcanzó un acuerdo con el III Reich en 1939, que no se rompió hasta el verano de 1941, facilitando la victoria alemana en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial. Durante esa época, los partidos comunistas se mostraron falsamente pacifistas y trataron de demostrar que el conflicto europeo era una lucha entre potencias fascistas. Intencionadamente, igualaron capitalismo con fascismo.
Tan solo la invasión alemana sobre Rusia creó una coalición de grandes potencias para derrotar al nazismo, su enemigo más peligroso. La victoria soviética en el Este se logró a base de imitar al III Reich en su absoluto desprecio de vidas humanas sacrificadas en combate. A partir de 1945, Moscú logró establecer regímenes antifascistas revolucionarios en Europa oriental, cuyas estructuras sociales y políticas no duda Seidman en asemejar, en muchos aspectos esenciales, a las de la República española durante su Guerra Civil.
La Guerra Fría supuso una nueva etapa en la historia del antifascismo, pues se dividieron sus principales valedores. Los regímenes comunistas volvieron a insistir en la identificación entre capitalismo y fascismo, pero los movimientos radicales afines se mostraron totalmente incapaces de derrotar a Occidente. Francia, Reino Unido y Estados Unidos extrajeron una parte sustancial de su legitimidad en su antifascismo contrarrevolucionario y victorioso.
Como en 1918-1919, en 1945-1946, los socialdemócratas franceses, italianos y británicos participaron en la restauración de las democracias liberales, oponiéndose a la extrema izquierda. Esa postura facilitó, más adelante, sus victorias electorales. ¿Seguirá el PSOE actual el mismo camino?
En opinión de Seidman, los que hoy se declaran herederos del antifascismo siguen ignorando estas diferentes corrientes en su seno, afirmando que su identidad es exclusiva de las opciones más revolucionarias. Para avanzar en su conocimiento, ha publicado este libro, con cuyas tesis podemos estar o no de acuerdo. Sin embargo, sus páginas no dejan indiferente al lector.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.