Rafael Sánchez Saus | 14 de diciembre de 2017
La reciente celebración en Córdoba de un Congreso Internacional sobre Cultura Mozárabe ha puesto de manifiesto el creciente interés por la necesaria revisión del episodio conocido como de los ‘mártires voluntarios’ o de Córdoba. Se trata del movimiento martirial que se desarrolló en al-Andalus, especialmente en Córdoba, entre los años 850 y 860, inspirado por grandes figuras de la mozarabía, especialmente por san Eulogio hasta su propio martirio en 859. Cerca de cincuenta cristianos, quizá más, hombres y mujeres de toda condición, murieron en circunstancias estremecedoras para la época y para todos los que se acercan a la historia de los hechos.
La procesión extraordinaria de las reliquias de los #SantosMártiresdeCórdoba ha tenido lugar tras la primera jornada académica del @ConCulMozarabe y nos dejaba imágenes para el recuerdo.
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Para comprender este fenómeno, que cobra hoy nueva actualidad a la luz de los acontecimientos que sacuden a las cristiandades orientales, hay que recordar que, tras la conquista árabe de entre 711 y 719, la población hispanogoda, aunque en medio de grandes padecimientos, pudo conservar ciertas cotas de autonomía religiosa y administrativa, así como mantener sus rasgos culturales. Esta situación, relativamente favorable, comenzó a cambiar ya a fines del siglo VIII cuando Abderramán I suprimió pactos con la población y las elites indígenas e inició la construcción de un orden y un Estado plenamente musulmanes a través de una política de arabización e islamización del país y sus gentes. Que esta iba a ser la esencia del régimen establecido por los Omeya se hizo ya muy patente desde la tercera década del siglo IX, pero la población cristiana, todavía muy ampliamente mayoritaria en todo al-Andalus, no fue capaz de articular una oposición unitaria en un país profundamente fragmentado y presa de innumerables conflictos sociales, étnicos, tribales y sectarios.
Por ello, el único gran movimiento de resistencia cultural y religiosa que el mozarabismo fue capaz de poner en pie, ya a mediados del siglo IX, tuvo que atender a dos frentes: primero, el que le opusieron los cristianos beneficiarios de las migajas del sistema, instalados en la estructura de poder de los emires; en segundo lugar, a un régimen que trataba con enorme dureza a quienes osaban desafiarlo. Ese movimiento de resistencia dio su principal fruto en el fenómeno conocido como de los “mártires voluntarios”, aunque tal vez ese calificativo debiera revisarse por su posible confusión con actitudes suicidas que los mártires nunca tuvieron.
Debe hacerse notar también que los primeros casos conocidos de martirio en 850 y 851, los de Perfecto y Juan, no son voluntarios de ningún modo, como tampoco lo serían bastantes de los registrados después, pues fueron denunciados por supuesta blasfemia contra el islam y su profeta. El primero que puede merecer ese nombre es el de Isaac, también en 851, quien, como luego hicieron otros, se presentó ante el cadí para hacer pública confesión de su fe y rechazar a Mahoma como falso profeta. Esta acción fue su respuesta al terrible espectáculo del tormento público de Juan. Los casos de Perfecto y Juan, así como otros posteriores, nos iluminan las causas que llevaron al martirio a Isaac y sus imitadores. Estos se rebelaban contra las normas islámicas que imponían condiciones de desigualdad, avasallamiento y dominación para los cristianos que fácilmente podían llevarlos a los tormentos y la muerte en un ambiente de presión y hostilidad crecientes. Los mártires se rebelaban también contra la imposibilidad de evangelizar, de defender las ideas propias con la palabra en igualdad a como lo hacían los ulemas y alfaquíes musulmanes, quienes no se recataban en sus ataques a la fe de Cristo.
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Hay que resaltar el hecho de que los mártires expresaron esa rebelión mediante la vía de la protesta ante la autoridad, eludiendo la posibilidad del tumulto y sus impredecibles consecuencias, aun a sabiendas de que la muerte era el precio que habrían de pagar. Se trata, pues, de una vía que solo tiene de violento el hecho de no doblegarse ante las normas impuestas unilateralmente desde el lado islámico. Los suplicios y la muerte subsiguientes, que es donde radicaba la violencia que nos espanta al leer los relatos martiriales, no se los imponía el mártir a sí mismo sino un sistema despiadado y especialmente feroz con los no musulmanes.
Lo que más impresiona en los mártires cordobeses fue su voluntad inconmovible de luchar, poniendo en riesgo sus propias vidas, pero no las de otros, contra un poder que les vedaba vivir su religión en plena libertad y, sobre todo, la posibilidad de dar testimonio de ella y evangelizar. Por ello, se puede sostener que Eulogio, Isaac, Flora, Rodrigo y sus compañeros son mártires del cristianismo, pero también de la libertad de expresión y de conciencia, pues no podemos olvidar que muchos de ellos no murieron bajo acusación de blasfemia sino por mantenerse en su fe cristiana a pesar de que la ley islámica les obligaba a renunciar a ella por distintos motivos.
La liturgia es otra de las líneas esenciales de investigación que nos propone @ConCulMozarabe. El padre benedictino Juan Pablo Rubio Sadia, de la @UniSanDamaso ha ofrecido una interesante perspectiva a través de su ponencia.
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Los mártires se enfrentaron, así, de un modo pacífico, con la palabra y el ejemplo, contra quienes usaban de la extrema violencia física para eliminar cualquier disidencia. La opción del martirio implica un rechazo previo de la posibilidad de la protesta violenta. Esta fue desechada por los cristianos cordobeses, ante todo por su religiosidad, fuertemente influida por el ejemplo de los mártires de la Iglesia primitiva y su continuado recuerdo a través de la veneración de las reliquias y en la propia liturgia.
Resulta inconcebible que, en nuestro tiempo, cuando tanto se pondera la libertad de conciencia de las personas, no solo no se admire este gesto sino que se acuse a los entonces condenados al cadalso de ser unos desequilibrados, psíquica y espiritualmente, que propiciaron su propia muerte y se les acabe reprochando que no cedieran ante el ofrecimiento de apostasía que hubiera permitido a muchos conservar sus vidas. Pero es cierto que el valor del martirio en aquel tiempo, como corona de la vida cristiana, y de los mártires como ejemplo supremo de seguimiento de Cristo es algo que hoy no podemos entender plenamente en Occidente, tanto ha cambiado la religiosidad de quienes aún la tienen y, no digamos, la mentalidad de quienes no la poseen ya de ninguna forma. Quizá ahora, cuando nos vemos conmovidos con tantos renovados ejemplos de martirio, estemos en mejores condiciones para comprender lo que supuso el movimiento martirial cordobés en su tiempo y en el seno de una cristiandad sometida que anhelaba la libertad.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.