José Luis Velayos | 02 de junio de 2020
El coronavirus ataca con dureza a las personas más débiles, sean ancianas o no. En estos tiempos la solidaridad nos humaniza todavía más.
La llamada por la OMS COVID-19 es la enfermedad tan expandida que se presenta en estos días de la primavera de 2020, caracterizada fundamentalmente por neumonía. Es una enfermedad provocada por una familia de virus, la de los coronavirus, según los expertos. En diciembre de 2019, se describió un caso en Wuhan, capital de Hubei, en China. Rápidamente, la enfermedad se expandió por todo el mundo. Es una pandemia. En febrero de 2020, la OMS la denominó COVID-19, calificada como síndrome respiratorio (en algunos casos se ha observado pérdida del control involuntario de la respiración).
Los síntomas que dan una pista sobre el padecimiento de la COVID-19 son fiebre, tos y disnea (dificultad respiratoria). También se describen cefaleas, alteraciones en el olfato y gusto (e incluso en la visión), astenia (cansancio muscular) y diarrea. Pero también hay casos asintomáticos.
Hasta el momento, no hay datos concretos respecto a si hay daño cerebral. Es lógico que los virus, que invaden todo el organismo, estén presentes en el sistema nervioso central. En Italia se han descrito casos de enfermos que han presentado un estado confusional e incluso convulsiones. Por ahora no hay estudios médicos muy precisos sobre el tema y, como por el momento no se han practicado un gran número de autopsias de los cadáveres, no se sabe concretamente qué afectaciones orgánicas, aparte las pulmonares, serían también responsables de la muerte de los afectados.
Uno de los aspectos negativos de la COVID-19 es su gran contagiosidad, manifestándose en gran medida en personas de la tercera y cuarta edad, con la consiguiente muerte en bastantes casos. Es como si el virus practicase una especie de eutanasia, eliminando a los más débiles (sean o no ancianos). Pero lo positivo es la gran solidaridad que la pandemia ha provocado. En este sentido, podría decirse, parafraseando al papa Francisco, que se ha contagiado la solidaridad.
El solidario no es solitario. El solidario piensa en los demás. La solidaridad es una gran virtud humana que, si va unida a la caridad cristiana, es una auténtica joya, sobre todo en tiempos en que el egoísmo campa por sus respetos. Por eso hay que agradecer sobremanera la actitud solidaria de médicos, farmacéuticos, personal sanitario, sacerdotes, voluntarios, transportistas, etc., etc., que están cuidando a una sociedad tan castigada por la pandemia (la palabra ‘solidaridad’ se popularizó a raíz del surgimiento de Solidarność -en los astilleros de Gdańsk, en los años 80 del pasado siglo-, un sindicato no gubernamental, con Lech Wałęsa a la cabeza. Solidarność contribuyó a la caída del régimen comunista en Polonia).
¿Qué estructuras cerebrales se implican en las personas solidarias? Es lógico que se activen zonas del sistema límbico del cerebro, que son las más relacionadas con todo lo que tiene un matiz afectivo, emocional: por ejemplo, la amígdala cerebral y la corteza prefrontal. La amígdala se sitúa en el espesor del polo del lóbulo temporal del cerebro. La corteza prefrontal se localiza en la zona anterior del lóbulo frontal; es una corteza especialmente desarrollada en la especie humana, mucho más que en los animales.
Pero la solidaridad no es una cuestión estrictamente neural, orgánica. No se puede localizar materialmente en el cerebro. Y no es una cuestión de sexos, edad, educación, cultura. Lo esencial es la disposición altruista, filantrópica, caritativa de las personas.
Más que un castigo, probablemente es una prueba para el hombre moderno, para que aprenda a ser humilde
En los animales se observan comportamientos en cierta medida solidarios, y sobre todo cuanto más avanzados filogenéticamente son. Pero la solidaridad del hombre es de una calidad superior en que se mezclan altitud de miras, virtud, visión sobrenatural, compasión, etc. Un ejemplo es el de san Maximiliano Kolbe, que ofreció su vida, en solidaridad con un compañero de campo de concentración.
Hay que decir que algunos medios de comunicación no informan de forma fidedigna sobre el tema de la pandemia. Por eso, se ha de mirar con cautela y tamizar (matizar) la abrumadora invasión de informaciones, probablemente en algún caso sesgadas. Se hace preciso acudir a fuentes que puedan informar adecuadamente, como son especialmente los sanitarios implicados.
La pandemia hace pensar que el hombre no es todopoderoso; que es frágil. Más que un castigo, probablemente es una prueba para el hombre moderno, para que aprenda a ser humilde. Estamos recibiendo una lección de humildad.
El Gobierno solo tomó medidas frente al coronavirus cuando pasó el 8M, pese a las advertencias de la OMS y el espejo de Italia. Ahora, lejos de atajar la situación, buscan culpables colaterales.
Vivimos una situación única para la que no estábamos preparados. Para evitar que el miedo y la incertidumbre se apoderen de nosotros, es necesario no romper con nuestra rutina.