Antonio Martín Puerta | 01 de febrero de 2018
El profesor José Manuel Cuenca Toribio acaba de añadir un oportuno texto a su dilatada obra, bajo el rótulo Historia de la derecha en España. Bastaría observar que –frente a sus antagonistas- ni un solo grupo reivindica el apelativo de derechas, signo obvio de quienes han triunfado en el orden de lo mediático. El autor analiza las vinculaciones, casi medulares, de la derecha histórica con la Iglesia, el Ejército y la Monarquía, particularmente desde la época de la Restauración, régimen casi identificado con el canovismo, aunque los liberales participaban de las mismas lacras que lo llevaron a una situación crítica: oligarquía, déficit democrático, vinculación a intereses de grupo y falta de sensibilidad social en una España sumamente atrasada frente a los estándares europeos. Nos recuerda cómo, en medio del catalanismo y del bizkaitarrismo, no faltaron en Cataluña y País Vasco proyectos como la Liga de Acción Monárquica en Bilbao -pactando con Prieto frente al nacionalismo- y de la Unión Monárquica Nacional en Cataluña, ambos de 1919 y vinculados a la oligarquía financiera e industrial.
La quema de conventos en el amanecer republicano y lo que la Prensa pudo contar
La Dictadura de Primo de Rivera –eficiente en el orden de las realizaciones- fue un período en el que, indica el autor en Historia de la derecha en España, la derecha cobró su auténtica figura. La caída del dictador llevó a un hecho de consecuencias: la separación de buena parte de las derechas del afecto hacia la Monarquía -algo que ya sucedido con Maura-, lo que llevó a la retracción electoral del conservadurismo, considerada como causa principal de la salida del Rey. Se alude en Historia de la derecha en España a aventuras poco conocidas, como Derecha Liberal Republicana, de Niceto Alcalá-Zamora y de Miguel Maura, transformado en agosto de 1931 en Partido Republicano Progresista, y finalmente borrado del mapa en los comicios de otoño de 1933. Se analiza la actuación de las derechas monárquicas, con unos alfonsinos ahora en deriva autoritaria, siguiendo la tendencia del momento. Y, dato importante, se señala la actuación vaticana en la creación de la CEDA por vía de Ángel Herrera, repitiendo el proceso francés de ralliement durante la III República. El triunfo electoral de 1933 no podría ser rentabilizado, ante la oposición y los celos del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, quedando la CEDA –condicionada por sus sectores más reaccionarios y sus alianzas- imposibilitada tanto externa como internamente para aplicar su programa de renovación social. Así explica el autor el hecho: “partido moderno, al que sus dirigentes pretendieron, en algún instante de euforia, convertirlo en instrumento actualizado de la arcaica vida española, manantial de sus huestes, sin más resultado, de ordinario, que el de poner al descubierto las contradicciones de sus bases y la ancha distancia entre el aparato del partido, de extracción elitista, y la masa de maniobra, nutrida de pequeños y medianos propietarios agrícolas y clases medias urbanas”. Febrero de 1936 genera ya nuevos protagonismos: Calvo Sotelo en alza, Gil Robles en penumbra, y una activa, aunque muy minoritaria, Falange Española volcada hacia la acción directa. De cara a lo sucedido a partir de 1939, el autor comenta lo siguiente: “El pronto cortocircuitado fascismo español cavó su tumba en el repudio, pasivo y activo a la vez, de la Iglesia docente”.
El fraude en las elecciones de 1936 y las manipulaciones galanas de Santos Juliá
El régimen de 1939 es así visto en Historia de la derecha en España: “Si existe una experiencia histórica encuadrada a la perfección en los cánones clásicos de la forma e ideología políticas denominada ‘derecha’ es sin duda la acotada por la dilatada existencia de la dictadura franquista”. De tal manera que “ninguna otra derecha ofrece en la historia un modelo más acabado de sus estructuras, credo y funcionamiento que la franquista”. Régimen confesional de no poco sustento social, modificado desde 1957 con la llegada de los llamados tecnócratas, promotores de una exitosa liberalización económica que, inevitablemente, alteraría actitudes y sería la base de posteriores modificaciones. Dato capital: el cambio de posicionamiento de la Iglesia a partir de Concilio Vaticano II acababa con uno de los sustentos del sistema, comentándose: “Concluido el Concilio en diciembre de 1965, el desconcierto en las esferas oficiales del franquismo fue total”. En cualquier caso, el futuro era ya otro, mientras “la derecha observaba ante el porvenir inmediato de la nación un panorama sin grandes escollos ni problemas”. Se señala el protagonismo del grupo Tácito, vehiculado en torno al diario Ya – heredero de El Debate– en la consolidación del nuevo sistema, en el que la derecha política habría de pasar por una fase de recomposición. Se analiza el proceso de convergencia en el Partido Popular, planteando el autor una seria cuestión: la inexistencia de doctrina política en las derechas y el recurso al solo economicismo. Un dato nada nuevo, aunque Menéndez Pelayo hubiese sido diputado del Partido Conservador, sazonado con alguna crítica observación –quizá ya no plenamente aplicable-, tomada de Gonzalo Fernández de la Mora: “Desde Jovellanos, la derecha española no había leído ningún libro”. Pobre herencia de pensamiento en cualquier caso, a la que por otra parte tampoco se busca apelar, en la consideración de que el éxito económico es la mejor de las justificaciones.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.