Bieito Rubido | 19 de noviembre de 2020
Las acciones de gobierno de Sánchez van carcomiendo el poco prestigio que le queda.
Sánchez se equivoca. No se percata de ello, pero está urdiendo la tela de araña que lo llevará al fracaso. Él piensa exactamente lo contrario. En el punto más álgido de la curva de soberbia, el interino de la Moncloa cree que logra engañarnos a todos. Es cierto que lo puede hacer en medio de esta opinión pública narcotizada, donde no se penaliza la mentira ni la falta de coherencia. Ahora bien, los dirigentes políticos construyen su reputación –buena o mala— a base de sus hechos. Y las acciones de gobierno de Sánchez van carcomiendo el poco prestigio que le queda. Me explico un poco más: Sánchez está haciendo todas las piruetas posibles de prestidigitador político para seguir gobernando, pero no está gobernando para ganar las próximas elecciones. O se toma en serio España, con su pluralidad y sus consensos democráticos, o va a escribir –otra más— una de las peores páginas de la historia reciente del PSOE. Que no olvide Sánchez que logró el dudoso mérito de llevar a su partido al suelo electoral de 82 escaños. En esa línea de desastres electorales, recuerden que el partido mayoritario del Gobierno socialcomunista tan solo tiene 120 diputados. Como tampoco se debe echar en saco roto el hecho de que Sánchez llegó en 2018 a través de una moción de censura de dudosa legitimidad, con el apoyo de los herederos de ETA y de los independentistas. En conciencia, Sánchez no debe de estar muy orgulloso de ocupar el poder. Es una circunstancia temporal. Pasará, como tantos otros. Pero su descrédito en la historia de España será de los que hacen época.
Parecía difícil superar el desprestigio que a España le supuso el Gobierno de Zapatero. Pues ya está logrado. Europa entera mira asombrada nuestra gobernabilidad. Incluso Marruecos, y se aprovecha de ello.
Estamos en manos de una clase política infantil, indocumentada e insolidaria. Por eso España tiene tan mal pronóstico.
La vida es fascinante y merece ser defendida. Por eso me preocupa que quien pudo hablar ayer haya quedado callado.