Jesús Tanco | 12 de diciembre de 2017
Conmemoramos estos días la aparición de un gran periódico español, y permitidme que empiece reconociendo a una de las figuras claves del lanzamiento y en él, la labor de los periodistas que lo hicieron posible. El periodismo lleva a cualquier parte si se sabe dejarlo a tiempo. Creo haber leído esto en alguno de los escritos de Manuel Aznar, un periodista de vocación al que el periodismo llevó a labores de gran responsabilidad, nacido en Echalar (Navarra), en 1893, y fallecido en Madrid, en noviembre de 1975. Su carrera profesional empieza en el periódico integrista La Tradición Navarra y termina pocos días antes de morir, con una de las colaboraciones semanales que hacía con gran impacto en La Vanguardia de Barcelona. Fue embajador en destinos importantes, como Santo Domingo y Buenos Aires, en tiempos del aislacionismo español; después, en Marruecos y en Naciones Unidas. Desempeñó cargos importantes en el mundo profesional, como la Presidencia de la Agencia EFE, y también la de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Federación Española de Asociaciones, además de haber promovido y dirigido varios periódicos, entre los que se encuentra el que trataremos hoy al celebrar su centenario: El Sol. Escribió excelentes crónicas de guerra, fue pionero en la prensa deportiva, en las semblanzas necrológicas y un comentarista militar de primer orden en la Gran Guerra, la de Marruecos, la Guerra de España de 1936-39, la II Guerra Mundial y un gran columnista de política internacional. Aunque es sabido que nunca -con excepciones que confirman la regla- un periodista es noticia para otro periodista, hoy quiero traer a colación la figura de Manuel Aznar, justo en un periódico digital al que sigo diariamente y en el que pido, aunque de manera retrospectiva, con permiso de historiadores como Alfonso Bullón y colegas como Justino Sinova, un hueco para Aznar, promotor, junto al más citado que leído José Ortega y Gasset y el empresario, creo que insigne, Nicolás María de Urgoiti, de uno de los mejores periódicos españoles de todos los tiempos, El Sol.
El 1 de diciembre de 1917 salió a la calle el primer número de El Sol, periódico de referencia en la Historia del Periodismo español. En la puesta en marcha de esta iniciativa tuvieron especial relevancia un empresario, Nicolás María de Urgoiti (1869-1951), un intelectual, José Ortega y Gasset (1883-1955), y el periodista navarro de Echalar Manuel Aznar Zubigaray (1893-1975). Además de la excelencia periodística de esta singladura, es generalmente admitida la influencia que tuvo en el devenir cultural, social y político de la España del siglo XX. Al buen planteamiento empresarial del proyecto, inspirado en proyectos muy fructíferos con la visión que caracterizaba al dirigente de La Papelera Española, se sumó el buen arte de componer periódicos del que hizo gala Manuel Aznar en su trayectoria periodística, además del acierto que tuvieron José Ortega y Gasset y el equipo fundacional en incorporar firmas de primer orden en el campo intelectual y de liderazgos sociales.
Nicolás María Urgoiti y Achúcarro fue un empresario de vocación al que la suerte ayudó a sus buenas cualidades y a la influencia de la saga familiar emprendedora para conseguir éxitos de primer orden en el mundo de la iniciativa económica. La profesora y exministra socialista Mercedes Cabrera sintetizó su trayectoria en su biografía, repleta de actividades exitosas punteras como La Papelera Española, que presidió y que era un considerable “imperio” del sector maderero, eléctrico y papelero. Su actividad principal radicaba en dos polos: el del País Vasco y Navarra, y el de Madrid. No lo tenía fácil en el momento de su amanecer El Sol y el grupo en el terreno estrictamente periodístico. La competencia con gran número de cabeceras de diarios y semanarios era considerable. Para ahondar más en las dificultades, hay que considerar que el cincuenta por ciento de la población española era analfabeta y que, aun considerando la alta tasa de natalidad y por tanto de población infantil, la cifra era aterradora.
Las pugnas periodísticas del primer tercio del siglo XX, además de extremar la competencia, tenían componentes nada despreciables de condimentos ideológicos. Ningún político digno de tal nombre se atrevía entonces a lanzarse al ruedo sin tener detrás o delante un periódico o grupo periodístico que lo respaldase. En la Historia del Periodismo español conocemos la gran cantidad y variedad de cabeceras existentes y el elevado número de periodistas que saltaban a la política y de los profesionales de este noble oficio que ejercían, de modo aficionado o profesional, el periodismo. Periodistas fueron Lerroux, Dato, Francos Rodríguez, Santiago Alba, entre los muchos que me vienen a la memoria. Y también hubo, como los hay ahora, periodistas que hacen más política desde sus tribunas mediáticas que los propios políticos.
Situémonos en 1917, con un gobierno desbordado por los acontecimientos africanos, revolucionario en casa, económicamente de expansión, porque la neutralidad potenció la economía exportadora, y con los pensadores del Noventa y Ocho (Unamuno, Maeztu, Baroja…), si no rebasados, sí empujados por la generación de 1914-1915 que, con gran brillantez, irrumpían en la escena de la opinión pública, encabezados por el propio Ortega, con ímpetu, querían una España regenerada. Se imponían el inconformismo intelectual, el reformismo político y un gran periódico diario nuevo. Surge, así, la idea de un gran periódico que fuera buque insignia de un semanario, como ABC se apoyaba en Blanco y Negro, que fuera exponente de las inquietudes sociales y, al mismo tiempo, asegurase un desarrollo social y económico de una España que no debía perder el tren de la Historia. En este orden de cosas, se intenta relanzar El Imparcial, que resulta imposible por la ruptura de Urgoiti con Rafael Gasset, por entender que las pretensiones del nuevo rotativo sobre la nueva política, que adivinaban revolucionaria, chocaban con el orden monárquico establecido.
‘El Debate’ ante la Revolución Rusa . Sucesos que provocaron un editorial para la historia
En efecto, los primeros contactos que Aznar tuvo con Urgoiti se remontan a 1915, con motivo de una entrevista que solicitó el periodista al empresario sobre el problema del papel y el futuro de las industrias del ramo. Urgoiti se interesó por un redactor que firmaba crónicas de guerra en el periódico bilbaíno Euzkadi como ‘Gudalgai’, y que calificó de excelentes. Al identificarse su interlocutor como el titular del seudónimo, acordaron una mayor comunicación que en los años venideros se acrecentaría, como bien pone de manifiesto la dedicatoria, el 25 de junio de 1918, de una fotografía de Nicolás María de Urgoiti, referida ya al nuevo periódico, en estos términos: “A mi querido amigo Manuel Aznar, inspirador de la chispa que produjo El Sol”.
Esta chispa fue un informe que Aznar remitió al empresario acerca de las exigencias del nuevo periodismo y, en concreto, de la posibilidad de lanzar un diario con una orientación intelectual clara que fuera reformista en lo político y muy bien confeccionado en sus contenidos y, además, en unas condiciones físicas adecuadas. Ahí tenemos el trípode: orientación reformista, buen interés periodístico y el papel físico que La Papelera Española podía ofrecer o, lo que es lo mismo, la conjunción del pensador Ortega con el periodista Aznar y la garantía de un industrial muy curtido y emprendedor como era Urgoiti. Su línea editorial es autocalificada como regeneracionista y atrajo, con gala de su independencia política, la simpatía de políticos como Melquíades Álvarez, Antonio Maura, que ofreció sin éxito a Urgoiti en su ministerio la cartera de Abastecimientos en abril de 1919, o Romanones. Dato, sin embargo, con los idóneos fue objeto de duras críticas, que sería un anticipo de la clara oposición cuando al rey se le fue la situación de las manos, al golpe de timón dictatorial de Miguel Primo de Rivera.
El 16 de noviembre de 1917, se firma ante el notario madrileño Antonio Turón y Bosca la escritura de constitución de la sociedad mercantil El Sol Compañía Anónima, por parte de Serapio Huici Lazcano, Nicolás María Urgoiti Achúcarro y Ricardo Urgoiti Achúcarro. Nicolas Urgoiti comparece como fundador del periódico, objeto social de la compañía. En el mismo acto, el mismo fundador exhibe la instancia al gobernador civil de Madrid, pidiendo el 14 de julio la autorización preceptiva para la publicación del periódico y, además, la resolución publicada por el Registro de Marcas de la cabecera de El Sol de la nueva publicación. Era el buque insignia de un grupo periodístico de gran envergadura en el que figuraban el semanario Nuevo Mundo, fundado en 1904, La Esfera, Mundo Gráfico y El Siglo Médico, agrupados en Prensa Gráfica, junto a iniciativas editoriales como los libros de Editorial Calpe. El Sol instaló sus dependencias principales en un palacete de la calle Larra número 8 de la capital madrileña, luego ocupado por la Prensa del Movimiento.
El también navarro Serapio Huici Lazcano, firmante con los hermanos Urgoiti de la escritura, era compañero de estudios de Nicolás María; fue, como este, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Escuela de Madrid; culto e ilustrado, nacido en Villava el 3 de septiembre de 1868, compartió ideales e intereses con el empresario y la familia Urgoiti. Entre esa fecha y la de su fallecimiento en Madrid, el 11 de diciembre de 1953, hay una trayectoria vital fructífera en la que sus éxitos empresariales no fueron obstáculo al ejercicio de labores humanísticas y culturales.
https://eldebatedehoy.es/historia/sofia-casanova-revolucion-rusa-periodismo/Precisamente en enero de 1931, poco antes de su salida del periódico en el intento monárquico de controlarlo mediante el voto decisivo de los accionistas de La Papelera Española, publicó Nicolás María Urgoiti el planteamiento inicial del periódico: salir a la calle sin aceptar ninguna subvención de la que gozaban los demás periódicos en virtud del Anticipo Reintegrable, es decir, de la ayuda del Estado a los periódicos abonando la diferencia entre lo que pagaban estos por el papel, a precio de antes de la Guerra, y el coste real incrementado precisamente por la situación bélica. El cambio de rumbo editorial más favorable a la monarquía a comienzos del año 1931, poco antes del 14 de abril. Sabido es el impacto que produjo el artículo de José Ortega y Gasset titulado «Bajo el arco en ruina», publicado en El Imparcial, el 13 de junio de 1917. La Dictadura inducida desde la cúspide del Estado suspendería los intentos más o menos solapados de cambio de régimen, hasta que, en 1930, con el Pacto de San Sebastián, los sucesos de Jaca y una hábil campaña de los círculos intelectuales prepararían un ambiente propicio al destronamiento de Alfonso XIII. Otro artículo del mismo tenor, «El Error Berenguer», también de Ortega, con el alegato final Delenda est Monarquía, es bien significativo del posicionamiento de intelectuales influyentes que hacen temblar las instituciones monárquicas que, con el cambio de década, buscan recuperar el prestigio de la Corona, recuperando terreno en el Ateneo de Madrid en periódicos influyentes como El Sol y en otros espacios sociales.
El equipo que hacía el periódico era muy considerado. Tal es el caso de Mariano de Cavia, reconocido como uno de los puntales literarios; Luis Olariaga, en el tratamiento de los temas económicos; Lorenzo Luzuriaga, líder en la Institución Libre de Enseñanza, en el campo educativo; Corinto y Oro, es decir Maximiliano Clavo, en tauromaquia; Luis Bagaría (1882-1940), como ilustrador con sus agudos dibujos y caricaturas no exentos de mensaje, en la actualidad política del momento.
Fue un ejemplo el periódico recién creado de los monográficos o secciones especializadas semanales. Por ejemplo, se anunciaban desde el primer momento las páginas de secciones en los días de la semana: Domingo, Agricultura y ganadería por el catedrático de la Escuela Superior de Magisterio don Luis de Hoyos y Sainz; lunes, Pedagogía e Instrucción Pública, por el inspector de Primera Enseñanza don Lorenzo Luzuriaga; martes, Biología y Medicina, por el especialista Dr. Rodríguez Láfora; miércoles, Ciencias Sociales y Económicas, por el catedrático de la Central don Luis Olariaga; jueves, Historia y Geografía, por don Alfonso Reyes, del centro de Estudios Históricos; viernes, Ingeniería y Arquitectura, por don Federico de la Fuente, y sábado, Derecho y Legislación por el catedrático de la Universidad de Granada don Fernando de los Ríos.
Cuando periodistas y políticos presenciaban el experimento revolucionario de los sóviets
Es fácil deducir de este texto la mano o la supervisión de Urgoiti y Ortega que, en cuanto la Gran Guerra quedase ya resuelta, resolverían dejar la dirección del nuevo rotativo en manos del periodista navarro. Paulatinamente, fueron incorporándose al periódico intelectuales de primer orden, como Azorín, que fue hábilmente captado con estímulos económicos considerables forzando su salida de ABC. Otros intelectuales fueron incorporados a las páginas del periódico bajo la dirección de Aznar, como Antonio Machado, Gabriel Alomar, Francisco Grandmontagne o uno de los grandes del Noventa y Ocho, Ramiro de Maeztu. Miguel de Unamuno dispuso del periódico, como lo hacía en otras publicaciones del grupo, para expresar con la altura que caracterizaba su pensamiento, muy incómodo para los políticos del Turno y que colocaba al periódico en situación complicada. El Sol tuvo un interesante equipo de ilustradores y caricaturistas, como Bagaría, ya citado, Tovar, Penagos, Vázquez Díaz y Echea.
A los pocos meses de su nombramiento de director, a comienzos de 1919, Aznar tiene misiones delicadas, como la marcha al frente de Marruecos, donde conoce a Franco y los jefes militares africanistas, y también hubo de desplazarse a Barcelona con motivo de los desórdenes públicos que allí, como en otras partes de Cataluña, se produjeron con motivo de la huelga general del 17 de enero de ese año, que provocó la suspensión de las garantías constitucionales, ante la protesta del periódico a través de su corresponsal Joaquín Montaner. Aznar escribe desde Barcelona una serie de artículos con el epígrafe inicial de Impresiones de Barcelona, intentando explicar, a pie de calle, las causas de las tensiones sociales que tuvieron que ver con el proyecto de Mancomunidad Catalana de la que se quería separar Tarragona, del avance del anarquismo violento y de la actitud férrea del capitán general de Cataluña, el general Milans del Bosch. Según el entonces director de El Sol, «no hay problema de hoy que no tenga eco en Barcelona». Aznar desarrolló parte de su carrera periodística en Barcelona, concretamente dirigiendo La Vanguardia, que él tituló Española en dos periodos: uno muy breve en el tramo final de la Guerra Civil y otro desde 1960 a 1962. Su colaboración semanal en el periódico de la familia Godó hasta unos días antes de su muerte fue alabada por numerosas figuras del periodismo. Según Aznar, desde 1919 hasta 1975 tuvo una idea reiterada de que los catalanes influyentes debían estar implicados en las iniciativas empresariales, sociales y políticas del conjunto de España. En 1919, la situación tensa lo llevó allí, quizás por mandato de Urgoiti y también de su mentor Ortega, para conocer a pie de calle lo que ocurría. No fue la única misión a mitad de camino de la política y del periodismo que le tocó vivir al periodista navarro y esa fue la tónica del periódico de la calle Larra en los años convulsos que le tocó vivir.
Sin embargo, Urgoiti no vio con buenos ojos que Aznar tuviera relaciones empresariales o sociales fuera del periodismo, porque prescindió de los servicios del periodista navarro alegando sutilmente que los resultados económicos no eran buenos y que el periódico necesitaba otro director más dócil con menos personalidad destacada. Y, así, volvió Félix Lorenzo otra vez a la dirección del periódico.
La historia da muchas vueltas y, nueve años más tarde, tras un periodo transitorio en la fundación de un periódico efímero en España, La Opinión, y de su marcha a Cuba donde fue director técnico de Diario de la Marina y director de La Opinión, volvería en 1931 a El Sol, del que había salido poco antes el mismísimo Nicolás María Urgoiti. En el barco que lo traía a España se enteró del abandono del país del rey y de la implantación de la República. A pesar de ello, tomo el timón del periódico, intentando mantener el nivel intelectual de quienes firmaban o trabajaban en él e intentando salvar lo salvable en las turbulencias de la Segunda República que, con dudosa legitimidad, vino a España tras unas elecciones municipales que torpemente se habían convocado con el asentimiento de Alfonso XIII para buscar una salida digna a la Dictadura que él había propiciado en 1923.
https://eldebatedehoy.es/historia/fracaso-segunda-republica/Manuel Aznar, desde la dirección del periódico, apuesta por una convivencia pacífica en el nuevo régimen a base de dar cancha y popularidad a los ministros y políticos de mayor rango y emplazar a los intelectuales, principalmente a Ortega, para que moderen a los exaltados actores de la política republicana. Intenta un acercamiento del intelectual con Manuel Azaña y también a través de Gustavo Pittaluga, colaborador del periódico, a la Iglesia española, del mismo Azaña, por medio del nuncio Tedeschini. Los redactores y colaboradores de este nuevo periodo de El Sol, con Aznar al frente, son muy plurales, con firmas como Cipriano Rivas Xerif, José Pla, Fernando (García) Vela, colaborador de Ortega, Ramiro de Maeztu, Francisco Casares, Víctor de la Serna, Luis Araquistáin, Pedro Mourlane Michelena y un largo etcétera. Ortega, tras su “no es esto, no es esto”, busca nuevo instrumento de opinión para capitanear, con publicaciones como Luz o Crisol, compensar su salida voluntaria de El Sol, que acaba en el otoño de 1932 en manos de un tándem compuesto por Martín Luis Guzmán y Luis Miquel, después del abandono del grupo de La Papelera Española. Con una politización creciente y ofrecido sucesivamente a líderes políticos, sería confiscado en la España republicana y utilizado para la propaganda política en el Madrid de la Guerra Civil, lejos del espíritu que animó la puesta en marcha de El Sol, el primero de diciembre del año 1917.
Sé de primera mano cómo El Sol, con la impronta de su fundación centenaria, ha estado y está en los mentores y en los periodistas de grandes medios o de prestigio profesional notable. Por ejemplo, ideologías aparte, en la puesta en marcha de la primera Escuela de Periodismo, la de El Debate de Ángel Herrera, influido por el espíritu jesuítico inicial de la Asociación Católica de Propagandistas; en el periodismo falangista joseantoniano, con plumas como las de José María Alfaro, Pedro Mourlane Michelena, Ernesto Giménez Caballero, Juan Aparicio, Rafael Sánchez Mazas o Rafael García Serrano; en el periodismo de la transición e implantación universitaria, de la mano, entre otros, de Antonio Fontán -que me honró con la presidencia de mi tribunal de tesis y prologuista de mi biografía de Aznar-, creador del instituto, luego facultad, de la Universidad de Navarra y de empresas contestatarias al Régimen del Movimiento; en la Transición, según me transmitió personalmente Manuel Fraga, impulsor de El País, junto a su cuñado y primer consejero delegado, Robles Piquer, en ese nuevo periódico para un nuevo régimen democrático, estuvo presente la idea de El Sol. Hace unos días, el que fuera por tantos años director de El Mundo, ahora de El Español, Pedro J. Ramírez, hablaba con fervor del periódico creado hace un siglo. El propio ABC, en un rasgo de generosidad y reconocimiento, dejando a un lado querellas que llevaron a Luca de Tena a mandar padrinos a Urgoiti, instituyó el más prestigioso premio de periodismo con el nombre y recuerdo de Mariano de Cavia, una de las primeras y mejores plumas de El Sol, que, dicho sea de paso, poca simpatía tenía al periódico dinástico de la calle Serrano. Y es que El Sol ha marcado una estela y puesto un nivel de excelencia en el panorama periodístico español. Celebremos su siglo.