Bieito Rubido | 18 de enero de 2021
La herencia de este Gobierno rupturista puede ser mucho peor que la de Zapatero. Sube impuestos a quien trabaja, penaliza a quien invierte y premia la vagancia.
Cuando un país no cuida a su clase media, camina directamente hacia el abismo. La España que hemos disfrutado todos estos años ha sido fruto del esfuerzo de su clase media, esa que el Gobierno socialcomunista que ahora padecemos se ha empeñado en maltratar. No dejan de subir impuestos para pagar la fiesta que se están dando; tampoco reducen algunos abiertamente injustos como el de la tarifa eléctrica. De esta manera, al cebarse en el tramo de población que más contribuye, lo desalientan. Lo peor de este Gobierno es el mal ambiente y el desánimo que propaga entre la ciudadanía. Paradójicamente, la sorpresa es que esa voracidad recaudatoria no está acompañada de una política keynesiana de inversión y apuesta por la economía productiva. Somos el país de la UE que menos trabaja en esa dirección.
En España, en contra de lo que podamos pensar, no hay grandes fortunas, aunque aquí viva uno de los hombres más ricos del mundo. Ojalá hubiese más. Ello significaría que habría más empresas y más riqueza. Frente a Francia o Alemania, incluso frente a Italia, España no es un país de ricos. Además, métanse los políticos una idea en la cabeza: los impuestos nunca son un problema para los muy acaudalados, aunque les importen, y mucho; lo son, básicamente, para las clases medias.
La herencia de este Gobierno rupturista puede ser mucho peor que la dejada por Zapatero, que ya es decir. De ella, lo peor es la cultura de una política de la subvención, de una corriente que desincentiva el esfuerzo. Suben impuestos a quien trabaja, penalizan a quien invierte y premian la vagancia, envolviéndolo todo en «escudo social». Pero no hay mayor acción social y de progreso que la generación de empleo: supone dignidad, riqueza y libertad.
Entre la covid, la tormenta Filomena y la mala jugada de Illa, a Sánchez solo le salen bien sus asuntos particulares.
La ministra de Defensa ha dado toda una lección a sus compañeros de gabinete. Una vez más, ha estado por encima de la mezquindad reinante.