Ramón Pi | 31 de agosto de 2017
La historia sobre las potencias mundiales que, como la nuestra, cayeron en desgracia suele ser explicada desde fuera con leyendas negras, mentiras colosales. María Elvira Roca separa el mito de la realidad en un libro que ya es un éxito: «Imperiofobia y leyenda negra». Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español.
El éxito fulminante de Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea, fue una grata sorpresa que hizo literalmente realidad el dicho de que sorprendió a la propia empresa, pues ni a la autora ni a los responsables de Ediciones Siruela les pasaba siquiera por la cabeza la idea de que, a los diez meses de lanzarse el libro al mercado, ya fuera por la novena edición. ¿Qué ha ocurrido para que una investigación histórica de casi quinientas páginas y más de setecientas notas al pie tenga una venta tan espectacular? A mi modo de ver, el fenómeno se explica por la feliz confluencia de varios factores.
La materia del libro. Se trata de un estudio, muy documentado, sobre el funcionamiento de los imperios que en el mundo han sido y son y de cómo su decadencia suele ser explicada desde fuera con leyendas negras y, desde dentro, aceptándolas y desplazando las responsabilidades a algún enemigo, sea exterior, interior o anterior. El libro dedica especial atención al Imperio Español y a una singularidad muy llamativa, que es su leyenda negra, convertida en la Leyenda Negra por antonomasia. Se analiza en su origen y en su evolución con el correr de los siglos y su radical falsedad en sí misma, al constituir una mentira colosal hecha con fragmentos de medias verdades entreveradas de inventos o calumnias. Con lo ocurrido en otras potencias se podrían alimentar leyendas mucho más negras y, sobre todo, más veraces; pero, por alguna razón, que Elvira Roca trata de explicar, la española es el epítome de todas ellas.
La forma de estar escrito. Es posible que la autora creyera estar firmando un trabajo cuyo destino sería más bien minoritario -aparece como «María Elvira» e incluye los dos apellidos, como si fuera un documento académico, burocrático u oficial; me permitiré, en adelante, llamarla Elvira Roca, pues me parece que hay que tratarla como la famosa que ya es-, pero la realidad resultante ha sido un libro ameno, apasionado y apasionante, y con la sorprendente virtud añadida de que las notas a pie de página, en su mayoría, lejos de perturbar la lectura del texto, estimulan al lector a leerlas y no defraudan. Imperiofobia y leyenda negra es la demostración práctica de que se puede conseguir un libro serio, sólido, preciso, documentado e interesante sin tener que maquillarlo con un lenguaje pedante, cursi, grandilocuente o rebuscado.
El terreno abonado que ha hallado en la predisposición favorable del público hacia el propósito del ensayo, explicitado por la propia autora en el último párrafo. Elvira Roca aborda la historia del Imperio Español y la leyenda negra con entera libertad. El resultado de sus observaciones es, junto al reconocimiento de los errores cometidos en los tres siglos largos que duró, un enérgico alegato en favor de los muchos méritos, los aciertos organizativos, a veces espectaculares, y las muy abundantes historias ejemplares y aun heroicas protagonizadas por los españoles. Se completa con el análisis de la leyenda negra, sus características de magnificación de los aspectos negativos del Imperio Español, el silenciamiento de sus virtudes y, sobre todo, la losa de silencio extendida sobre otras lamentables experiencias imperiales y coloniales europeas que, por contraste, dejan el caso español en un lugar indiscutiblemente elevado. La situación política, económica y social que hoy atravesamos hace que muchos compatriotas se sientan muy necesitados de ánimos y de mejora de la propia estimación colectiva y este libro llega como agua de mayo.
Algo semejante me parece que ha sucedido con la novela de Fernando Aramburu que también rompió todas las previsiones de ventas, Patria, que retrata la grave enfermedad que aqueja a la sociedad vasca infectada por el terrorismo nacionalista y totalitario. Se pretende imponer ahora eso que llaman un relato sin vencedores ni vencidos o una «posverdad» con una «democracia vencedora del terrorismo», mientras los terroristas siguen sin colaborar con la justicia en el esclarecimiento de los crímenes pendientes y los partidos amigos de los asesinos están en las instituciones. Y, lo que es peor, hay que vivir no como si la ETA se hubiera disuelto -que no lo ha hecho-, sino como si la ETA y el terrorismo nunca hubieran existido. La novela, lejos de aceptar esta superchería postrera, presenta con perfiles de más veracidad y, sobre todo, de verosimilitud, el desgarramiento personal, familiar y social que aflige a los vascos. Pero eso, como diría el Moustache de Irma la Dulce, es otra historia.
Llama la atención en Imperiofobia y leyenda negra la estrecha relación que se establece en la leyenda negra española entre la hispanofobia propiamente dicha y la hostilidad manifiesta y agresiva contra la Iglesia y, en general, la cultura católica. El hecho de que la propia Roca se haya manifestado atea o agnóstica es señal de que hay que ser muy sectario para no percibir que estamos ante un fenómeno patente e innegable. Y así, apoyándose en las experiencias del Imperio Español, el libro constituye una original pieza apologética, aunque, en la línea de no dejar títere con cabeza, como suele decirse, las jerarquías y buena parte del rebaño católico no se libran del severo reproche de haber renunciado a contraatacar o, al menos, defenderse de las calumnias. Este reproche se extiende, en general, al conjunto de los españoles, que, sobre todo a partir del siglo XVIII, aceptan como verdadera la leyenda negra y se autoflagelan asumiendo las acusaciones de intolerancia, fanatismo, haraganería, incultura o violencia, como si en verdad fuesen características distintivas de eso que suele entenderse como lo español.
El repaso que Elvira Roca da a los tópicos descalificadores de lo español que han construido la leyenda negra es lo que podríamos llamar todo un chute de autoestima para unos compatriotas que viven alarmados por lo que está pasando ahora mismo: amenazas separatistas ante la -al menos, aparente- pasividad del Gobierno, que se supone que es el principal responsable de hacer cumplir las leyes; cierre completamente en falso del problema de la banda criminal ETA; aceptación aquiescente y tranquila de la matanza legal de seres humanos por aborto, que en el caso de los afectados por el síndrome de Down alcanza caracteres técnicos de auténtico genocidio. También ante la degradación legal -con su correspondiente acompañamiento social- de instituciones milenarias como el matrimonio entre hombre y mujer. Una descristianización progresiva, que no solo se percibe en el número de bautizos, matrimonios religiosos o exequias católicas, sino también en una patente indiferencia de las autoridades políticas y judiciales ante agresiones ilegales a la religión católica en fiestas populares, espectáculos públicos y medios de comunicación, etcétera, etc.
Ante semejante panorama, que aparezca un libro lleno de talento, sentido del humor, argumentos y unas gotas de mala uva defendiendo la patria común, su historia verdadera y el sustrato cultural sobre el que se ha ido edificando España a lo largo de los siglos es una noticia que no necesita de una campaña publicitaria para darse a conocer, porque cada lector queda convertido en un propagandista espontáneo y entusiasta: ¡Ha salido un libro muy bueno! Sin descubrir nada sensacional ni ser el primero en su especie, tiene sin embargo el enorme mérito de colocar ordenadamente y con notable eficacia un gran montón de datos por orden y en su sitio y, en conjunto, logra arrojar luz sobre lo que ha sido el Imperio español, lo que hoy es España, y por qué no debemos cometer la tontería de no valorarla como se merece, porque, como dice Elvira Roca, aceptar la leyenda negra es merecerla.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.