Bieito Rubido | 01 de marzo de 2021
Hemos tomado el camino aparentemente más cómodo pero que lleva a Occidente, y muy especialmente a España, al suicidio: no tener hijos.
El suicidio es, a veces, una cobardía. El suicidio demográfico de España es además la mayor expresión de un pueblo en decadencia y profundamente egoísta. Somos uno de los países de Europa con más baja natalidad. Hay zonas, como por ejemplo Asturias, que lideran ese dudosa honra en todo el continente. El País Vasco, tan empeñado en no parecerse al resto de España, acabará desapareciendo por falta de nacimientos. La cornisa cantábrica en general va camino de convertirse en un desierto verde. Son dos situaciones distintas, de todos modos, la despoblación del mundo rural y la baja natalidad. Hay cierta relación entre ellas, pero insisto en que requieren análisis diferentes. Los niños tampoco vienen en las ciudades.
Nos hemos vuelto especialmente egoístas. Solo nos preocupamos por nosotros y ya no nos importa el aniquilamiento de los demás, de los que vienen atrás. Hemos renunciado a la huella que nos es obligado dejar de nuestro paso por la Tierra. Algo que, en definitiva, es la mayor aventura del ser humano: tener descendencia. Pero como hemos decidido desentendernos de nuestro futuro y del bienestar ajeno, hemos tomado el camino aparentemente más cómodo pero que lleva a Occidente, y muy especialmente a España, al suicidio: no tener hijos.
¿De verdad creen que en la sociedad del bienestar y la abundancia en la que hoy vivimos en nuestro país, a pesar del Gobierno que padecemos, la vida no es digna de ser experimentada y disfrutada? Debemos intentar llegar a ser unos buenos antepasados; dejar un camino hecho por el que transiten los que vienen detrás. Seamos justos con la memoria de nuestros padres y abuelos, que nos trajeron a este mundo y trataron de que fuera mejor que el de ellos. Si algún joven en edad de tener hijos lee estas líneas, admítame un consejo: no hay nada mejor en esta vida que ser madre o padre.
Hay más hambre que nunca, más colas reclamando alimentos que nunca, más parados que nunca, más jóvenes sin futuro…
Demostremos que tenemos aprendida la lección de la manifestación del 8M del año pasado. Aprovechemos lo que hemos visto y combatamos el dogmatismo.