Bieito Rubido | 29 de abril de 2021
Ahora toca la ‘epidemia’ de las amenazas a políticos. Los medios tenemos una gran cuota de responsabilidad en todo ello, pero más todavía los políticos que quieren hacer un aprovechamiento perverso.
En el periodismo solemos hablar de las epidemias mediáticas. No tienen nada que ver con este vesánico covid. Me refiero a esa serie de hechos que recogen los medios y que tienen un efecto imitación. Recuerdo que hace años apareció en un supermercado de Cartagena una botella de agua mineral con lejía. Nunca había ocurrido cosa semejante, pero a partir de ahí, en al menos medio centenar de establecimientos afloró por generación espontánea agua mineral embotellada que llevaba parte de lejía. Ya en el año 2000 vivimos otra oleada semejante, en cada pueblo de España había caído un aerolito. Nunca se sabe cómo comienza y un bien día esa corriente desaparece. El efecto llamada, que tan fecundo es entre los desequilibrados mentales, deja de existir.
Ahora toca la ‘epidemia’ de las amenazas a políticos. Por supuesto que no pretendo ni frivolizar ni subestimar su importancia. Al contrario, creo que hay que ser radical en su condena y en su persecución. Pero también hay que tener la frialdad y la serenidad para percatarse de que esta cadena de envíos a políticos –que, por otra parte, siempre existió- tiene mucho que ver con el efecto llamada que estas situaciones generan entre ese público. Los medios tenemos una gran cuota de responsabilidad en todo ello, pero más todavía los políticos que quieren hacer un aprovechamiento perverso, como hizo Reyes Maroto el lunes pasado, enseñando incluso una fotocopia superampliada.
En una sociedad avanzada y moderna como la nuestra, deberíamos compadecer al desequilibrado mental y ayudar a serenar los ánimos entre unos ciudadanos que cada día se levantan en medio de sobresaltos artificiales montados, en gran parte, para aprovecharse de la ingenuidad y buena fe de la gente común de la calle. Aunque España es uno de los países más seguros del mundo, ello no es obstáculo para que algún loco haga, cualquier tarde, una locura. Pero no los llamemos, no los excitemos; dejemos que la epidemia mediática de las amenazas pase lo antes posible y volvamos a los aerolitos, menos peligrosos y más divertidos.
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