Enrique García-Máiquez | 06 de agosto de 2017
¿Qué libros de poemas nos ha dejado este curso? Si uno se para a sopesarlos, muchos más y mucho mejores de lo que podría sospechar el juicio apresurado e impresionista. Juan Bonilla, Gonzalo Gragera, Juan Marqués, Alejandro Duque Amusco, Jesús Montiel, Mario Míguez, Sergio Navarro, Juan Vicente Piqueras, Bibiana Collado, Santiago de Navascués… no podremos ocuparnos de todos. Esto es un artículo con un límite de espacio. De algunos de ellos ya he escrito largo y tendido, otros los tengo pendientes de leer – yo también aprovecharé el verano para ponerme al día -, y de la existencia de otros libros aún tengo que enterarme. Además, siendo la poesía inmortal y pobre, si sólo nos ceñimos a la actualidad, la dejamos pobre a secas, pobrecita. A cada libro de este año uniré un clásico o un libro de referencia que nos ayude a entenderlo mejor y a no perder la perspectiva del tiempo y el diálogo con los maestros, que es uno de los secretos para disfrutar la lectura de poesía.
El curso nos ha dejado un nuevo libro de Miguel d’Ors (Santiago de Compostela, 1946), Manzanas robadas.
El título es su poética: los poemas son las manzanas que el poeta es capaz de arrancarle a la rutina de la vida cotidiana. Robarlas tiene el sabor de la aventura. De sus poemas puede decirse que cumplen al pie de la letra tan excitante poética. De paso, burlan igualmente al espíritu de los tiempos, escritos ideológica y biográficamente fuera de los parámetros del discurso oficial. Hay – como también avisan las “manzanas” – una opción preferencial por la naturaleza, que lo emparenta con las Églogas de Virgilio por su atención creativa al detalle y por una inesperada serenidad clásica. Todo lo cual, encima, nos concierne vivamente:
COLOFÓN
Mira si es poco sensato
este arte nuestro que para
que tú contemples tu cara
te ofrezco mi autorretrato.
José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) ha publicado Otras canciones. El libro, delicado y hondo como suyo, tiene una peculiaridad constructiva.
Los poemas nacieron durante la escritura de Un año en la otra vida, dietario publicado en 2015. La intención del poeta fue combinar prosa y verso, al estilo del haibun japonés, que practicó, entre otros maestros, Bashô en Sendas de Oku. El editor prefirió la publicación exenta. En cualquier caso, como en Bashô, los poemas de Mateos hubiesen terminado siendo recordados con independencia de la prosa, porque son inolvidables. Pero ese detalle de su origen nos recuerda que su poesía nace de, para y por la vida. Y vean cómo, en consecuencia, se retuerce la muerte:
UN POEMA DE AMOR
La muerte tiene miedo
cuando tú y yo decimos
y hacemos tonterías.
Y si nos abrasamos en el fuego
de las profundidades,
ni te digo
cómo se pone:
la he visto maldecir y echar espuma
al pie de nuestra cama.
La buena literatura salva de ser una mera curiosidad a La llave misteriosa de Lutgardo García (Sevilla, 1979). Es un ensayo sobre el flamenco, escrito en verso, sentido en poesía. Incluso a los que no sean aficionados al cante les conmoverán estos cantos, de los que, además, se aprende. El chileno José Miguel Ibañez Langlois ya hizo una hazaña parecida con Historia de la Filosofía, un poemario que era un manual y que no traicionaba un espíritu ni otro. ¿Cómo se logra el prodigio? Amando mucho lo que se conoce muy bien.
En los repasos de la poesía de cada curso no suele faltar una mención al premio Adonais. Los tres poemarios premiados este año merecen buenas, pero centrémonos en el segundo accésit. Camino Román (Veguellina de Órbigo, 1981) ha escrito Accidente. Entre las emociones que puede provocar la poesía, también la carcajada. Román recuerda a la premio nobel Wislawa Szymborska. También a Gloria Fuertes, de quien este año celebramos centenario. Es la misma falta de respeto por los convencionalismos e idéntica transparencia irónica de la emoción auténtica.
No sólo de risa vive la alegría. Daniel Cotta (Málaga, 1969) ha publicado Como si nada, que es gozoso, hímnico, hecho de inteligencia y ternura a partes iguales.
ARRIBAEl santo sonriente de granito,allá en la aguja gótica,desborda su sonrisa. ¿Para quién?¿Qué anónimo cincel te hizo ese gozo?¿Quién te hizo esa pazque nadie miraríasalvo las aves,y quizá una nube?¡Qué tenuemente eres,jilguero gris que eternamente cantaallá en la aguja góticapor la que el son enhebra su aurora cotidiana!
Podría recetarse como antidepresivo si el paciente tuviese el vigor de resistir tal tratamiento de choque. Por su entusiasmo cósmico y su atención microscópica, esta poesía es pariente de la del mexicano Joaquín Antonio Peñalosa. Alcen, para leer a Cotta, la mirada.
La poesía tiene, precisamente como Juan Ramón Jiménez, una mala salud de hierro. El 2017 demuestra que, más allá de sus fiebres, aprensiones e hipocondrías, hay mucha vida por delante.