Violeta Fajardo | 02 de julio de 2019
Incorporar insectos y productos derivados en la dieta occidental podría ser la solución a numerosos problemas que vive la sociedad.
El consumo de insectos es una costumbre gastronómica extendida en el 80% de los países del mundo, con unos 2.000 millones de consumidores habituales en regiones de Asia, África, Latinoamérica y Australia. Aunque a muchos nos resulte extraño y exótico el oír hablar de ‘entomofagia’, ingerimos insectos frecuentemente sin ser conscientes, en forma de aditivos alimentarios (ej. ácido carmínico, colorante E120) en batidos, yogures, tartas y golosinas procedentes de invertebrados de la familia de la cochinilla.
Sin embargo, la entomofagia no despierta demasiada confianza en sociedades occidentales como la europea, a pesar de haber formado parte de su historia. De hecho, existen numerosas referencias de este hábito en diferentes escritos religiosos del cristianismo, el islam y el judaísmo.
En 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) presentó el informe «Edible insects: Future prospects for food and feed security», en el que listaba los beneficios del consumo de insectos, con el objetivo de promover la entomofagia como solución a la inseguridad alimentaria para alcanzar una alimentación más sostenible.
Los insectos requieren un menor consumo de agua que el ganado tradicional y generan pocos gases de efecto invernadero
Antes de mediados de este siglo, habrá más de 9.000 millones de bocas humanas que alimentar en el planeta. El consumo de productos de origen animal se incrementará en un 73% para 2050, ya que se estima que una persona come alrededor de 100 kg carne/año. En este sentido, los insectos se consideran el recurso alimenticio en la mesa del futuro. La inversión para su crecimiento es mucho menor que en otros animales.
La eficiencia de un insecto para transformar aquello que come en peso corporal es mucho mayor que en cualquier animal doméstico. Su crianza se realiza en terrenos de espacio reducido, se alimentan de residuos biológicos, que en otros casos dejarían de ser reutilizables y, a diferencia del ganado tradicional, los insectos requieren un menor consumo de agua y generan pocos gases de efecto invernadero y poco amoníaco, reduciendo así la contaminación ambiental.
Asimismo, a pesar de que su valor nutricional es muy variable según la especie, edad (huevo, larva o adulto) y condiciones de cría, los resultados analíticos revelan que de las 2.111 especies comestibles de insectos y arácnidos (escarabajos, orugas, hormigas, abejas, avispas, saltamontes, langostas, grillos, etc.), la mayoría de especímenes proporcionan energía, son ricos en proteínas (hasta un 70% de contenido proteico/individuo), ácidos grasos insaturados (omega 3 y omega 6), aminoácidos esenciales, fibra y vitaminas (tiamina, riboflavina y ácido fólico), con una cantidad de hierro y otros minerales (cobre, magnesio, manganeso, fósforo, selenio y cinc) igual o superior a la carne de pollo o pescado.
Por tanto, según los expertos, la entomofagia sería de gran importancia en niños desnutridos, así como una alternativa nutricional para la anemia (falta de hierro) que padecen como consecuencia de su dieta alrededor de 1 de cada 2 mujeres embarazadas y de un 40% de los niños en etapa preescolar en países desarrollados, hecho que acarrea problemas cognitivos y de rendimiento.
La entomofagia sería de gran importancia en niños desnutridos
Teniendo en cuenta estos aspectos, desde 2018 el Reglamento 2283/2015 regulariza la entomofagia y, por tanto, a los insectos, como novel foods, con objeto de facilitar la comercialización tanto de alimentos nuevos e innovadores como de alimentos tradicionales procedentes de otros países fuera de la Unión Europea. Este marco regulatorio introduce la categoría de insectos enteros y sus partes destinados al consumo humano, comprendiendo en un futuro no solo la regulación de su comercialización, sino también la de su producción y uso como alimento, así como su calidad y su impacto medioambiental.
En Europa, hasta ahora, solo Bélgica y Suiza habían legalizado la entomofagia. La reglamentación en este ámbito es especialmente necesaria por el hecho de que el consumo de insectos puede comportar riesgos de contaminación microbiológica si se emplean métodos de procesado incorrectos o provocar alergias similares a las de los crustáceos.
Sin embargo, la mayor barrera para la introducción de la entomofagia como opción gastronómica en los países desarrollados será la cultural, siendo necesaria una presentación del producto más adecuada a la mentalidad occidental. De esta forma, algunas compañías ya han optado por el producto molido, como la harina de grillo para fabricar barritas energéticas. Pero del mismo modo que con muchos otros alimentos (ej. el pescado crudo o sushi), no sería de extrañar que en un tiempo cercano también pudiéramos comprar o comer una amplia gama de insectos y alimentos derivados en nuestros restaurantes y supermercados.