César Cervera | 23 de diciembre de 2018
El concepto de leyenda negra, aunque basado en mentiras, se ha consolidado en el lenguaje y el imaginario colectivo. Términos como ‘colonialismo’ tienen un matiz peyorativo que es muy difícil de eliminar.
Siempre se ha visto la leyenda negra como una cuestión del pasado. Un debate historiográfico en el que, incluso autores extranjeros, remaban a favor de que la historia y los personajes españoles fueran analizados, simplemente, de forma objetiva y comedida. Lo contrario sería exigir a la historiografía que impusiera una leyenda rosa. Hoy, resulta obvio que no es un pleito entre académicos, sino algo vigente, relacionado con la forma en la que el mundo interactúa y ve a España.
Los autores foráneos, como los propios españoles, incurren en ella de forma inconsciente, porque no se mueven en el plano racional. Por eso, alguien como el hispanista Ian Gibson es capaz de elogiar a España como el país que literalmente le «salvó la vida», al mismo tiempo que afirmó el año pasado en una entrevista radiofónica que «en el país falta una ración de protestantismo. Los países católicos son más corruptos». Se trata de prejuicios sobre todo lo relacionado con el mundo hispánico, juicios previos a los hechos, previos a tener o a querer tener los datos suficientes para juzgar con criterio.
La propaganda que las naciones protestantes emplearon con maestría para combatir al Imperio español caló en la historiografía europea. Entró en los mitos fundacionales de Inglaterra, Holanda, Alemania, donde los católicos, para más señas los españoles, ocupan el papel de los malvados. También en movimientos intelectuales fundamentales para Europa, como el humanismo italiano o la Ilustración francesa, que presentan a España como el reverso a la luz. Los españoles son, por nacimiento y cultura, vagos, fanáticos, corruptos e intransigentes, así como poco dados a la democracia, a pesar de que la UNESCO reconoce al Reino de León como el origen del parlamentarismo; o de que al propio Carlos V, deudor de la idea francesa del Rey colocado por Dios, le advirtieron las Cortes castellanas desde su llegada aquí de que él solo era «un mercenario» que «gobierna por un pacto callado» de la república de las gentes.
La leyenda negra está en el imaginario popular. Está en el cine, en la literatura… incluso en el lenguaje de a pie. En publicidad se dice que cuando una marca o un reclamo ocupa un espacio resulta como un ejército fortificado. Poco se puede hacer para revertir la imagen negativa de la Inquisición, sinónimo en castellano de cualquier sistema que permite «exceder la acusación».
Da igual que los datos de ajusticiados por la Inquisición española respecto a otros tribunales contemporáneos incluidos en territorios hispánicos no correspondan con la multitudinaria presencia de este tribunal en la literatura y en el cine. Da igual que solo en la Matanza de San Bartolomé se asesinara en un día en Francia, por razones de religión, al triple de personas que en los tres siglos de funcionamiento de la Inquisición. O que muchos reos de la época prefirieran maldecir a Dios para ser trasladados a las cárceles del Santo Oficio, más garantista que el tribunal del Rey.
Cuando nos referimos a los primeros ingleses en Norteamérica, hablamos de ‘colonos’ (palabra de raíz griega que significa labrador) y, cuando lo hacemos de la expedición de Cristóbal Colón, hablamos, de forma inconsciente, de ‘colonizadores’ (una palabra que viene de un fenómeno propio del siglo XIX, el colonialismo, y trae implícito un juicio moral). Cuando hablamos de Lutero, afirmamos que «reformó» algo (se supone que algo que estaba mal), a pesar de que muchos antes que él habían iniciado herejías en el seno de la Iglesia a lo largo de 2.000 años.
Reforma y Contrarreforma. Positivo contra negativo. El progreso protestante contra la oscuridad católica. De ahí que escritores como Arturo Pérez-Reverte, para nada sospechoso de querer propagar la hispanofobia, diga sin rubor que España se equivocó de Dios en Trento. Lo dice porque tal vez no sabe que los movimientos protestantes fueron, en verdad, religiones instigadas por quienes querían oponerse a la hegemonía hispánica en Europa. Ser protestantes era una forma de diferenciarse y alejarse, como hacen todos los nacionalismos, de sus enemigos, en este caso, el Rey de España y sus partidarios. Y porque tampoco advierte que el intolerante (todo el continente lo era) Lutero no trajo modernidad a los territorios alemanes, sino un retroceso al sistema feudal. Más poder para los príncipes territoriales; menos separación entre Iglesia y Estado.
Por esta deformación de conceptos, hablamos aún hoy de la Guerra de Flandes (1568-1648) como un conflicto entre una fuerza invasora que quería imponer la Inquisición contra un pueblo agredido en sus libertades, en vez de como la guerra civil que fue, con trasfondo religioso y gran violencia entre personas de la misma sangre. Se ignora, convenientemente, que hubo incluso más locales luchando en los ejércitos hispánicos que en las tropas holandesas (¿era menos holandés uno católico que uno calvinista?). Así como el hecho de que Felipe II era el legítimo soberano de los Países Bajos y que las medidas que iniciaron la protesta de la nobleza autóctona, una mínima parte de la población, se encaminaban a modernizar y unificar la disparatada situación legal de este territorio (antes de Carlos V, existían 700 códigos legales diferentes).
Si alguien busca en Google, en inglés o en castellano, el término ‘expulsión de los judíos’ puede que comprenda por qué no se trata solo de un debate historiográfico. Los primeros resultados los acapara la expulsión de 1492 por parte de los Reyes Católicos, quienes buscaban la conversión forzosa de los judíos, aunque aquella no fuera la primera que afectó a esta minoría religiosa en Europa. Ni la primera, ni la última, ni la más masiva, ni la más violenta… Los franceses lo hicieron hasta cuatro veces en su historia. Simplemente, fue la que más aparece en la literatura: la más popular.
Porque -lo ya dicho-, cuando un concepto como el de la leyenda negra ocupa un lugar en el imaginario popular, requiere mucho esfuerzo poder desalojarlo de allí, incluso cuando se basa en mentiras fáciles de desmontar.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.