Bieito Rubido | 06 de abril de 2021
Sánchez e Iglesias han irrumpido en la campaña para llenarla de su fango sectario y ocultar los debates que de verdad interesan a los madrileños.
Cometería un error Isabel Díaz Ayuso si entrara al trapo en las provocaciones de Sánchez e Iglesias. Ambos han irrumpido en la campaña de Madrid para embarrarla, para llenarla de su fango sectario y ocultar los debates que de verdad interesan a los madrileños, los que tienen que ver con la sanidad, la educación, la libertad en todas sus expresiones… y, por supuesto, la fiscalidad y la pujanza económica del territorio que más crece de España. Ellos, los de la izquierda rupturista y la extrema izquierda comunista, no tienen interés alguno en abordar esas cuestiones. Ahí les gana Díaz Ayuso; ellos quieren actuar como un agujero negro que todo lo devora, que se lleva por delante la confrontación pacífica y civilizada de las ideas para derrapar en los enfrentamientos, mezclados con mentiras flagrantes.
Por supuesto que hay que responder a sus acusaciones, pero nunca con su estilo ni con su envoltura formal. Hay que hacerlo con fortaleza democrática y convicción de ideas, pero con mucha serenidad. Ellos son los que van perdiendo. Ellos desataron esta tormenta. Ellos son los sectarios, los que mienten, los que embadurnan el proceso. Que sigan chapoteando en su ciénaga. Insisto, se equivocaría el Partido Popular si entrara en esa guerra, es donde la izquierda sanchista se encuentra más cómoda.
Es cierto, por otro lado, que cada vez que hablan Sánchez e Iglesias sube la intención de voto para Isabel Díaz Ayuso. Flaco favor le están haciendo a Ángel Gabilondo. Él solo se basta para dar esta batalla, no necesita ayudas monclovitas ni del mercenario de Iván Redondo, siempre vendido al mejor postor. La política debería ser mucho más que la ambición de dos «ninis» –Sánchez e Iglesias— o que la estrategia de un mediocre metido a gurú. La política debería ser la noble tarea de trabajar por el bien común, cada uno desde su visión del mundo, pero siempre con el respeto al oponente y sin faltar a la verdad. Vamos, sin embarrar el campo, que ya se sabe que el barro suele utilizarse para esconder las marrullerías subterráneas que el reglamento castiga.
Sánchez, cada vez que trata de vituperar aquella fotografía, aquel acto que representa la defensa de la unidad de España, viene a demostrar que no cree en los valores que alientan una sociedad libre.
El catalanismo, en sus distintas versiones, jamás se mostró satisfecho y sigue empeñado en exigir un diálogo para el que no está preparado. Ese diálogo no es otra cosa que la imposición de sus tesis.