Alfredo Alonso García | 31 de octubre de 2017
Esta reflexión de Marcelino Menéndez Pelayo (Santander, 1856-1912) -efectuada durante la clausura del Congreso Internacional de Apologética (Vich, Barcelona, 11 de septiembre de 1910)- recupera su actualidad frente a planteamientos falaces, como los manifestados durante estas últimas semanas por los actuales líderes políticos de la Comunidad Autónoma de Cataluña, que, además de atentar contra nuestro propio ordenamiento jurídico, abiertamente dudan de la solidez nacional de España y su hispanidad.
Bien merece recordarse el perenne magisterio de Menéndez Pelayo. Lo que España metafísicamente es -irremediablemente, pese a quien le pese- se ha ido configurando con el paso de los siglos, erigiéndose en una misma entidad histórica, política, social y cultural englobada bajo el manto la hispanidad. Por lo que, de esta manera, España no puede diluirse de la noche a la mañana.
Los valores de unidad que despiertan las palabras de Felipe VI. Una reflexión de @ladeveze3 @CasaReal #dbhttps://t.co/XdeKyBFvbb
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) October 7, 2017
Vicente Palacio Atard califica al polígrafo santanderino como «despertador de la conciencia española», como baluarte defensor de la grandeza de España y de la altura de miras de sus naturales. Así, las enseñanzas de Menéndez Pelayo presentan el «patriotismo» como el amor al estilo de vida y a la cultura característica de la tierra en donde uno nació o vive, frente a actitudes etiquetadas como «nacionalistas», que persisten tozudamente en reafirmar las diferencias propias de su cultura y en enfrentarse «por sistema» contra todo lo existente fuera de ella. Por lo que no debe soliviantarnos aquel que cuestione la naturaleza de nuestra patria ‒especialmente, si exhibe espurios argumentos‒, ya que este tipo de posturas incorpora como práctica habitual la sospecha y la crítica, propias de la filosofía de nuestra época contemporánea.
El dilatado recorrido histórico del pueblo español ha servido para fraguar su hispanidad, esto es: su ser, su tradición, su personalidad y lo que justifica la unidad del diverso conglomerado de sus comunidades agrupado bajo una sola bandera. Los principios fundamentales de la vida nacional beben del espíritu o «genio nacional» -como le gusta llamarlo al polígrafo-. Precisamente ese «genio» resulta el garante que proporciona la continuidad histórica y espiritual a España como entidad nacional. Menéndez Pelayo, como católico, defiende la «universalidad esencial de lo cristiano» y, al tiempo, como español, identifica la esencialidad de lo español con la adhesión colectiva al catolicismo.
Don Marcelino ama apasionadamente a España, aunque no con un «amor inmoderado absoluto», es decir: no convierte a España en un «mito ni en una entidad suprema» ante la que se subordine la persona humana, su dignidad o su libertad. Más bien al contrario, la libertad y la dignidad de la persona -históricamente- han encontrado en el pueblo español a su defensor. Por este motivo, el polígrafo santanderino muestra su orgullo de sentirse español, sentimiento que le resulta incompatible con el odio hacia otros pueblos no españoles.
Por otro lado, no duda en condenar y apartarse de «exageraciones», que durante su época se manifestaron en algunas regiones españolas a causa de incipientes movimientos nacionalistas. Así, Menéndez Pelayo opta por potenciar las singularidades de cada región española, que enriquecen y complementan, al tiempo tanto, al conjunto de la nación como al resto de regiones que conforman España, sin prescindir, por tanto, de su unidad como patria.
El polígrafo sentía predilección por la cultura catalana, pues en Barcelona realiza sus estudios universitarios; aunque este afecto únicamente era superado por su «Montaña» natal (Cantabria). Ese aprecio lo manifiesta públicamente durante unos Jocs Florals celebrados en esa ciudad el 27 de mayo de 1888, en un discurso pronunciado en lengua catalana; en él, agradece a Cataluña lo mucho que le influyó en su formación académica y elogia su lengua declarando que aquellos «Jocs constituían una de les més enérgiques afirmacions del sentit tradicional de la nació espanyola».
Menéndez Pelayo manifiesta un infatigable amor al estudio y al trabajo, sin abandonar los principios y valores de la fe católica que profesa. Así, su fe en absoluto le obstaculiza para actuar con rigor científico, como corresponde al investigador que sinceramente busca la verdad -natural inclinación de la persona, inherente a nuestra humana naturaleza-. Su hermano Enrique lo sintetiza diciendo que «amaba a Dios sobre todas las cosas y a los libros como a sí mismo.»
El polígrafo afirma que resulta innegable que el Cristianismo es el instrumento con el cual históricamente España ha alcanzado su máximo esplendor de «unidad de conciencia nacional», hasta el punto de identificarse «lo español con lo católico», por lo que el catolicismo se incluye entre los elementos esenciales que forjan la entidad española.
#Historia de #Cataluña. "Una de las regiones más singulares y ricas de #España". Un análisis de @javierarjona_tw #dbhttps://t.co/xgXoL5gaG9
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España como nación no se fundamenta en la unidad de lengua: castellano, catalán, gallego-portugués y vascuence son todas ellas lenguas españolas; ni en la unidad de raza: el pueblo español es resultado del mestizaje de muy diversas razas presentes en la Península Ibérica a lo largo de los siglos; ni tampoco en la unidad cultural. Lo que históricamente ha mantenido unidos a los españoles es su fe católica. Así ‒concluye el santanderino‒, se erige en el principal elemento integrador del pueblo español: España resulta expresión de un proyecto común, en el que nacionalidad y religión se identifican.
Don Marcelino llama a aceptar nuestra Historia por completo y a demostrar un sano orgullo por ella, porque en ella se manifiestan nobles virtudes morales y los altos proyectos del pueblo hispano. Así, nos encomienda mantener un alto concepto histórico de España, experimentada en resurgir de sus propias decadencias.
Concluyendo. La aplicación de las enseñanzas del polígrafo permitiría generosas y definitivas respuestas a aquellas «problemáticas» que distorsionan nuestra propia convivencia en común como españoles, con soluciones que emanan de las bases culturales vertebradoras de nuestro «espíritu nacional»: la fe católica y la institución monárquica, pues sin estas referencias actualmente no puede comprenderse ni el ser de España ni el sentir de «lo español».
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.