Bieito Rubido | 09 de diciembre de 2020
Sánchez ha logrado arrebatar a Zapatero el dudoso honor de ser el peor presidente de la reciente democracia española.
Créanme que me gustaría poder escribir sobre otros asuntos y, sobre todo, poder formular análisis positivos sobre el actual Gobierno y su presidente. Su extremismo lo imposibilita, aunque ellos, muy arteramente, le echan la culpa de la radicalización de España a la derecha, es decir, a los que no piensan como ellos; a los que no están de acuerdo con su forma tan abrasiva de gobernar, que deja tras de sí tierra quemada. Créanme, preferiría hablarles de otro Pedro Sánchez, pero es imposible. Ha logrado arrebatarle a Zapatero el dudoso honor de ser el peor presidente de la reciente democracia española. Eso sí, Zapatero ha consolidado la posición del peor expresidente. Su papelón en Venezuela lo desacredita a él, pero lo peor es que supone un empujón más a la caída de la imagen de nuestro país en el panorama internacional. Un político que dirigió siete años los destinos de España –bien es cierto que nos dejó al borde del precipicio— empeñado en blanquear la farsa electoral de Maduro. Los chavistas apenas fueron votados por tres millones y medio de ciudadanos en un censo electoral de veinte millones y medio. Es a todas luces un fracaso y la comunidad internacional, con la UE incluida, así lo ha entendido. Todos menos Zapatero, que persevera en el error.
Sánchez, el interino de la Moncloa, es un hijo político del zapaterismo, que recordarán que representaba el «pensamiento Alicia», es decir, la nada, según el filósofo Gustavo Bueno. Entre los méritos de José Luis Rodríguez Zapatero estuvo la pésima gestión de la crisis económica de 2008; la imagen exterior que proyectamos –en cuyos niveles estamos nuevamente- y, lo peor de todo, que enfrentó a una España con la otra, de nuevo dividió a nuestra sociedad en dos mitades. Imagínense el papelón que está jugando ahora mismo en Venezuela y el pasmo y la náusea del concierto internacional.
Aceptarán que hoy me detenga en la hermosa celebración de la Inmaculada Concepción y que lo haga sin ningún tipo de rubor ni vergüenza.
Hay que aferrase a la Constitución para defendernos de aquellos que quieren destrozar nuestra convivencia en paz en la patria común que es España.