Elías Durán de Porras | 27 de febrero de 2017
Valentín de Foronda fue cónsul general en Filadelfia a comienzos del siglo XIX. Favorable en cierta medida a la libertad de prensa, cuando regresó a España mostró su rechazo por el tono de las publicaciones periódicas que circulaban por EE.UU. y que no respetaban ni al propio presidente, Thomas Jefferson.
Para el guipuzcoano, una prensa libre, sin control alguno, era un peligro porque fomentaba la división política y el enfrentamiento entre ciudadanos. Como buen ilustrado, la libertad de prensa era lícita siempre que persiguiera la instrucción del pueblo y se respetasen las verdades reveladas y las decisiones del Gobierno.
Me pregunto cómo se sentiría hoy el erudito español al contemplar la realidad de las redes sociales, uno de los principales canales de información de nuestros contemporáneos. Según el informe Digital News Report 2016 del Reuters Institute, casi un 50% de los usuarios españoles de Facebook encuentra, lee, comparte o comenta noticias a través de esta red social y un 20% a través de Twitter.
Conocimiento y periodismo de calidad para crear ciudadanos críticos ante las “fake news”
Aunque se ha detenido el crecimiento del uso de estas redes para informarse, según el mismo informe es evidente que muchos españoles confían en los algoritmos o en sus amistades para la selección de lo que verdaderamente es importante. Y total, para opinar, todo el mundo vale porque “comments are free” y más en la época del 2.0.
Por desgracia, en estos nuevos canales el rigor no es necesario. Se basan en la inmediatez, sensacionalismo y en lugares comunes: en charlatanería. Harry G. Frankfurt afirma que uno de los rasgos más destacados de nuestra cultura es “la gran cantidad de bullshit (charlatanería) que se da en ella. Todo el mundo lo sabe. Cada uno contribuye con su parte alícuota. Pero tendemos no darle importancia”.
Según el filósofo estadounidense, producir bullshit no requiere mentir. “Cuando un hombre sincero habla dice solo lo que cree verdadero (…) Para el charlatán, en cambio, no hay más apuestas: no está del lado de la verdad ni del lado de lo falso (…) No le importa si las cosas que dice describen correctamente la realidad. Simplemente las extrae de aquí y de allá o las manipula para que se adapten a sus fines”.
La mayoría, según Frankfurt, “confía bastante en su capacidad para detectar la charlatanería y evitar verse afectado por ella”, cuando la realidad dice lo contrario. En estos momentos, por ejemplo, se escribe muchísimo sobre los perniciosos efectos de las fake news que circulan en la red y a la que contribuyen, por desgracia, muchos medios tradicionales.
El fenómeno no es nuevo. En Últimas noticias sobre el periodismo, publicado hace más de 20 años, Furio Colombo dejó escrito que muchos diarios ya se prestaban al juego de difundir noticias falsas, muchas veces de forma interesada: “La circulación libre, e incluso, acreditada de materiales semejantes demuestra la debilidad de las verificaciones periodísticas, la ausencia de autoridad y credibilidad de los reporteros, la escasa voluntad de los diarios y de las televisiones de esclarecer las cosas, la preferencia por la parte impresionista de la historia respecto a la verificación, el escaso interés por las fuentes, la disponibilidad a relacionar fragmentos y jirones de narraciones populares hasta convertirlas en historias, con una dignidad periodística que no debieran tener”.
Lo que sí es nuevo, por el contrario, es que los medios tradicionales ya no tienen la exclusiva en la producción y difusión de “charlatanería”. Y, dada la situación, hay que hacer de la necesidad virtud.
En este sentido, el director de El País, Antonio Caño, publicó recientemente un artículo titulado “Amenazas a la libertad de prensa”, en el que defendía el periodismo riguroso como forma de defender la democracia en la era de la posverdad y las fake news.
El periodismo veraz evita que las falsedades de las redes sociales se consideren dogma de fe
Para Caño, los verdaderos guardianes de la libertad de expresión son los medios que trabajan con periodistas profesionales y respetan los códigos éticos, con sus luces y sombras. Sin ellos, la sociedad será pasto fácil de los oportunistas, que tienen en las redes sociales un instrumento ideal para sus fines.
Subscribo las palabras de Caño, pero me pregunto si la sociedad demanda verdades en una época de posverdades. Si demanda información en la época de la mala opinión. Los responsables de los medios deben reflexionar sobre si han convertido la información en espectáculo, en objeto de comercio, en producto adaptado al gusto del consumidor.
Si apostaron por editorializarlo todo y enterrar la información. Si desertaron de la búsqueda de la verdad por ser relativa y subjetiva o de la objetividad por salvaguardar la línea editorial. Si se convirtieron en “charlatanes”.
Si fuese así, la prensa sería un culpable más de lo sobrevenido. Porque la proliferación de bullshit tiene, en palabras de Frankfurt, “raíces más profundas en las diversas formas de escepticismo que niegan que podamos tener acceso seguro alguno a una realidad objetiva y que rechazan, por consiguiente, la posibilidad de saber cómo son realmente las cosas”.
En mi opinión, en esta época de trolls, flamers y haters, el periodismo tiene una gran oportunidad para hacer una catarsis y combatir la charlatanería. Si la prensa apuesta por construir verdades y no realidades; si nada a contracorriente y se olvida de actitudes soberbias, tendrá una oportunidad de recuperar su prestigio. Lo que no hay que hacer es alarmarse como Valentín de Foronda ante el devenir de los nuevos tiempos y quedarse siempre con lo negativo.