Bieito Rubido | 24 de diciembre de 2020
Nos faltan ansias de escalar cimas, de navegar por mares inexplorados, de llevar a nuestro país a lugares mejores.
El exceso de ambición devora al ser humano, pero, como en casi todo en la vida, una dosis moderada es buena. Es más, hay quien defendió la «santa ambición» como motor de la humanidad y de sus naciones. A la España actual le falta ambición de país. Era algo que solíamos detectar y reprochar en tiempos de Zapatero y Rajoy. Solo Felipe González –presentado en sus orígenes como «un joven nacionalista»— y José María Aznar evidenciaron desde sus respectivos mandatos aspiraciones legítimas de llevar a España a cotas más altas. El mundo empresarial español, por ejemplo, salvo honrosas pero escasas excepciones, está instalado en una cultura mezquina en la que no se asume el riesgo ni se apuesta por el país. Como consecuencia de ello, padecemos la voracidad de compañías extranjeras instaladas en sectores estratégicos: energía, comunicación, medio ambiente, infraestructuras… Es la consecuencia de un mercado libre y de la apuesta por una economía abierta. Ahora bien, respetando todas esas normas y códigos, franceses, italianos o alemanes, al margen del signo del Gobierno, no permiten una situación como la de España.
La ambición puede ser el origen de situaciones de mayor bienestar y desahogo. No siempre es negativa. Muy al contrario, actúa como cabeza tractora del progreso en determinadas situaciones. España necesita políticos que aspiren a más, no en su biografía personal, sino en su visión de país. La mediocridad es en sí misma una condena y querer mejorar es algo legítimo. Si, además, lo que se pretende es la mejoría de la ciudadanía, se comienza a caminar hacia lo alto y acariciar la virtud. Nos faltan ansias de escalar cimas, de navegar por mares inexplorados, de llevar a España a lugares mejores. Nuestra clase política prefiere chapotear en el barro vulgar de la derrota del contrario, en lugar de encaminarse hacia el bien común.
Que el bien común nos oriente en los próximos tiempos como aquella estrella orientó a los Magos hasta un Niño Dios que nació en una noche como la de hoy. En la Navidad seguimos buscando signos de esperanza. Permítame colarme por un instante en su privacidad para desearle una feliz Navidad y que la estrella que nos guía nos lleve por el sendero de la paz y la ilusión.
La hostelería pide ayuda pero la clase política permanece sorda. Solo son vulnerables aquellos que han decidido las élites gobernantes.
La eutanasia es la mayor evidencia de un fracaso: la derrota que supone enfrentarse a la muerte sin ninguna esperanza.