David Solar | 20 de agosto de 2018
Al caer la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, 200.000 soldados y 2.000 tanques de cinco países del Pacto de Varsovia cruzaron las fronteras de Checoslovaquia partiendo de la República Democrática de Alemania (RDA), Polonia y Hungría, mientras que aviones soviéticos aterrizaban en los aeropuertos checoslovacos, los ocupaban y cerraban. Cuando amaneció el 21 de agosto, la república estaba enjaulada y sujeta a la ley marcial, pudiendo recordar los más viejos el infausto verano de 1938, cuando el III Reich desmembró el país, apoderándose de los Sudetes, anticipo de la completa ocupación alemana de Bohemia y Moravia y la secesión de Eslovaquia, convertida en Estado títere en marzo de 1939. Esta vez no eran Adolf Hitler y sus Panzer los que campaban por las calles de Praga, sino los blindados soviéticos, tripulados por los soldados de todos los países del Pacto de Varsovia, a excepción de los rumanos, que no participaron en la clausura de la Primavera de Praga.
La ocupación se saldó con 72 checoslovacos muertos y 702 heridos de diversa índole por intentar oponerse a pedradas o parar con sus cuerpos el avance de los carros. La oleada de pánico suscitó unos 300.000 refugiados, fundamentalmente en Rumania, aunque la mayoría regresó cuando se normalizó la situación.
En Europa apenas sí hubo protestas por los sucesos de la Primavera de Praga y tampoco llegó a nada la reunión del Consejo de Seguridad. Lo más llamativo fue la oposición y manifestaciones de los partidos comunistas francés, italiano y finlandés y fue sorprendente la protesta de un pequeño grupo de comunistas soviéticos ante el Kremlin. El intelectual y cineasta comunista pakistaní Tarik Alí explicaba el porqué de tanta tibieza: los países occidentales percibieron que el “socialismo con rostro humano” era “una amenaza mucho mayor para el sistema capitalista” que el desacreditado totalitarismo soviético.
Aquella primavera de hace 50 años fue pródiga en todo tipo de conmociones: las protestas universitarias de París, Berlín y las universidades norteamericanas, las revueltas negras contra el asesinato de Martin Luther King y en favor de la igualdad racial, las manifestaciones en medio mundo contra la intervención norteamericana en Vietnam, las negociaciones Washington-Hanoi en París y, discretamente, a ese cúmulo de sorpresas se fue incorporando la cuestión checoslovaca.
Luther King . 50 años sin el hombre que soñó con una igualdad inspirada en su fe cristiana
El Programa de Acción aprobado por el Comité Central del PC (Partido Comunista) checoslovaco en abril de 1968 decía: “El socialismo no puede significar solamente la liberación de los trabajadores de la dominación de la clase explotadora, sino que debe hacer más por las disposiciones para una vida más plena con la personalidad que cualquier democracia burguesa”. Aunque matizado y restableciendo una moratoria de diez años para su aplicación, el Programa hubiera terminado con los regímenes comunistas a corto plazo: derecho a la huelga, propiedad privada, partidos políticos, libertad electoral (secreta), de prensa, sindical y religiosa.
Para entonces, el Kremlin estaba más que alarmado ante los sucesos de Checoslovaquia. Juzgaba irritante que el Congreso Nacional de escritores checoslovacos hubiera condenado la dictadura del partido, pero Leonid Breznev, en el poder desde 1964, pensó conveniente que el asunto lo resolviera el PC checoslovaco; tampoco quiso censurar la designación de Alexander Dubcek como secretario del PC checoslovaco sin contar con su venia, porque le caía mucho mejor que Antonin Novotny, que, aparte de anticuado y etiquetado de represor, le recordaba que había sido aliado de Nikita Jruschov en la desestalinización de la década anterior. La supresión de la censura de prensa levantó ampollas, pero todo leve comparado con el referido Programa de Acción.
La cadena de decisiones que se estaban tomando durante la Primavera de Praga contradecía tanto la ortodoxia comunista como el inmovilismo del Kremlin, donde se sopesaba cuanto afectase a la URSS y a los demás países del Pacto de Varsovia. Todavía no está claro por qué Breznev permitió que la trayectoria reformadora de Dubcek llegara tan lejos, pero opinan los especialistas que el secretario del PC checo era, por un lado, un ingenuo bien intencionado y eso le hacía cierta gracia al zorro secretario general soviético y, por otro, parece que Dubcek tenía la propiedad de tranquilizarlo, como ocurrió en su encuentro de julio.
Pero los dirigentes soviéticos se dejaban camelar solo hasta cierto punto por el amable y sonriente Dubcek, y más cuando desde Praga les llovían las protestas de los viejos comunistas arrinconados por la Primavera. Milan Kundera escribía que aquellos “iban diariamente a la Embajada rusa a pedir ayuda… Y dos o tres meses más tarde los rusos decidieron que en su virreinato las discusiones libres eran intolerables”.
“Las flores y los tanques” . La lucha por la libertad se produjo en Praga, no en París
Pese a las toneladas de vaselina extendidas por Dubcek, la sucesión de desafíos conducían a la ruptura: el periodista Ludvík Vaculík publicó el 27 de junio el Manifiesto de las dos mil palabras, que rechazaba la moratoria a las reformas del Programa y exigía otras: lo firmaron masivamente personalidades de todas las áreas sociales. Y en mayo se convocó para el 9 de septiembre el XIV Congreso Extraordinario del Partido, en cuyo orden del día figuraban la incorporación del Programa de Acción a los estatutos del Partido, el proyecto de la Ley de Federalización y la elección de un nuevo Comité Central.
A esas alturas, Breznev consideraba que la situación era incontrolable y decidió actuar, manteniendo comunicaciones secretas con los dirigentes más afines pero, ante la opinión pública, todo quedó enmascarado por la reunión, el 3 de agosto, de los líderes del Pacto de Varsovia en Bratislava, donde firmaron su inquebrantable fidelidad al marxismo-leninismo y al internacionalismo proletario y proclamaron su beligerancia contra la ideología «burguesa» y los enemigos del socialismo.
El Mayo del 68, sus raíces filosóficas y sus repercusiones en la Iglesia posconciliar
Pese a tantos gestos unitarios, Breznev afirmó que “intervendría en un país del Pacto de Varsovia si se estableciera en él un sistema burgués”. Praga no quiso entenderlo o, quizá, fue engañada por la finta de Moscú, que retiró sus tropas acantonadas en Checoslovaquia. José María Solé Mariño cree que Dubcek fue un ingenuo: “En lugar de decretar la movilización del ejército y las milicias populares, el control y clausura de las fronteras y pedir el apoyo internacional (…) procedió como si ignorara la naturaleza de quien tenía enfrente. Así, el jefe del departamento del Comité Central, general Prchlik, partidario de la adopción de tales medidas, fue destituido” y Dubcek se enteró de la invasión por la radio.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.