Javier Pérez Castells | 05 de noviembre de 2020
Se dice que hay personas que se creen sus propias mentiras. Es una frase dura pero muy cierta. Muchos, quizá todos nosotros, fabricamos o somos inducidos a fabricar recuerdos.
Todos sabemos que la memoria falla, que las cosas se olvidan e incluso estaríamos dispuestos a aceptar que algunos detalles que recordamos no fueron exactamente así. ¿Quién no ha tenido una discusión en la mesa con amigos o familiares acerca de los detalles de un recuerdo común? Pero para muchas personas resultaría más difícil aceptar que podemos tener recuerdos completamente fabricados en nuestra cabeza, exactamente iguales a los recuerdos de experiencias propias pero que, sin embargo, jamás vivimos.
Alguna vez hemos hablado de la conciencia como un sistema que graba experiencias, incluyendo información de todos los sentidos, además del sentimiento generado por la experiencia. Sin embargo, no disponemos de una grabadora exacta. Lo que el cerebro hace se asemeja más a un archivo abierto en un servidor que uno mismo y otras personas pueden modificar en el futuro. Especialmente frecuente es la manipulación de recuerdos de la infancia. Muchas personas intentan recordar cosas que les sucedieron antes de los tres años de edad, cosa que es prácticamente imposible. En ese esfuerzo, a veces, hacen suyos relatos familiares, vivencias de hermanos mayores o de los padres y llegan al pleno convencimiento de haber estado allí cuando nunca estuvieron o creen recordar lo vivido con tan solo un año o dos de edad. El proceso de neurogénesis en el que está inmerso el cerebro durante esos primeros años de vida, con numerosísimas conexiones neuronales que se están construyendo, hace que los recuerdos de esa época se destruyan.
Las personas que trabajan en el mundo jurídico saben que diferentes testigos visuales pueden dar versiones de un mismo hecho, llenas de matices y detalles diferentes, pero también se sabe que algunos testigos pueden ser manipulados hasta el punto de relatar eventos que no han visto ni percibido, pero que han sido insertados en su memoria. Realmente piensan que cuentan la verdad de lo sucedido, pero es un engaño de su mente y, para los objetivos de un juicio, esto resulta muy peligroso. Es especialmente delicado si en los juicios declaran niños, cuya imaginación y memoria se confunde y se manipula con facilidad. Los interrogatorios policiales, si están mal dirigidos, pueden condicionar testigos e incluso hacer que personas inocentes y con coartada se autoinculpen. Ha llegado a ocurrir incluso en casos de asesinato.
El tema de los recuerdos fabricados ha sido estudiado por distintos grupos de investigación. Se han diseñado experimentos en los que los sujetos participantes debían memorizar una lista de palabras pertenecientes al mismo campo semántico. Con frecuencia, cuando después se les pedía que recordaran las palabras, introducían palabras nuevas y muchos de ellos estaban muy seguros de haberlas leído en la lista. Si estas operaciones se observan por resonancia magnética funcional, en el caso de recordar palabras que, en efecto, estaban en la lista original, la zona del cerebro que más se activa es el hipocampo, lo cual es lógico, porque tiene que ver con la memoria. Pero, si se contesta con palabras que no estaban en la lista, pero que el sujeto cree con seguridad que estaban, se activan zonas frontoparietales que tienen más que ver con el concepto de lo que nos es familiar.
Para explicar este comportamiento, se ha desarrollado la teoría intuicionista del conocimiento y la memoria (de los psicólogos norteamericanos Valerie Reyna y Charles Brainerd), que clasifica los recuerdos en dos tipos: esenciales y literales. Según esta teoría, los recuerdos esenciales son más difusos y sin detalles, mientras que los literales se parecen más a una grabación exacta de lo sucedido. A lo largo de la vida vamos teniendo más capacidad de establecer recuerdos literales, pero a la vez vamos creando cada vez más recuerdos difusos.
No vamos perdiendo capacidad de recordar cosas con exactitud. Incluso probablemente la incrementamos. Es que nuestro cerebro cada vez está más acostumbrado y más sesgado hacía reconstruir recuerdos buscando su significado a partir de pequeños flashes de memoria difusa. Consideramos más importante encontrarle significado a lo que hemos vivido y se lo aplicamos con cada vez mayor eficiencia a los recuerdos que tenemos. Lejos de ser una desventaja de la edad, puede ayudar a tomar decisiones de forma más rápida y más sensata. Recurrir a recuerdos literales es más lento y puede ser mucho más deshumanizado, al no tomar en cuenta aspectos subjetivos y emocionales. Es posible que la temeridad de los adolescentes pueda estar relacionada con la toma de decisiones basada en el pensamiento y los recuerdos literales.
Se dice que hay personas que se creen sus propias mentiras. Es una frase dura pero muy cierta. Muchos, quizá todos nosotros, fabricamos o somos inducidos a fabricar recuerdos. Otras veces modificamos vivencias auténticas. Pueden ser mecanismos de defensa, ayudas a la supervivencia y a la preparación de buenas decisiones futuras. En cualquier caso, la acusación de mentir debiéramos matizarla mucho más, teniendo en cuenta que el que miente quizá es engañado por su memoria (por supuesto, esto no vale para los políticos, que tienen hemerotecas).
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