Antonio Miguel Jiménez | 19 de diciembre de 2017
Guy de la Bédoyère repasa la historia de la guardia pretoriana desechando muchos de los mitos sobre uno de los cuerpos más reconocidos del ejército romano. Sus funciones dejaron de ser simplemente militares para convertirse en un actor determinante en el corazón del Imperio.
Si la guardia pretoriana tiene un legado es el de servir de advertencia a cualquier dirigente que pretenda y obtenga el poder por la violencia, por hábil que pueda ser a la hora de ataviarlo con los ropajes de la legitimidad y el consentimiento popular
Con esta genial lección concluye Guy de la Bédoyère su libro La guardia pretoriana. Ascenso y caída de la escolta imperial de Roma (Pasado & Presente, 2017). Y no solo lo subraya, sino que lo expone de una manera clara a lo largo de todo el libro con la inestimable ayuda de las fuentes antiguas, tanto literarias, véanse Tácito, Dion Casio o Suetonio, entre otros, como arqueológicas, numismáticas y epigráficas, de importancia suma en la obra. Es la historia de cómo los emperadores romanos ampararon su legitimidad en la influencia de los pretorianos.
La guardia pretoriana. Ascenso y caída de la escolta imperial de Roma
Guy de la Bédoyère
Pasado&Presente
350 págs.
29€
Pues bien, De la Bédoyère nos presenta una historia general y muy completa de la hoy conocida como guardia pretoriana, denominación inexistente en la antigua Roma y cuyo nombre original era el de cohortes praetoriae, es decir, “cohortes del pretorio”. Sobre el nombre cabe decir que, como todo lo romano, tenía una lógica aplastante: “cohortes” porque en dicho sistema se organizaban las tropas de infantería que no se integraban en las legiones -el cuerpo militar de ciudadanos romanos por antonomasia-, que eran cuerpos de en torno a quinientos hombres, aunque De la Bédoyère señala la aún duradera polémica de si las cohortes pretorianas eran de quinientos hombres (quingenarias) o de mil (miliarias). Y “del pretorio” hace referencia al praetorium, lugar destinado en el campamento (castrum) al general con poder militar (cum imperium).
Es importante señalar, ya que es uno de los puntos fuertes de esta obra, que De la Bédoyère desmitifica, con fuertes dosis de realidad histórica, seriedad académica y no poco talento narrativo, mitos históricos sobre la guardia que, posiblemente, tengan su raíz en el éxito de novelas históricas, como Yo, Claudio, o películas como Quo vadis? o Gladiator. Ideas como que los pretorianos eran unidades de élite en el campo de batalla, apreciable tanto en el cine como en muchos videojuegos, o que siempre vestían armadura (además, mucho más vistosa y barroca que la del legionario de a pie), o que solo cumplían funciones castrenses son algunas de las ideas que se suelen tener, y todas ellas son erróneas y desarticuladas por el autor mediante su diestro manejo de las fuentes. A este respecto, cabe señalar el gran elenco de información epigráfica que ofrece.
Las cohortes pretorianas comenzaron siendo, como explica De la Bédoyère, una suerte de escoltas de los grandes generales romanos, como Escipión el Africano, Marco Petreyo (vencedor de Catilina), Julio César o el mismo Octavio Augusto. Y fue precisamente este quien, tras el periodo de guerras civiles posterior al asesinato de César y como fuerte apoyo en la construcción del Principado, institucionalizó las cohortes pretorianas, haciendo norma de lo que ya se había dado de manera no oficial en la época anterior. César, por ejemplo, había llevado una escolta personal de baleáricos que, para su desgracia, había licenciado poco antes de los idus de marzo del 44 a.C. Sertorio llevó un cuerpo de caetrati, infantería selecta hispana. Otros llevaron jinetes galos o germanos. El mismo Augusto llevó también como escolta personal a los famosos jinetes bátavos, cuya denominación oficial era la de Germani corporis custodes, disueltos tras la catástrofe militar romana en el bosque de Teutoburgo en el 9 d.C., sucediéndoles otra unidad de caballería, los equites singulares Augusti. Aun así, a los primeros los restauraría Nerón dentro de sus políticas excéntricas de imitar a Augusto.
Pero el desarrollo de la guardia no sería el de un cuerpo de élite más ni el de un simple cuerpo de guardaespaldas. Las cohortes pretorianas adquirieron una importancia fundamental en el corazón del Estado romano y su política. La historia de la guardia pretoriana es la historia del nacimiento y desarrollo de la “policía política” de los emperadores romanos. Como ejemplo de ello, cabe destacar uno de los casos más significativos que recoge De la Bédoyère: el del futuro emperador Tito, nombrado prefecto del pretorio por su padre Vespasiano en el 71 d.C. “Todo aquel que fuera sospechoso de deslealtad o cualquier otra fechoría podía sufrir denuncia pública por pretorianos enviados por él al teatro o los barracones”, señala el autor.
Tras la institucionalización de la guardia pretoriana, como señala el autor, Augusto decidió dividir el mando para evitar la concentración de poder en un solo hombre, por lo que nombró dos prefectos del pretorio. Y las sospechas de Augusto no solo eran acertadas, sino que se cumplieron al poco de su muerte, durante el reinado de Tiberio. Este no solo otorgó más poder e influencia a los pretorianos y a sus prefectos, sino que concentró sus cuarteles, antes dispersos por Italia, en Roma, en un campamento que se convirtió en el centro de las intrigas políticas de la urbe. Durante el reinado de Calígula, y aún más con Claudio, la guardia pretoriana no hizo sino crecer en influencia y poder. Además, sus sueldos y pagas extraordinarias doblaban los de las cohortes urbanas (una suerte de fuerza policial y de orden de Roma) y triplicaban los de los legionarios, quienes en no pocas ocasiones se quejaron al respecto.
A partir del reinado de Tiberio y la prefectura pretoriana de Elio Sejano, la guardia asumió la idea de que, si los emperadores querían gobernar, debía ser con su aquiescencia, y, peor aún, los sucesivos emperadores también lo asumieron. Solo dos se opusieron abiertamente a la influencia que la guardia pretoriana ejercía sobre el emperador: uno fue Servio Sulpicio Galba, emperador durante unos meses entre 68 y 69 d.C., y la guardia se encargó de su caída. El otro fue quien acabó con la misma en 312, Constantino el Grande.
Sin duda, los testimonios de hechos y los hallazgos que Guy de la Bédoyère recoge en este libro genial, necesario para el gran público, conforman una visión en profundidad y realista de los pretorianos y que, aun siendo rigurosamente académico, hace entrar al lector en un clima parecido, si no igual, al de la Guerra Fría, en la que tanto la CIA como la KGB jugaron un papel más que fundamental en el juego político de los gobiernos estadounidense y soviético.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.