Bieito Rubido | 15 de febrero de 2021
Los resultados de ayer son funestos. O aparece en España un gobierno dispuesto a hacer política en serio en materia cultural y educativa en todo el territorio, o este país se nos va por el desagüe.
Los catalanes no pueden quejarse por votar poco. No hacen otra cosa que votar. Cataluña es la comunidad que más elecciones autonómicas ha tenido. El laberinto que allí se ha formado a lo largo de las últimas cuatro décadas, y que tiende al suicido social, persiste tras la jornada de ayer. El PSC con Illa al frente ha ganado, pero va a tener muy difícil gobernar. Cataluña es ahora mismo un embrollo político lleno de meandros, donde la política española no ha hecho otra cosa que ceder, querer parecerse a los menos demócratas, incluido ahora Pablo Casado, y el resultado es el que vemos. Cataluña –hay que decirlo con toda claridad- es un galimatías político que solo perjudica a los propios catalanes. Tiene ahora una oportunidad: dejar gobernar a los socialistas de Illa. Lo veo difícil, pero solo así puede recuperar el terreno perdido, especialmente en la economía y en el afecto del resto de España.
La jornada de ayer también nos sirvió para comprobar que aquellos partidos que habían venido a renovar la política –¿se acuerdan?– los de la «nueva política», con Iglesias, Rivera y finalmente Arrimadas, han caído en la más vieja de las prácticas y su crédito se ha desvanecido, hasta el punto de que en el horizonte se otea de nuevo el regreso del bipartidismo, con Vox como elemento novedoso. Creo, de todos modos, que nos equivocaríamos haciendo una extrapolación de este mapa catalán al resto de España. Cataluña vive la mayor anomalía política ya no de nuestro país sino de toda Europa.
Los resultados de ayer son funestos. O aparece en España un gobierno dispuesto a hacer política en serio en materia cultural y educativa en todo el territorio español, o este país se nos va por el desagüe del inodoro, donde han ido depositando todas sus excrecencias las últimas generaciones de políticos españoles. Convénzanse de una cosa: al independentismo catalán ya solo queda demostrarle la imposibilidad de lo que quieren. De la misma manera que se actúa con un niño cuando sufre una pataleta.
La televisión pública que pagamos con nuestros impuestos ha comenzado –bajo la hégira de Podemos- a enfrentar como nunca a una parte de España con otra.
Socialistas y extrema izquierda quieren despenalizar las injurias al Rey y los ataques al catolicismo, pero se ponen muy farrucos si alguien hace comentarios no correctos sobre inmigración o minorías religiosas.