Javier Arjona | 09 de marzo de 2019
Alfonso XIII, temiendo por el futuro de la monarquía, apoyó a Miguel Primo de Rivera en su intento de tomar el Gobierno de España.
En la primavera de 1921, el Ejército español continuaba sus operaciones en el norte de África, en el marco de la Guerra del Rif o Segunda Guerra de Marruecos. Con el verano ya encima, y tras una sucesión de errores estratégicos en el monte Abarrán y en la localidad costera de Sidi Idris, los rebeldes rifeños, encabezados por Abd El-Krim, un antiguo funcionario local de la Oficina de Asuntos Indígenas de Melilla, lanzaron un ataque generalizado sobre las líneas españolas. Caía el puesto militar de Igueriben y, posteriormente, el Ejército restante era masacrado durante la evacuación caótica y desordenada del campamento de Annual, con un terrible balance de más de 13.000 soldados muertos.
Se había consumado la mayor derrota militar desde 1898, y la decadencia española tocaba fondo provocando una grave crisis política que ponía en jaque a la propia monarquía de Alfonso XIII. En este complicado escenario, fue tomando protagonismo un militar jerezano que había desarrollado la mayor parte de su carrera militar en destinos coloniales de ultramar como Cuba, Filipinas y Marruecos.
Miguel Primo de Rivera fue ascendido a teniente general en 1919 y pronto ocupó la Capitanía General de Madrid, desde donde defendió la tesis de abandono de las colonias norteafricanas, motivo por el que fue cesado. En 1922 fue nombrado capital general de Barcelona y, desde esta posición, espoleado por el Desastre de Annual, comenzó a preparar un pronunciamiento militar que finalmente llegó el 13 de septiembre de 1923.
La reacción de Alfonso XIII ante el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera fue de respaldo al militar jerezano, mientras daba la espalda al Gobierno de Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas, que solicitaba la detención de los militares sublevados. Existían antecedentes de la afinidad del monarca por el estamento militar, como los hechos del ¡Cu-Cut!, en 1905, o la crisis de las Juntas de Defensa, en 1917.
En esta ocasión, el Rey acabó nombrando a Miguel Primo de Rivera jefe del Ejecutivo, bajo la forma de presidente del Directorio Militar. El hasta entonces capitán general de Barcelona tenía como estrategia original gobernar noventa días con el objetivo de regenerar el país y, posteriormente, dar un paso atrás devolviendo el poder al monarca.
En su manifiesto de llegada al poder, Primo de Rivera invocó la necesidad de salvación de una España a la que había que liberar de aquellos «profesionales de la política» que llevaron al país al Desastre del 98 y que amenazaban con un final trágico y deshonroso.
El nuevo presidente destituyó a las autoridades provinciales y locales, suspendió la Constitución de 1876 y declaró el estado de guerra, mientras extendía a toda España el Somatén, la institución catalana paramilitar, con el objetivo de combatir el pistolerismo en las calles. Gobernó desde un partido único, la Unión Patriótica, más volcado en la administración que en la política, bajo el lema «patria, religión y monarquía».
Es interesante bucear en las memorias de los políticos del momento para profundizar sobre el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera y entender la posición del Rey Alfonso XIII. Niceto Alcalá-Zamora, que había sido ministro de la Guerra con Manuel García Prieto hasta mayo de 1923, llegó a presentar al Rey como el cerebro que concibió el golpe de Estado: «¿Quién imaginó el golpe de Estado? Mis recuerdos de la época que le precedió, iluminados por los sucesos posteriores, me convencen de que fue el monarca quien concibió y acarició el plan, contando siempre con utilizar el Ejército, su debilidad y su temor, pero sin pensar en Primo de Rivera como caudillo, hasta que las circunstancias lo señalaron como elemento indispensable por su mando sobre la inquieta guarnición de Barcelona».
La dictadura de Primo de Rivera se prolongó hasta el año 1930, sustituyendo el Directorio Militar por uno civil en 1925, en un intento de suavizar el régimen político tras una importante victoria del Ejército español en Alhucemas. Durante aquellos años, el Gobierno combatió el problema del separatismo y Francesc Macià, fundador en 1922 del partido Estat Català, se acabó convirtiendo en el símbolo de la resistencia catalana.
Poco a poco se fue institucionalizando el régimen con la creación de la Organización Corporativa Nacional, mientras en el plano económico la favorable coyuntura internacional de los felices años veinte hacía crecer lentamente la economía. Nacía entonces la empresa Telefónica, a partir de capital mayoritario de la ITT norteamericana, así como CAMPSA, la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.