David Solar | 30 de marzo de 2018
“Perdimos a Stalin y comenzamos a llevar el Gobierno nosotros mismos (…) Beria iba consolidando sus fuerzas día a día y su arrogancia crecía proporcionalmente”, comentaba Nikita Jrushchov, lo cual indica cuánto odiaba y temía al jefe del aparato represor de la URSS, que había incrementado su poder en una de las primeras decisiones políticas poststalin: habiéndose reducido el número de ministerios, se unificaron Seguridad e Interior con Lavrenti Beria como titular, que recibió, asimismo, la vicepresidencia del Consejo de Ministros.
La controvertida muerte de Stalin . Versiones y conspiraciones frente al secretismo de la URSS
En los días siguientes, el pretendido hombre fuerte, Georgui Malenkov, se alió con Beria, que lo adulaba y proponía construirle un palacio en el Mar Negro. Pero la decena de personajes relevantes del momento, reunidos en el Presidium, adecuadamente inspirada por Jrushchov, advirtió que el enorme poder reunido por ambos podía remitirlos a la época estalinista, de modo que, diez días después de los funerales, Malenkov fue obligado a renunciar al cargo de primer secretario del partido, que quedó vacante, conservando el cargo de primer ministro.
La labor de zapa de Jrushchov para terminar con Beria -recreada en el capítulo 9 de sus Recuerdos– constituye una lectura recomendable para entender los mecanismos del poder soviético. Su momento culminante fue la reunión del Presidium del 28 de junio de 1953, en que Jrushchov acusó a Beria de haber trabajado para el espionaje británico y de mil fechorías más, casi todas ciertas salvo la primera.
Temiendo que avisara a sus policías, los conjurados habían reunido en la dependencia adjunta a diez mariscales y generales, que, excepcionalmente, pudieron acceder armados al Kremlin y, terminada la acusación, entraron en la sala pistola en mano. El mariscal Zhukov encañonó a Beria: «¡Manos arriba!»
23 décembre 1953 : condamné à mort par un tribunal spécial de la Cour suprême de l'URSS présidé par le maréchal Koniev, Lavrenti Beria (né 29 mars 1899), « notre Himmler » selon Staline, est exécuté d'une balle dans la tête. pic.twitter.com/ItjMWqJbI2
— Philippe Reynier (@PhReynier) December 23, 2017
Beria fue encerrado en el cuartel general de la Fuerza Aérea. Oficialmente fue fusilado en diciembre, pero se ha dicho que llevaba meses muerto. Hay una versión terrible, contada por el propio Jrushchov, en 1956, al senador francés Pierre Comin: “Convinimos que la única medida correcta para la defensa de la Revolución era matarlo inmediatamente. Adoptamos la decisión y la ejecutamos allí mismo”.
Eliminado Beria, Jrushchov se convirtió en primer secretario del partido. Con todo, el liderazgo soviético tardó tres años en clarificarse. Malenkov, al frente del Gobierno, mostraba ideas progresistas, resolviendo la dicotomía “cañones o mantequilla”, en favor de mejorar la vida de la población incrementando los bienes de consumo. La postergación de la industria pesada indignó a los partidarios de superar a los Estados Unidos en economía, industria y poder nuclear. Entre otros motivos, para impedir que frenara la carrera atómica -sobre la que decía: «Una guerra nuclear podría llevar a la destrucción mundial, empezando por nosotros»-, fue forzado a dimitir en febrero de 1955, entre otras cosas, acusado de su relación amistosa con Beria. Su poder quedó limitado al Politburó. Como primer ministro lo sustituyó Nikolai Bulganin, aliado de Jrushchov.
El poder constituido tras Stalin tenía un tercer personaje que se nos ha quedado relegado: Viacheslav Molotov, ministro de Exteriores desde 1939, cuyo cargo revestía escaso peligro para Jrushchov (con el que se alió frente a Beria) y como tal asistió a la Cumbre de Ginebra de 1965. Una cumbre especial: la primera desde Potsdam, 1945, con Francia compartiendo mesa con los grandes y, a efectos de la URSS, los sovietólogos esperaban saber quién mandaba, pues allí estuvieron Molotov, Bulganin y Jrushchov, pero se quedaron con las ganas: cada uno cumplió con su cometido sin asumir un papel llamativo.
Aparte de los de Ginebra, aún permanecían en el partido y en el Gobierno otros veteranos, como Malenkov, Kaganóvich o Mikoyán cuando se reunió, en febrero de 1956, el XX Congreso del PCUS, que depuraría el liderazgo. Jrushchov lo abrió y lo clausuró, defendió el 6º Plan Quinquenal y se exhibió con el plato fuerte del evento: el alegato antiestalinista que inició la desestalinización. Una pieza oratoria de 50.000 palabras, más de 4 horas, respaldada por 16 documentos secretos repartidos a los presentes. Las acusaciones más graves fueron:
La respuesta de los 1.436 delegados en el XX Congreso fue clarificadora: “Tempestuosos aplausos, prolongados aplausos que se trasforman en ovación. Todos en pie”.
Empezaba un nuevo liderazgo en la URSS y en el Pacto de Varsovia, aunque jamás Jrushchov tuvo el poder que había detentado Stalin durante sus tres décadas de dictadura. Un año después, en 1967, había desaparecido de los aledaños del poder la camarilla que lo acompañaba en el óbito de Stalin; salvo Beria, todos vivían y desempeñaban cargos técnicos o burocráticos lejos del Kremlin.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.