Jorge Martínez Lucena | 25 de enero de 2019
La noticia saltó la semana pasada. Lolo Rico, nacida hace 83 años en Madrid y conocida sobre todo por ser la creadora y directora de programas infantiles de televisión como La cometa blanca (1981) o La bola de cristal (1984-1988), ha muerto de un paro cardíaco en San Sebastián.
Una buena forma de despedir a Lolo Rico: ver (o volver a ver) lo mejor de ‘La bola de cristal’. Tienes un completo especial en nuestra web ⬇️https://t.co/ZohCe9jqGg pic.twitter.com/8YExszkB45
— RTVE (@rtve) January 20, 2019
Nacida en el seno de una familia de derechas y con una infancia muy marcada por la lectura y por las trágicas consecuencias de la Guerra Civil, la creatividad de Lolo la llevó a estudiar Bellas Artes, carrera que tuvo que dejar cuando su madre se acercó a conocer el ambiente de la facultad y descubrió a una señora posando en cueros para los estudiantes. Después de aquello, se casó con un señor de derechas, como ella misma cuenta, con quien tuvo siete hijos –entre ellos, dos reconocidos escritores y guionistas como Isabel y Santiago Alba Rico– antes de separarse.
Desde casa y entre todos esos críos, consiguió inventarse un presente y un futuro laboral gracias a su capacidad para hacer muchas cosas a la vez, su incansable empuje, su indomeñable creatividad, además de la inestimable ayuda de la que ella menciona, e incluso homenajea, en el documental biográfico Lolo Rico: la mirada no inventada (2015): María Pilar Pérez de la Mano.
Desde aquel hogar idiosincrático, monoparental con familia numerosa, se fraguó uno de los dispositivos culturales más potentes del posfranquismo, una de las mayores colaboraciones activas en aquella declaración de principios del vicepresidente Alfonso Guerra: “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”.
Afiliada al partido comunista, Lolo entró en TVE como cuentista infantil y se convirtió en una guionista de pro, que en poco tiempo ideó, junto a otros conocidos guionistas libertarios, como Carlos Fernández Liria, un programa como La Bola…, tan cargado de brillantes críticas al sistema como de contenidos desenfadadamente ideológicos.
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Aquellas cuatro horas por la mañana de los sábados fueron revolucionarias en varios sentidos: porque nunca se había hecho en España algo tan inteligente y tan posmoderno para niños, proponiendo varios niveles de lectura, como después hizo la Pixar en sus filmes de animación; y porque en sus distintas secciones se intentaba, sin pudor alguno, inculcar los valores propios del libro primero de El Capital de Karl Marx.
Pilar Miró fue la encargada de cerrar aquel chiringuito que educó nuestra mirada cuando éramos chavales. Aquel programa a horas de poca audiencia, que empezó con 100.000 espectadores, multiplicó su incidencia llegando a un pico de 5 millones de televidentes. Así, una propuesta contracultural se convirtió en un producto absolutamente mainstream. Y así también comenzaron las quejas de los políticos (socialistas) por sus duras críticas a Felipe González y a Ronald Reagan, tras el referéndum de la OTAN.
Quizás el secreto del éxito de aquel programa, más allá del indudable ingenio de Lolo Rico, fue que supo cabalgar la gran ola que provocó en España la muerte del dictador. La sensación de que finalmente se podía ejercer la libertad sumió a España en una agitación cultural punki casi compulsiva, una de cuyas más reconocidas epifanías fue la movida madrileña, azuzada desde el Ayuntamiento de Madrid por Enrique Tierno Galván.
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Toda aquella crítica social y mediática de los electroduendes, la bruja Avería y Alaska tomó tracción en las almas de los españoles gracias a aquel peculiar momento histórico en que se alzó desde los escenarios, sin otra dirección que la propia liberación del régimen y sus formas, una voz múltiple que Lolo Rico supo aunar e integrar en La Bola...
En la banda sonora había colaboraciones de José María Cano –Abracadabra, Vacaciones infernales o Los electroduendes-, de Santiago Auserón –aquel inolvidable No se ría– y el flamenco de Pepe de Lucía. Pero es que, además, por su plató fueron desfilando humoristas como Pablo Carbonell, Pedro Reyes o Miriam Roca, o grupos de la movida madrileña y más allá, como Nacha Pop, Glutamato Ye-ye, Los Nikis, Mecano, Eskorbuto, Hombres G, Burning, Gabinete Caligari, etc.
En La Bola.., como en la movida, hubo una fantástica liberación de energía humana, una eclosión de algo que se dio en llamar libertad. Sin embargo, pese a la clara intención marxista de sus ideólogos, la tentativa se limitó bastante a la crítica y no atendió seriamente a la pregunta que se había hecho Lenin y que luego recuperó un intelectual católico francés como Georges Bernanos: libertad, ¿para qué?