David Solar | 09 de noviembre de 2018
Se cumple el 80º aniversario de la noche de los cristales rotos. Aquel día, el odio que expresaban los nazis hacia los judíos pasó de las palabras a los hechos.
El 29 de octubre de 1938, la Policía realizó una redada de 16.000 judíos polacos que vivían en Alemania y los arrojó, con lo que pudieran llevar encima, a territorio de nadie en la frontera polaca. Uno de los afectados, Herszel Grynszpan, de 17 años, logró escapar y llegar a Francia. El 7 de noviembre, entró en la embajada alemana en París con el propósito de asesinar al embajador para vengarse y llamar la atención respecto al atropello que estaban sufriendo los judíos. Fue atendido por el tercer secretario de la embajada, Ernst von Rath, y, viendo cerrado su camino, sacó un revólver y lo hirió gravemente.
El atentado constituyó el pretexto para poner en marcha lo que pasaría a la historia como «la noche de los cristales rotos», un pogromo planeado para celebrar el 15º aniversario del Putsch de Múnich de 1923, fecha tradicionalmente recordada con una reunión en la Bürgerbräukeller, rematada por un discurso de Hitler. Luego, dejando a los veteranos nazis empapándose en cerveza, la camarilla del Führer remataría la jornada con una cena.
#TalDiaComoHoy en 1938 tiene lugar la "Kristallnach" o Noche de los Cristales Rotos. Una serie de ataques a judíos y sus propiedades, negocios y sinagogas cometidos por miembros de las SA, las SS y las Juventudes Hitlerianas. pic.twitter.com/046VQNucqf
— Archivos de la Historia (@Arcdelahistori) November 9, 2017
En esta ocasión, la cena tendría lugar en el ayuntamiento y, mientras se dirigían allí, llegó la noticia de la muerte del diplomático, que no sorprendió a los jerifaltes nazis: para entonces, Josep Göbbels, ministro de Propaganda, ya tenía un plan que refleja su diario: “Voy a la recepción del partido en el viejo ayuntamiento. Muchas cosas en marcha. Explico el asunto al Führer. Él decide: que las manifestaciones continúen. Retirad a la Policía. Que los judíos experimenten por una vez la cólera del pueblo. Esto está bien. Transmito inmediatamente las instrucciones a la Policía y al partido. Luego hablo durante un rato en ese sentido a los jefes del partido. Tormenta de aplausos. Salen todos decididos a telefonear. Ahora la gente actuará”.
El rencor por la derrota de 1918, agitado por la propaganda, exacerbó el antisemitismo alemán y dio a Hitler argumentos para ampliar sus auditorios. El éxito de su mensaje nutrió su propio antisemitismo que, por convicción o por estrategia, se advierte furibundo en Mein Kampf (Mi Lucha), 1924/25.
Al poco de lograr la Cancillería, Hitler inició sus medidas antisemitas, pero fue tras las Leyes de Núremberg (15/09/35) cuando hizo insoportable la vida de los judíos: se les impedía votar en las elecciones, asistir a las escuelas estatales y a los espectáculos, ejercer cargos públicos o empleos de responsabilidad civil o profesiones como dentista o veterinario o acceder a exámenes profesionales para las cámaras de comercio, industria y artesanía; se les retiraron los carnés de conducir, se les expulsó del Ejército y anularon sus derechos militares posteriores a 1914. Se les dio a elegir entre una lista de nombres y a quien tuviera nombre diferente a los autorizados debía añadir Israel, si era hombre, o Sara, si era mujer. A los alemanes se les prohibía casarse o tener relaciones sexuales con judíos o, incluso, trabajar en sus casas…
Estas leyes activaron el éxodo de los judíos alemanes, aunque no era sencillo irse, salvo que dispusieran de fortuna y renunciaran a buena parte de ella, siempre que hubiera países dispuestos a recibirlos, pero los preferidos (Estados Unidos, Inglaterra o Francia) tenían cupos de inmigración limitados, de modo que Palestina fue una de las mejores opciones, aunque para ello hubiera que pagar una tasa importante exigida por Londres. Quienes no tenían medios para irse o quienes se negaban a ver el peligro y esperaban que pasara la tormenta perdieron la esperanza aquella noche de los cristales rotos del 9 de noviembre de 1938, hace 80 años.
Los barrios judíos importantes fueron rodeados por policías y miembros de las SS y sufrieron una tempestad de fuego y destrucción. En aquella ordalía fueron asesinados 91 judíos, 35.000 encerrados en campos de concentración, 815 comercios incendiados, 7.500 tiendas saqueadas y rotos sus escaparates (de ahí el nombre de noche de los cristales rotos), 191 sinagogas y 171 viviendas incendiadas y 76 templos demolidos. La comunidad judía tuvo que valorar los daños, que ascendieron a mil millones de marcos y, para supremo escarnio, Hermann Göring exigió que, en concepto de multa, entregase esa cifra al Plan Cuatrienal.
A ningún judío en Alemania le cupo ya duda de su destino: malvendieron sus propiedades y abandonaron el país y, si nada tenían, pidieron ayuda a familiares y amigos en el extranjero para que les enviaran el coste de su huida. Para muchos, ya fue tarde: cuando Hitler llegó al poder, vivían allí 535.000 judíos; cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, quedaban menos de doscientos mil, de los cuales solo sobrevivieron unos 14.000.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.