Bieito Rubido | 02 de diciembre de 2020
El actual dirigente de los socialistas, conocido como «su sanchidad», está colaborando como nadie con Pablo Casado.
Sánchez no durará toda la vida como presidente del Gobierno de España, aunque él intentará perpetuarse, no lo duden. Y mientras la derecha vote desunida y la extrema izquierda encuentre en su persona el mejor pagador desde Largo Caballero hasta hoy, no duden que tendremos Sánchez para rato. La historia, de todos modos, nos demuestra que su discurrir es cíclico y que cuando el péndulo está hacia un lado, y en ese lado se radicalizan en exceso, el cuerpo social tiende a defenderse. Así está siendo ya. El actual dirigente de los socialistas, conocido como «su sanchidad», está colaborando como nadie con Pablo Casado. Logra generar más votos que Casado tratando de centrarse. En realidad, lo mejor que puede hacer el presidente del PP es quedarse quietecito y esperar a que el actual interino de la Moncloa siga corriendo, como si no hubiese un mañana, hacia el precipicio de la «nada política» en que está convirtiendo su etapa de gobierno.
El estudio de la historia, y muy especialmente la del país propio, debería ser asignatura obligatoria para todo aquel que se quiere dedicar a la política. Los grandes dirigentes siempre han tenido un acusado sentido de Estado y de la Historia. Este adanismo infantil que acompaña a Iglesias y a Sánchez podría haberse evitado si ambos hubiesen leído tan solo los ensayos sobre España de Madariaga, Sánchez de Albornoz y Américo Castro. El enigma de España de antes, y ahora, hubiese desaparecido. El nivel, sin embargo, es tan bajo, que es posible que crean que Américo Castro es uno de los diseñadores favoritos de Letizia. Ni siquiera conocen las alineaciones de los grandes equipos de fútbol como antaño. Se han quedado en la nada. Pero la historia, con su fuerza arrolladora, se los llevará por delante.
Una de las dos Españas te helará el corazón. La de la extrema izquierda nos lo está congelando con el rigor de la Antártida.
Madrid está demostrando que se puede administrar más allá del sectarismo ideológico y económico de la izquierda rampante.