Antonio Martín Puerta | 06 de febrero de 2018
En Memoria del Comunismo, Jiménez Losantos describe con expresividad un drama que no ha muerto. Ofrece serios ejemplos de la senda de este totalitarismo en páginas vivas que no permiten dudar sobre la validez de la argumentación ni abandonar el libro.
El conocido periodista Federico Jiménez Losantos ha venido a escribir un texto bien expresivo acerca de la realidad de uno de los dramas, aún vivos, surgidos en el siglo XX: el totalitarismo comunista. Como antiguo miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña, una de las ramificaciones del fenómeno, se encuentra bien provisto de argumentos y datos suficientes como para poder reflejar con solvencia la terrible historia que traslada a los lectores por medio de Memoria del Comunismo, un texto del mayor interés.
La historia empieza con Lenin, actuando como agente subvencionado del Estado Mayor alemán durante la Gran Guerra. El objetivo era conseguir el desplome del régimen democrático que, habiendo derrocado al zar, proseguía la guerra con Alemania. Los cálculos resultaron acertados: trasladado Lenin a Rusia en un tren protegido por oficiales prusianos, el partido bolchevique sería un eficaz elemento corrosivo y violento que acabaría con la primera democracia rusa. La situación generada es así descrita por el autor: “Ni uno solo de los dirigentes bolcheviques ha trabajado en una fábrica o ha arado el campo. Lo que han hecho, como un año antes han denunciado en París los socialistas rusos, es derrocar a un gobierno legítimo, disolver por la fuerza la Asamblea Constituyente votada democráticamente, prohibir la prensa no bolchevique, ilegalizar a los demás partidos políticos, prohibir el derecho de huelga a los obreros, prohibir a los campesinos que vendan sus productos en el mercado, estafarlos pagando un dinero devaluado por los bolcheviques en un 200.000 por ciento y al que el pueblo llama ‘papel pintado’, y, por supuesto, encarcelar, secuestrar y asesinar sin juicio, a través de la Cheka a todos los que se les opone, en especial los partidos de izquierda”.
Todo ello mientras la hambruna produce además un millón de muertos al año. Situación caótica en una Rusia abandonada a su suerte por los occidentales, pues oportunamente se recuerda la ceguera de Lloyd George, alcanzando un nivel de frivolidad y falta de percepción solo comparables a las ulteriormente demostradas en 1938 por Chamberlain ante Hitler. Acontecimientos desarrollados bajo la terrible dictadura de un hombre así descrito: “Lenin fue siempre cruel, carente de empatía ante el sufrimiento ajeno, ayuno de escrúpulos y devoto del axioma ‘el fin justifica los medios’”. Entre esos medios se encuentra la traición a la propia Rusia, firmando con el Imperio Alemán el tratado de paz de Brest-Litowsk, que entrega a los alemanes una enorme parte de los territorios controlados por Rusia, solo recuperados tras el fin de la guerra. Lenin comparece como heredero del terrorismo ruso, como una tortuosa personalidad, promotor de todas las violencias revolucionarias y, por su parte, virtuoso de una brutalidad y terrorismo de estado pormenorizadamente descritos, con unas primeras víctimas: el proletariado y el campesinado rusos y cualquier izquierda mínimamente disidente. Por ello se dice: “Pero la eutanasia de masas o eugenesia de clase nace con el terror rojo leninista. Fue, desde el principio, la base de su régimen”.
Ello mientras en el exterior la Internacional Socialista se bolcheviza en buena parte, o simplemente lanza un exceso de miradas poéticas a lo que es un régimen dedicado a construir un sistema despóticamente totalitario, una nueva experiencia histórica ansiosa de conquistar el mundo por la violencia revolucionaria. Su naturaleza es así descrita: “El comunismo es un monoteísmo y no admite otros dios que él mismo”, con una absorbente visión a la que denomina “moderna religión caníbal”. Efectivamente: la historia de purgas y eliminación de disidentes por los motivos más fútiles permite asumir la interpretación, basada en una adaptación práctica del marxismo. Pero hay una explicación: “Marx y Lenin comparten carencias teóricas esenciales, sustituidas por una retórica entre milenarista y apocalíptica”. La detallada descripción de crímenes, excesos y purgas permite llegar a la siguiente afirmación: “la naturaleza del comunismo está basada en la vida y la muerte de cada una de sus víctimas”.
Efectúa el autor de Memoria del Comunismo una detallada exposición sobre la evolución del comunismo en España, reproduciendo los mismos métodos de su país de origen: culminando su vía de terror con los asesinatos de Paracuellos de Jarama, que llevan el sello estaliniano. Como antiguo militante del PSUC, conoce bien la práctica aplicada en Cataluña durante la Guerra Civil, en medio de una dictadura dirigida por un Companys apoyado en el comunismo, alguien descrito como mentalmente enfermo, esencialmente desequilibrado y carente de cualquier escrúpulo. De ese modo, se produjeron 8.000 asesinatos en Cataluña, la mitad de los cuales durante los dos primeros meses de la guerra en plena vigencia del anarquismo. Años más tarde reaparecería el comunismo en España bajo distintas siglas: ETA, MPAIAC, UPG, FRAP, GRAPO o Terra Lliure. Más una reciente novedad: el marxista Podemos.
No menos llamativa es la asunción –forzada, timorata o simplemente interesada- de los clichés comunistas por parte de los intelectuales y personalidades occidentales. Se recuerda cómo cuando la televisión española emitió la célebre entrevista al premio Nobel de Literatura de 1970 Alexander Solzhenitsyn -disidente y antiguo preso en los campos del Gulag-, las desdeñosas críticas también provinieron de Camilo José Cela, Francisco Umbral y del futuro ministro de UCD Manuel Jiménez de Parga. Caído el comunismo en el bloque soviético, el aluvión de documentos ocultos y cifras confirmaron –con frecuencia al alza- la magnitud de la masacre. El diario ruso Izvestia hablaba de más de 100 millones de asesinatos en el período 1917-1987: solo Stalin habría mandado matar a 42 millones y medio de personas, Mao a 21, Pol Pot a más de 2 y Tito a un millón, mientras siguen en activo los regímenes de Cuba y Corea. Un total similar a los datos –con distribución distinta- aparecidos en el Libro negro del comunismo.
Acerca del estado de situación, ya se indica en Memoria del Comunismo: “Lenin no ha acabado de morir”. Buena prueba es la existencia de Podemos, con un no pequeño porcentaje de votantes. Recoge el autor un dato sintomático: cómo los únicos testimonios aceptados al respecto son los de antiguos comunistas. Es difícil presentar un ejemplo más expresivo acerca de la completa inanidad e irrelevancia del pensamiento derechista o conservador. Puede decirse que el texto, de factura no académica, describe a partir de serios y terribles ejemplos la senda del comunismo, a través de unas páginas vivas que no permiten ni la duda sobre la validez de la argumentación ni el abandono del libro.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.