Javier Pérez Castells | 07 de enero de 2021
Respondemos a los dos grandes bulos sobre la vacuna contra el coronavirus.
Circulan por WhatsApp muchos vídeos, fotografías y artículos de agoreros diversos que nos amenazan con todos los males del infierno si se nos ocurre ponernos las vacunas nuevas basadas en ARN mensajero (ARNm). Nos vemos en la obligación de contestar a estos bulos. No es que yo esté en contra de que haya gente que busque siempre rendijas o resquicios de posibles fraudes, errores o conspiraciones. Siempre es bueno que haya pensadores alternativos y que miren las cosas desde puntos de vista originales, pero en el caso que nos ocupa la intencionalidad creo que no es buena. Se trata de personas que buscan la relevancia o el minuto de gloria, asustando a la gente o buscando un «efecto ya lo dije yo», si algo sale mal dentro de algunos meses.
Los supuestos alarmistas se fijan en dos aspectos a los que vamos a contestar por este orden:
1) La vacuna nos convertirá en transgénicos y cambiará nuestra naturaleza humana.
2) Las vacunas se han desarrollado demasiado aprisa y con presiones políticas. Seguro que van a tener graves efectos secundarios, es posible que nos enfrentemos a un genocidio.
Decir que la inoculación de ARNm va a cambiar nuestro genoma, contradice el gran dogma de la bioquímica. Es simplemente imposible. El dogma dice que el ARNm va del ADN hacia el ribosoma donde se sintetizan las proteínas, pero no en dirección contraria. El ARN de la vacuna lo único que va hacer es ordenar a nuestros ribosomas que sinteticen una proteína de la cápsula del virus para que sea reconocida como invasora y así cuando seamos infectados, nuestro sistema inmune termine con el virus.
El problema es precisamente el tiempo de vida de esta molécula. El ARNm es frágil y tiene un diseño pensado para tener una vida efímera y por eso hay problemas de conservación de la vacuna, que precisa de muy baja temperatura. Pero ese problema se vuelve ventaja de seguridad porque las moléculas de ARNm durarán poco en nuestro organismo, aunque lo suficiente para dejar el sistema inmunológico preparado.
De todas maneras, hablando de transgénicos, muchas personas ya lo son, si han padecido alguno de los virus de ARN llamados retrovirus. Estos virus contienen una enzima llamada transcriptasa inversa que es capaz de transformar el ARN del virus en ADN, haciendo lo contrario de lo que suele ocurrir. Ese ADN se incorporará al de la célula del hospedador del virus y ahí se quedará para siempre. Por ejemplo, las personas portadoras del HIV tienen en el ADN propio, material genético del virus. En definitiva, ser transgénico no es una cosa tan rara, pero no nos convertiremos en transgénicos por la vacuna de la COVID.
El segundo aspecto es mucho más delicado. A lo largo de la historia, la humanidad ha demostrado cómo pueden acelerar las cosas si la situación de emergencia lo exige, siempre muy por encima de cualquier pronóstico, por optimista que haya sido. Esta pandemia lo ha vuelto a evidenciar. Además, el éxito de haber podido desarrollar una vacuna en tan solo 10 meses tiene su explicación. Para empezar, se ha aprovechado todo el conocimiento logrado en la lucha contra la primera COVID, producida por el virus SARS hacia 2003, un coronavirus con hasta el 94% de parecido respecto a la actual. En segundo lugar, porque nunca se había puesto tal cantidad de dinero y de personal a trabajar en un proyecto científico común. En tercer lugar, y esto es muy importante, porque normalmente la fase clínica 3 consume muchos años ya que es muy difícil reclutar voluntarios y necesita una gran burocracia.
Dada la situación, este año fue muy sencillo conseguir cantidades ingentes de voluntarios, muy por encima de lo habitual. Hasta 30.000 en los estudios importantes, lo que les confiere no menos, sino mucha más seguridad. Finalmente, los aspectos burocráticos relativos a la aprobación, así como la fabricación, se han llevado en paralelo con las últimas fases clínicas. Se hacían pruebas mientras ya se estaba fabricando y a la vez se enviaban los datos a las agencias. Un sistema revolucionario del que se podrán sacar muchas enseñanzas para el futuro.
Respecto a los efectos secundarios, el informe sobre la vacuna de Pfizer indica que es frecuente sufrir un poco de dolor muscular, fatiga y dolor de cabeza (60% aproximadamente de los pacientes), además de una reacción cutánea en el lugar de la inyección. Solo en menos del 15% hay un poco de fiebre y quizá diarrea. Los efectos secundarios son menores en personas más mayores, desaparecen a los pocos día y no deberían asustar a nadie.
Las vacunas de ARNm, como las desarrolladas por Pfizer y por Moderna se están convirtiendo en la principal esperanza contra el coronavirus. A pesar de las dificultades logísticas por la necesidad del frío, es posible que casi todos acabemos siendo vacunados con estas nuevas vacunas, que suponen una revolución en el mundo de la prevención de enfermedades infecciosas. Si se demuestra su eficacia el salto adelante es impresionante, porque en el futuro se tardará mucho menos en desarrollar vacunas nuevas ante pandemias y enfermedades emergentes. Las dosis de recuerdo serán sencillas de obtener, en el caso de que la inmunización descienda, y modificar la vacuna si hay mutaciones extensivas del virus será más fácil. El escalado en la producción también es más asequible y el problema de los precios sin duda mejorará cuando los aspectos tecnológicos asociados a la nanotecnología de las vesículas grasas, imprescindibles para conservar el ARNm, se consigan mejorar.
Un pensamiento para terminar: ¿Y si dentro de algunos años llega un virus mucho más mortal que el actual? ¿No pensaremos entonces que la COVID-19 fue providencial para haber podido desarrollar toda esta tecnología que nos pueda proteger? A veces, los tropiezos de la vida se entienden con la perspectiva de los años. Vacunémonos sin miedo.
Parece razonable que se vacune solo a la población de más de 65 años y a la que tenga patologías de riesgo. Si la inmunización es efectiva, no habría ninguna razón para no recuperar totalmente la normalidad en un máximo de dos meses.
Aunque el virus deje de ser una grave amenaza, el desarrollo de una vacuna es esencial para aplicarla a los vulnerables, prepararnos para nuevos rebrotes y aprender de cara a futuras pandemias.