Alfonso Bullón de Mendoza | 04 de mayo de 2017
Tal y como plantemos en su día, el trabajo de Villa y Álvarez Tardío concluye que es muy dudoso que las elecciones de 1936 fueran ganadas por el Frente Popular y que este consiguió una mayoría absoluta que no le correspondía gracias a las manipulaciones habidas en el recuento electoral y a la actuación de la comisión de actas, que anuló las de numerosos diputados derechistas. Aunque los autores han eludido expresamente hacer la menor mención de hasta qué punto esto podría o no justificar el alzamiento de 1936, ha habido gentes que se han puesto muy nerviosas con las conclusiones de su obra, pues si el gobierno que entonces existía había adquirido el poder de forma irregular, el golpe de estado podría ser legítimo o, al menos, no tan ilegítimo.
Parece que a Santos Juliá le gusta ejercer de “santón” de cierta izquierda a la que quiere indicar cuál debe ser la verdad sobre determinados temas en los que no está dispuesto a admitir el menor disenso con sus opiniones
Y ello nos lleva a hablar de la crítica que de esta obra ha publicado en las páginas de El País el catedrático jubilado de la UNED, doctor en Sociología, director general del Libro y Bibliotecas en época de Felipe González y autor de diversos libros y artículos sobre el periodo, Santos Juliá. De entrada, merece la pena llamar la atención sobre el título que ha querido dar a su reseña: “Las cuentas galanas de 1936”. Se trata de una expresión que en la actualidad no está muy en uso, por lo que no estará de más recordar que, según el Diccionario de la Real Academia Española, cuentas galanas son “cálculos lisonjeros y poco fundados”. Hay que decir que el título se contrapone de manera incomprensible con la frase que lo desarrolla: “Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García certifican el fraude electoral que permitió la victoria del Frente Popular tras años de trabajo sobre las actas”, frase que da la sensación de todo menos de galanura a la hora de hacer las cuentas.
Para comenzar, Santos señala que “la más rancia derecha” ha saludado “con gran fanfarria» la conclusión obtenida por “los autores de tan estupenda hazaña”: que el Frente Popular ganó por mayoría absoluta las elecciones de 1936 merced a un “fraude decisivo” apoyado en un clima de violencia. No logro comprender qué tendrá que ver que “la más rancia derecha” haya saludado o no el libro “con gran fanfarria” con la calidad del mismo, pero supongo que no se trata más que de una simple licencia que Santos se toma para comenzar indisponiendo a los lectores de El País, que no suelen encontrarse entre “la más rancia derecha”, con el contenido de la obra. Acto seguido, y para asombro de todos cuantos hemos leído las páginas de Villa y Tardío, Juliá afirma que “el nudo del argumento desarrollado en este libro” es que la supuesta victoria de las izquierdas habría servido para otorgar legitimidad a un cambio de Gobierno “sostenido exclusivamente en la decisión personal del jefe del Estado.” O sea, que Alcalá Zamora aprovechó encantado y lleno de satisfacción el pretexto que se le daba para dar el poder al Frente Popular. Está claro que debemos haber leído libros distintos.
A continuación, Santos Juliá nos recuerda que el hecho de que había existido manipulación en las elecciones era sobradamente conocido y también que había existido violencia, aunque aquí desvía hábilmente hacia las semanas posteriores. Para Santos, en suma: “Todo, pues, conocido y trabajado si se exceptúa el carácter decisivo –en el sentido de inclinar la mayoría absoluta a una de las dos supuestas coaliciones en disputa- de la manipulación de actas que tuvo lugar en media docena de distritos electorales.” Sin duda, la frase es buena muestra de los deseos de Santos Juliá de quitar mérito al excelente trabajo de investigación desarrollado por Villa y Álvarez Tardío, pues una cosa es que hubiera habido acusaciones de fraude electoral, y que se hubiera comprobado en algunos casos, y otra muy distinta es demostrarlo en todos los distritos implicados y en las decisiones de la comisión de actas de las Cortes de 1936, concluyendo que en base a los datos existentes lo que es muy dudoso no es que el Frente Popular tuviera mayoría absoluta en las elecciones, sino que las hubiera ganado. Tanto sus candidaturas como las de las derechas habrían obtenido de forma legítima un número de actas que oscilaría entre doscientas veinte y doscientas treinta.
Pero donde las medias palabras y las minusvaloraciones se transforman en un claro intento de manipulación de lo ocurrido es cuando Santos plantea que en las listas pactadas por las derechas en diversas provincias iban candidatos de muy distinto pelaje y que, por tanto, daba igual que las derechas hubieran podido ganar las elecciones, pues hubieran sido incapaces de formar Gobierno. Es decir, que lo de llegar al poder haciendo trampas y aceptar el poder sabiendo que se ha hecho trampas carece de relevancia en un régimen democrático y que quienes así actúan y que saben que han llegado al poder mediante la violencia callejera y la alteración de la voluntad popular, como Azaña, merecen todo amor y respeto (por cierto, que el respeto de Azaña por la voluntad popular, cuando no coincidía con la suya, había quedado ya de manifiesto con su reacción tras las elecciones de 1933, que propuso anular sin más ante el triunfo de sus oponentes). Pero si esto es llamativo, lo que es aún más llamativo es suponer que quienes habían obtenido sus actas en coalición con las derechas iban a dar sus votos al Frente Popular antes que a sus coaligados y que luego iban a mantenerlo en el poder a machamartillo a pesar del caos generalizado. Yo, ciertamente, no me lo creo.
“Y así, con esa galanura”, Santos Juliá afirma en su último párrafo que “a la vista de los resultados electorales firmes y hechos públicos por las respectivas juntas hasta la mañana del 19, Alcalá Zamora no tenía más opción que llamar a su Azaña bien odiado.” O sea, que le da igual todo lo leído y documentado en el libro de Villa y Álvarez Tardío: el Frente Popular había ganado las elecciones y punto pelota.
La manipulación es pues “galana”, “fácil”, como le gustan a Santos Juliá, cuyo estilo al respecto consiste en afirmar que alguien dice lo que no ha dicho y no ha dicho lo que sí dijo, de lo que he tenido alguna experiencia en la que no es cuestión entrar aquí y para la que remito al lector interesado a mi colaboración en el libro coordinado por Guillermo Gortazar Bajo el Dios Augusto.
Ahora bien, cuando alguien efectúa no una, sino varias manipulaciones galanas, parece necesario buscar la causa de tal proceder. Y la única que se me ocurre, aunque ciertamente podría estar equivocado, es que a Santos le gusta ejercer de “santón” de cierta izquierda a la que quiere indicar cuál debe ser la verdad sobre determinado temas en los que no está dispuesto a admitir el menor disenso con sus opiniones.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.