Bieito Rubido | 16 de diciembre de 2020
Hace tiempo que la izquierda prefirió excitarse con el nacionalismo retrógrado y abandonar la cohesión de los distintos territorios de España.
La mayor armonía que se daba en la España política consistía en la exaltación de las diferencias y en la concesión de privilegios a vascos, navarros y catalanes. Esta peculiar solidaridad estribaba en un anacronismo medieval que se había envuelto con el papel lujoso de la Constitución democrática de 1978. Ahora el Gobierno rupturista de Sánchez e Iglesias quiere la armonización fiscal. Tal iniciativa implica subirnos los impuestos a todos, menos a vascos y a navarros. A mí no me parece mal la idea de que todos seamos iguales ante la ley. Al contrario, sería lo ideal, pero hace tiempo que la izquierda española prefirió excitarse con el nacionalismo retrógrado y abandonar la cohesión de los distintos territorios de España propuesta por las fuerzas políticas centristas y moderadas, territorio donde hasta hace bien poco también habitaba el PSOE. Ahora nos amenazan con la armonización fiscal: otra mentira. Si sabemos perfectamente que vascos y navarros llevan años y décadas con una situación de privilegio que solo se puede corregir con una reforma de la Constitución… Ojalá se llevase a cabo esa corrección del texto constitucional y desapareciesen los privilegios. Ojalá hubiese una verdadera armonización de España, empezando por la fiscalidad y terminando por la educación. Pero ya verán como no. Ya verán cómo esta es una acción más del sectarismo de un Gobierno que no tiene el más mínimo pudor moral.
Con el desparpajo que la caracteriza, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, cuyos conocimientos sobre el dinero público son perfectamente descriptibles, afirmó el lunes que «no podemos consentir que haya competencia desleal entre los territorios». Lo dice porque Madrid administra tres impuestos y Cataluña, catorce. Pues venga, doña María Jesús, mucho ánimo, aparque la hipérbole que tanto la adorna, y a armonizar, que esta tierra es suya. Pero mía, también.
La meritocracia desaparece en favor de un «Papá Estado» que con leyes educativas como la de Celaá va llenando el país de nesciencia e iletrados.
Donald Trump, con su última decisión de reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, ha dejado a la diplomacia española una vez más fuera de juego y con ello le ha mostrado a Marruecos nuestra vulnerabilidad.